LA ALBERCA

Giligoyas

En ningún sector existe la homegeneidad ideológica. Por eso lo de los Goya es denigrante

El actor Javier Gutiérrez celebra la consecución del Goya al mejor actor el pasado sábado EFE
Alberto García Reyes

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Resulta que llegas a la gala y, al entrar, los organizadores te dan un pasquín con tus reivindicaciones ya escritas por si tienes la suerte de recibir un premio y ponerte ante el atril. Y por lo visto eso se llama libertad. Es lo último en progresía. La Academia del Cine decide un tema y, si quieres salir en la tele, tienes que pasar por el aro. O dices lo que te han dicho que digas, o te has gastado una pasta en el alquiler del esmóquin para nada. No volverás. Inmediatamente serás incluido en el grupo de actores fachas o productores neoliberales de la industria salvaje. Porque si quieres dedicarte a la farándula en España, tienes dos obligaciones ineludibles: opinar en público sobre cuestiones políticas y que tus opiniones coincidan con las de los líderes del cotarro. Este año, por ejemplo, ha tocado el feminismo. Los supuestos abusos a actrices en Hollywood han sido el pretexto. Los casos de Weinstein, Kevin Spacey o Roman Polanski han encendido los mecheros de los pirómanos sociales, siempre al acecho de cualquier suceso para convertir lo particular en general. Supongo que a estas alturas no quedará nadie con dos dedos de frente en el cine español que esté en contra de la igualdad de las mujeres. Los que no llegan a dos dedos de frente están excluidos de esta afirmación, ya sea en el sector cinematográfico o en el de los encofradores. Pero la protesta gremial organizada es denigrante. Porque, por muy loable que sea el fin, atenta contra el primer derecho de una persona: su libertad para decidir lo que piensa. El abanico rojo de los Goya es, dicho sin alambique, una tontería y un abuso.

En ningún sector hay homogeneidad ideológica. Por suerte, los españoles somos libres y nuestro Estado de Derecho garantiza, a través de la Constitución, que nadie sea discriminado por su opinión. Pero en el cine parece que hay que entrar por el carril establecido. Quien no se puso la pegatina del «No a la guerra» se convirtió en sospechoso. Y da la impresión de que la calidad de un actor se mide por sus ideas políticas, lo que explica que un bodrio como Willy Toledo haya podido dedicarse a esto. Pero, además, los Goya de este año han caído en la trampa de la incoherencia. Porque las mismas actrices que sacaban el abanico rojo para aventar la lucha por la equiparación y contra la sexualización de la mujer llevaban vestidos cedidos por grandes diseñadores para aprovechar sus cuerpos y hacer publicidad de los modistas que les visten. Obviamente, cada cual puede hacer lo que le dé la gana con su percha, pero no se puede soplar y sorber a la vez.

El cine español tiene una oportunidad anual impagable de contarle al país sus preocupaciones internas: las normas que regulan los rodajes, la falta de escuelas cinematográficas, los precios de las salas, la adaptación a las nuevas plataformas digitales... Pero resulta que el progreso consiste en que te sumes a la consigna social de turno. Y, por supuesto, que te rías con las estupideces burdas de los «giligoyas» que presentan la gala. De cine, ya si eso, hablamos otro día. Yo llevo las palomitas.

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