Opinión

Modernidad ausente

La revolución industrial introdujo nuevas tecnologías y nuevas funciones

Julio Malo de Molina

La revolución industrial introdujo nuevas tecnologías y nuevas funciones que durante el siglo XIX dan lugar a una arquitectura diferente que se expresa a través de edificaciones fabriles, industriales o ferroviarias. Sin embargo, la producción edilicia oculta las nuevas estructuras de hierro y hormigón mediante pieles que imitaban las formas del pasado. Es a lo largo del XX cuando se configura un nuevo estilo coherente con su tiempo, cuya implantación atraviesa el siglo de forma obsesiva. Los arquitectos vieneses superan los historicismos con proclamas tales como: «el ornato es delito» (Adolf Loos) o «el objeto de la arquitectura no es la masa plástica sino el espacio» (Rudolf Schindler). El constructivismo soviético cataliza las vanguardias y conduce al Movimiento Moderno, cuyas reglas sintetiza Le Corbusier y se divulgan por todo el mundo a través de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna, el primero de los cuales tiene lugar en 1928, en La Sarraz (Suiza), con la participación del arquitecto español Fernando García Mercadal; éste había terminado sus estudios en la Escuela Especial de Arquitectura de Madrid el curso 1920-21, junto a Luis Lacasa, autor del pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de Paris de 1937, y al jerezano Antonio Sánchez Esteve.

Sánchez Esteve introduce en Cádiz las propuestas formales y estilísticas del Movimiento Moderno. Y lo hace con intervenciones en uno de los centros antiguos más homogéneos y mejor conservados de España, muestra de cómo la nueva racionalidad se puede insertar con naturalidad en tejidos históricos consolidados. Muchos de sus edificios han sido ya derribados, en buena medida como consecuencia de la escasa sensibilidad con relación al patrimonio moderno, pese a que el mismo también forma parte de nuestra cultura histórica. Nadie duda del interés de una pieza barroca o isabelina, sin embargo los iconos del Moderno son menos valorados por personas no especializadas. Así, en 1965 fue demolido el Cine Gades (1933), excelente arquitectura del cinematógrafo en una de las calles que definen el anillo del casco antiguo; fue la sala más confortable y con mejor programación de la ciudad. En 1994 cae el Cine Andalucía de 1947, para ser sustituido por un edificio sin interés. También en el centro amurallado han desaparecido construcciones de valor proyectadas por otros arquitectos, como el Hotel Atlántico (1929), de Ricardo Churruca; o la Escuela de Enfermería (1970), una magnífica obra de Juan Jiménez Mata, en la línea del Team Ten que renueva el Moderno a partir del décimo congreso internacional celebrado en Dubrovnik en 1956.

El abandono de Náutica (1963-68), de Laorga y López Zanón, centro docente de amplio programa, resuelto mediante recursos arquitectónicos que cualifican el sugestivo entorno de La Caleta; así como la deformación de la Estación Marítima (1965), de Hernández Rubio, abundan en el menosprecio a la arquitectura de la modernidad canónica. Ya fuera del recinto amurallado, muchas obras de Sánchez Esteve se han perdido: Hotel Playa (1930), Piscina Municipal (1932), así como la propia casa del arquitecto; hotelito terminado en 1936, mediante el uso expresivo de la estructura de hormigón, recurso que el autor emplea también en el Edificio Ponte (1938), el cual aún caracteriza la fachada portuaria de la ciudad. Los espacios liberados por estas demoliciones se ocupan por obras más vulgares, o dejan solares vacíos. Se pierde la memoria de una etapa en la que Cádiz se había enriquecido a través de una arquitectura capaz de preservar sus valores sin renunciar a su obligada modernidad con elegante sencillez.

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