Al filito
Violencia vicaria
Quiero hablarles de Ernesto. Acudió a mi despacho una tarde de miércoles otoñal, comentándome una situación doméstica insostenible
¿Es real? Sí. Existen monstruos capaces de semejante excrecencia moral y, si quien suscribiera esto tuviera poder decisorio y capacidad legislativa, ordenaría su desmembramiento, en vivo, en plaza pública.
¿Queda claro? Bien. Ahora quiero hablarles de Ernesto. Acudió a mi despacho una ... tarde de miércoles otoñal, comentándome una situación doméstica insostenible. Mi recomendación fue clara: «sal de ahí y presenta, hoy, una solicitud de medidas provisionales urgentes». No siguió el consejo. «No puedo abandonar a mis hijas y quiero hablar primero con mi mujer». Lo que siguió a esa charla fue una denuncia surrealista que ocasionó su arresto. ¿El motivo? Ejercer violencia e intimidación contra su esposa, un armario ropero, cinturón negro de judo y con hechura para enfrentarse a cualquier antidisturbio machista.
Les ahorro el trámite judicial, tan lento e ineficaz como perturbador para cualquier enajenado creyente del principio de Tutela Judicial Efectiva. Desde aquí se lo digo: si tienen pleitos en Cádiz capital, den gracias a Dios. No pueden imaginarse qué significa salir fuera...
En resumen: Ernesto se llevó UN AÑO sin tener contacto con sus hijas (de 8 y 10 primaveras) porque la tanqueta judoka y su feminista abogada tuvieron la desvergüenza de pedirle que se plegara a sus exigencias (primordialmente económicas) como condición para ello.
El asunto culminó felizmente. Una juez -muy tardía- vino a sancionar esa barbaridad y a poner orden en el descalabro. Y la misma funcionaria, cuatro años más tarde, dispuso que aquellas criaturas disfrutaran de su padre libremente porque se demostró que su «progenitora B» era lo que cualquier observador externo y carente del opiáceo punto de vista del pobre Ernesto hubiera advertido: un escombro.
Pero Ernesto, ni antes ni después, recibió consideración especial ni subvención alguna. Ni fue noticia. ¿Les parece anecdótico? Como estas, tengo 42. Y soy un modesto abogado de barrio. ¿Multiplicamos? Igual se monta una mani épica.
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