al filito

Acoso

Aquellos hombres y mujeres no necesitaban protocolos: bastaba una mirada suya para desarmar al matón

No tengo ni idea de cómo debe actuarse, desde la dirección de un centro educativo, ante un caso de acoso escolar. Desgraciadamente, tampoco las personas a quienes he preguntado lo saben. Padres de chavales que sufrieron aislamiento, burla o escarnio de quienes se santiguaron junto ... a ellos el día de la Confirmación. Y no lo saben porque, ante sus denuncias, no se hizo nada.

Una madre me contó cómo la «Desorientadora» del centro llegó a eructarle que su hija era «rarita». La cambiaron de colegio y en el nuevo descubrieron que la chica tenía una cabeza brillante escondida tras una dislexia que ningún lumbreras del antiguo claustro supo detectar. Hoy es una mujer feliz. No era rarita: estaba rodeada de malas personitas amparadas por mediocres con nómina. Gestores de un centro donde se premia a quien se pliega al pago de «donativos voluntarios» y se desatiende a quien cuestiona por qué, tras pagar el arreglo de unas pistas deportivas, las explota una empresa privada. Por ejemplo.

En mi época, el acoso era raro. No porque fuéramos santos -que no- sino porque la educación venía con cicatriz y respeto. El que acosaba sabía que en casa le esperaba otra lección más clara que cualquier tutoría. Y el que era acosado, tarde o temprano aprendía a plantarse. Había criaturas que no podían, claro; y entonces aparecía un maestro de los de verdad: de los que fumaban Celtas en la sala de mapas, se quedaban hasta el anochecer y sabían leer la tristeza en un niño aunque no supieran inglés ni programación informática. Aquellos hombres y mujeres no necesitaban protocolos: bastaba una mirada suya para desarmar al matón. La vergüenza educaba mejor que cualquier salida de convivencia cristiana, previo pago de su importe.

Porque ni los profesores de ahora son los de antes ni los padres tampoco. Y aunque sigo sin saber qué debe hacerse, sí sé lo que pasa cuando no se hace nada: que el acoso mata despacio y los colegios que callan no son inocentes. Son cómplices.

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