Un fascista de verdad

La derecha moderada española tiene la oportunidad de condenar sin tapujos a un personaje como Queipo de Llano y no dejar que ese relato sea exclusivo de la izquierda

Ignacio Moreno Bustamante

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Uno de los grandes errores de nuestro tiempo, en esta España dividida y a día de hoy aparentemente irreconciliable, es el de juzgar el pasado con los ojos del presente. Cada 12 de octubre tenemos que escuchar aquello de que España cometió un genocidio en América tras el descubrimiento, quedándose algunos con tan simple e interesada interpretación de uno de los mayores hitos de la humanidad sólo por denostar nuestra propia historia. Y, en una 'revisión' mucho más reciente, la izquierda ha 'ajusticiado' a toro pasado a personajes ilustres a los que se atribuyen infamias nunca demostradas. Aquí en Cádiz hemos asistido, y seguimos asistiendo, al escarnio público de personas de la talla de José María Pemán o Ramón de Carranza, por poner dos de los ejemplos más significativos. Los actuales dirigentes del Ayuntamiento han removido cielo y tierra para tratar de atribuirles horrendos crímenes de forma muy subjetiva. De ahí la controversia prolongada en el tiempo, ya que sus razones se basan simplemente en el «difama que algo queda». Lo cual beneficia sin duda a esa izquierda radical que vive de avivar el odio para justificar su existencia.

Sin embargo, hay determinados casos en los que la culpa de esa eternización de los debates es de la propia derecha, muy torpe a la hora de zanjarlos. Ocurrió con la exhumación de Franco. Nunca acabé de entender la resistencia de determinados líderes del PP a que sus restos salieran del Valle de los Caídos. Se comprende en el caso de Vox, que también se alimenta de este tipo de polémicas. Pero una derecha teóricamente moderada debería haber aceptado el asunto desde el minuto uno, ofreciéndose a ayudar en lo que pudiera y cerrar el tema cuanto antes mejor. No lo hicieron así, y los grandes beneficiados fueron Pedro Sánchez y sus adláteres, que estiraron y estiraron la polémica hasta que acabó con aquel helicóptero trasladando el féretro.

Parece que esta vez, con el asunto de Queipo de Llano, han estado un poco más hábiles. Aunque no del todo. Esta semana, al ser preguntado, el actual líder nacional del PP Núñez Feijóo se limitó a decir que «hay que mirar hacia adelante y no al pasado». Una torpeza por su parte. Porque perdió la oportunidad de condenar duramente al que –en este caso sí– no cabe la menor duda que fue un fascista execrable. Aquí no hay perspectiva histórica que valga. Una persona que, en el ejercicio de su poder, afirma cosas tales como «si algún afeminado, algún invertido, se dedica a lanzar infundios alarmistas, no vaciléis en matarlo como a un perro o entregármelo a mí al instante». O «nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser un hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen. ¿No han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen». Y también lindezas como «será necesario establecer campos de concentración a los que vayan a parar todos aquellos que están envenenando España». Frases textuales a través de la radio de la época. Alguien que habla así es un indeseable. Lo era hace 90 años, lo es en la actualidad y lo seguirá siendo dentro de un siglo. Lo peor de la especie humana. Esto no va de izquierdas y derechas. Va de dignidad y humanidad. Mucho han tardado en sacarlo de la Basílica de la Macarena y los primeros aliviados han sido los propios miembros de la Hermandad sevillana. Este caso es una excelente oportunidad –por diáfana y no dejar lugar a la duda– para que por una vez seamos una sola España. Feijóo aún está a tiempo de rectificar. De no andarse con vaguedades y condenar de forma contundente al que, con todas sus letras, fue un auténtico fascista.

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