OPINIÓN

Foie

De puente a puente, y sigo porque me lleva la corriente. O de dado a dado, y tiro porque me ha tocado

No voy a hablar de esos pobres animales a los que, engordándolos, se les hipertrofia el hígado para poner luego en las mesas de tantas cenas y almuerzos su famoso «foie» como aperitivo al que se tiran sin piedad los comensales, aunque, nominalmente o de ... carné, algunos se sientan en su fuero interno profundamente animalistas, pues lo del paté es muy serio y a ver si el de al lado se pueda untar más.

Si al «foie» francés le quitásemos la «e» se quedaría en fe. Si le cambiáramos esa «e» por una «s», se convertiría en «fois», o sea, vez en castellano, y aquí ya se sabe, que las veces, como las ocasiones, las pintan calvas, y cuando esa vez se presenta, a algunos les mueve la pasión y sin dudarlo van a por ella. Con una letra o con otra, aunque las tres palabras suenen casi iguales en la Galia, en esto de las baladronadas políticas de actualidad, según se digan en un contexto o en otro, lo del foie, ya sea al natural o envasado en latitas, el paté, que es el que más conocemos desde que éramos niños, no deja de ser un tema de untar. ¡Qué cosas!

Recuerdo con nostalgia aquellas entretenidísimas partidas de Oca que, entre clase y clase, cortitos de perras, jugábamos algunos compañeros de Universidad en aquel Club que, a mitad de los años 60, teníamos en la Facultad de Derecho del noble y centenario edificio que en su día albergara la Real Fábrica sevillana de Tabaco. Lo regía Román, creo recordar, o ya no sé si era Ramón, pero sí que era un buen hombre. Tenía dos zonas, una de pura hostelería, ya saben, café y tostada o cañita con tapa de ensaladilla donde, a primero de cada mes, cuando llegaba el giro, saldábamos cuentas pagando las consumiciones debidas por fiadas. Otra, más formal, más «a la inglesa», donde se suponía que nos erigíamos en tribunos incipientes ávidos de iniciar cualquier tertulia, pero donde también se jugaba al ajedrez, al dominó, a las cartas, al parchís o… ¡a la Oca! ¡Qué maravillosas partidas aquellas de Oca, tan largas como interminables, pues, de cada casilla, hacíamos un drama o un magnífico alivio!

Después, dejé de jugar a la Oca durante muchos años, quizás desde que saliera de la Facultad, pero hoy, en mi condición de abuelo, he vuelto de nuevo a este juego de mesa porque así se entretienen mis nietos más pequeños echando a rodar el dado y moviendo nuestras fichas de colores en ese singular recorrido que va desde la Salida hasta el Jardín de la Oca.

Hoy, según va el cotarro, la Oca parece que va por otras cosas, porque, de oca en oca y tiro porque me toca, con la que está cayendo, aquel «inocente jardín de la oca», cada fois que se le presenta a estos mendas, se oscurece y se encenaga más.

De puente a puente, y sigo porque me lleva la corriente. O de dado a dado, y tiro porque me ha tocado. Y mira la de veces que a estos tipos le tocan tantas combinaciones para poder llevárselo calentito. Claro, también pueden encontrarse con algún contratiempo, como caer en la Posada de donde saldrían a la siguiente vuelta, o en el Pozo o la Cárcel, de donde no podrían salir hasta que alguien cayera allí, que siempre podrían venir otros a indultarlos, pues ya ven ustedes cómo se arreglan estos tipos unos a otros sus posibles dificultades.

Queda la Calavera, tan pirata ella, que no es que te eche del juego, no, sino que te devuelve a la casilla de Salida, como la amnistía, que, por encargo de los siete votos, dizque preparado por el asesor del prófugo, también ha puesto el reloj de la historia a cero para alardear de que lo volverán a hacer.

Ya ven, «foi» sin «e» en Francia es fe y aquí lo que hay es escepticismo por mor de Sánchez. Si lo acabas en «s», sería vez, con las de ocasiones que se dan para el lucro personal. Y el paté de foie, nuestro fuagrás, pasta para untar. La reoca.

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