OPINIÓN

De toda la vida

Confundimos el propósito vital necesario para estar vivos con el trabajo

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Llega un punto en que es hasta cansino. Sucede cada cierto tiempo que un señor con corbata comparece, dice lo que piensa sobre los jóvenes y el trabajo, los llama «vagos», lo graban, se sube a redes, el vídeo se hace viral y la gente se sorprende o se enfada. La última la ha tenido el presidente de los hosteleros en España, que ha soltado aquello de «media jornada son doce horas, de toda la vida». No es algo nuevo. Cualquiera que curre, en algún momento lo ha escuchado antes. Da igual que fuera en un bar, en una oficina o donde sea. La expresión es el chascarrillo que escuchas normalmente en la faena, como grito de fondo del jefe, jocoso, sí, pero también una advertencia. Por algo se suele reír solo él cuando lo dice.

La frase forma a su vez parte de todo un glosario de frases hechas que muy probablemente tú también conozcas: «Fuera hace mucho frío», «detrás de ti hay 400 esperando», «es lo que hay», «no puedo pagarte más», etcétera, etcétera. Si eres joven, el glosario se amplía. Ya sabes, lo de «en mi época sí que era duro» y tal. Hay trabajadores con contratos de formación en este país, ya no digamos becarios, cuyo aprendizaje en las empresas consiste más en conocer en profundidad el delicado léxico de la explotación que en la tarea para la que, en teoría, están allí.

Hasta donde yo he vivido es algo que lleva pasando todo este comienzo de siglo. Hay cierta esquizofrenia social porque mientras desde la política no para de hablarse del talento y la formación y lo cualitativo frente a lo cuantitativo como motor económico, al mismo tiempo siempre está el mismo cacique de turno esperándote en el primer trabajillo que coges. Habrá y hay excepciones, pero entiendo que cuando, según un buen número de informes, tanto privados como gubernamentales, casi la mitad de los trabajadores entre 16 y 29 años en España ingresan menos de 1.000 euros al mes limpios, el paisaje que te describo se sostiene.

Verás, el problema de los discursos que apelan a aquello que ha sucedido «de toda la vida» es que tienden a ser un tanto confusos. La esclavitud se abolió en España en el año 1821. Pero claro, de eso solo hace 200 años e históricamente podría decirse que más «de toda la vida» es que haya esclavos a que no. Es difícil concretizar históricamente los argumentos, yo lo entiendo, pero me parece que con lo de las horas es más sencillo. La jornada de ocho horas se fijó en 1919. Habrá nostálgicos para los que el concepto todavía no será «de toda la vida», pero yo creo que estamos en un punto donde con un siglo de historia debería bastar para entenderlo.

Todo esto, yo lo sé, es al mismo tiempo una situación tramposa, no porque lo dicho hasta ahora lo sea, sino porque básicamente es imposible entender el por qué la gente joven aguanta que uno de cada cuatro de ellos esté en el umbral de la pobreza sin comprender que hace años que caímos generacionalmente en una trampa. Como muchos pudimos estudiar lo que queríamos, fuimos a las universidades, a los institutos, y nos hicieron seres vocacionales, o al menos en busca de vocación. Confundimos el propósito vital necesario para estar vivos con el trabajo. Dejamos de lado la amistad, el amor o la familia para así auto-explotarnos sin ton ni son a nosotros mismos como tontos, sin necesidad ninguna de ese cacique de turno. Todo ha ido finalmente creando una maraña. De subjetividad y relatos banales sobre el éxito a costa de salarios bajos y supervivencia individual bajo una promesa que jamás se va a cumplir, te lo aseguro. De postre, ataques de ansiedad, de pánico, depresión. «La generación más preparada de la historia» es a su vez la más triste. Primero porque divide la dignidad salarial entre los que pudieron estudiar y los que no, y segundo porque ni aún así eso te garantiza nada. Nos llaman «tristes», claro. Ahora «vagos» por decir que no cuando te ofrecen una mierda de trabajo por cuatro perras. Y la clave de todo esto está ahí, en decir que no. Aunque no siempre se puede, por desgracia. Y así estamos. Hace tiempo, también te digo, que cuando veo al señor con corbata quejarse en el vídeo de marras cada cierto tiempo en las redes, ni me enfado. Es más, hasta sonrío una mijilla. No son pocos los que dicen ya sin vergüenza ninguna que las cosas «de toda la vida» valen menos que la vida. Es algo que sabe, de hecho, casi todo el mundo. Hasta el señor con corbata, que por eso se queja.

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