OPINIÓN

Hoy no es mi cumpleaños

Aceptando de vez en cuando la tristeza, que es necesaria a veces y equilibra el cuerpo, y por eso precisamente no debería acojonar tanto

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Fue ayer, en verdad. Y si soy sincero, tampoco me di cuenta salvo por los demás. Me pasa mucho últimamente, no sé si a ti también, que apenas me cercioro de las cosas si no es porque los otros están. Vale que uno mira al calendario y dice: «oye, que cumplo años y tal». Pero, ya te digo, si nadie te invitara ese día a una cerveza, te mandara un mensaje o te llamara para darte un abrazo, apenas tendría mucho sentido la fecha. Yo estoy bordeando ya los 30. 29 he cumplido esta semana. Y estoy bastante convencido del asunto.

Quizás es parte de crecer y todo eso. Del madurar, ya ves, como si fuera yo un aguacate. Pero volviendo al tema, te diría que cuando se nace uno no sabe que existe como tal, siquiera tiene conciencia propia, y sin embargo, muy pronto, cuando uno se da cuenta de que uno es uno, le entra el miedo y casi que pasa a ser lo más importante. Se preocupa de qué le pasa, de los cambios que le suceden en el cuerpo, de cómo se le voltea el corazón con ciertas cosas o se le enfría con otras. La mayoría del tiempo en ese tiempo reflexionamos si amamos porque amamos o amamos porque lo necesitamos. Luego uno crece y, al menos es lo que yo intento desde hace unos años, procura olvidarse un poco de sí mismo. En mi caso por aburrimiento, porque las cosas que yo tenga que decir se las necesitaría decir a alguien y si yo hablara solo todo el rato apenas tendría sentido hablar. Yo vivo porque hay otro. Es decir, en la ecuación, si hay alguien prescindible, ese soy yo.

Ahora está muy de moda lo del autocuidado. Y tiene sentido. Para la gente de mi edad, lo más grave es que uno ya no puede vivir sin preocuparse de que le pueda caer una depresión en cualquier momento. Por el curro, por la pasta, por la ausencia de un proyecto de vida. Pasa. A menudo. Casi siempre. Lo que yo no quisiera es que el término de marras, como pasa con todo lo 'auto' o lo que tiene que ver con mirarse el ombligo sanamente, sea el caballo de Troya para que el otro te importe un pepino.

Yo cuando me autocuido, de muchas y diversas formas, la verdad, con el tiempo me doy un poco de pereza. Quizás porque el término cuidar es algo enfermizo, patologiza. Debería ser temporal. Yo quiero cuidarme y que me cuiden cuando estoy mal, pero no puede ser todo el rato. De lo contrario, se acaba convirtiendo en un cerrarse al mundo. Y yo cuando siento que supero verdaderamente un bache, un despido, una muerte o un desamor, es en el mundo, no fuera de él. Te diría, además, que la precariedad ya hace lo suyo, porque no tener un duro es lo más parecido a enclaustrarse y la barrera más evidente para que apenas uno se emancipe y abra la puerta de casa.

A falta de pan, obviamente, aparecen los amigos. Que están para avisarte también el día de tu cumpleaños, pero sobre todo para los días en que no. Preguntando cómo estás y todo eso, claro. Pero, sobre todo, al menos en mi caso, recordándote lo importante que es mantenerse en la tierra, con los ojos abiertos, y dispuesto a descubrir lo que se te presente. Así afronto yo este año destino a la treintena. Aceptando de vez en cuando la tristeza, que es necesaria a veces y equilibra el cuerpo, y por eso precisamente no debería acojonar tanto. Más que nada porque existe el otro y puede uno intentar gozarla con él. Con la edad que sea. Eso es una suerte. Y, por fortuna, está en nuestra naturaleza más arraigada como humanos. Yo prefiero, antes de acabar enterrado, que los momentos en la que la nuca se me venga abajo y desgraciadamente me pierda por un momento lo que pasa, haya, si se puede, primero una caricia amiga y luego, cuando sea preciso, un cariñoso cate para alzar arriba la mirada.

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