Gabriel Albiac

Kósovo en Barcelona

Quienes, en Cataluña, acometan una sedición estarán declarándole la guerra a Europa

Gabriel Albiac

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La historia, esta vez, no va a repetirse. El error europeo fue brutal en los Balcanes. En aquel ciego cierre del siglo veinte, el final del largo ciclo de imperio soviético había dado coartada a todas las precipitaciones y a demasiados pasos en falso. El precio, aún sin saldar, de todo aquello fue ruinoso. Europa se da cuenta ahora de hasta qué punto era incurable la herida que contribuyó a abrir en la frontera más vulnerable del viejo continente. Ésa tras de la cual la selva yihadista acecha.

Lo que un día fue la precaria —pero tan conveniente— Yugoslavia, es hoy territorio salvaje: un mosaico de pequeños Estados, en buena parte fallidos. Ahora, a la merced de lo peor. Asomados al riesgo de convertirse en pequeños Afganistanes en ese costado de Europa que da sobre Turquía. Y que, más allá de ella, da sobre el caos.

El recién publicado libro de Alexis y Gilles Troude acerca del desorden balcánico (Balkans, la fracture. La base européenne du djihad) dibuja un retrato desolador del maremágnum que se tragó al territorio: describe un agujero negro sin otra ley que no sea la de la barbarie. La masiva ayuda económica europea se volatilizó en manos de quienes hubieran debido administrarla. Las mafias tomaron el poder: político como económico. Y, al final, en Bosnia-Herzegovina —y, aún en mayor medida, en Kosovo— han acabado por asentarse campos de entrenamiento yihadista cuyo objetivo no puede ser otro que el suelo europeo. La dinámica abierta por quienes entregaron el poder a un gang de narcotraficantes, la UCK, en el final de los años noventa, culmina su lógica. Los Balcanes son hoy territorio zombi.

Claro está que la UE nunca va a reconocer su responsabilidad en eso . Saldría moralmente demasiado caro. Pero, de la lección, todos han tomado nota. Y nadie va a repetir aquella disparatada aventura. Ni en la Cataluña de la CUP, Colau, Puigdemont y Junqueras , ni en ningún otro lugar del continente europeo. Ni la UE ni los Estados Unidos volverán a jugar a una derrota tan estúpida y tan cara. Y cualquier intento hoy de provocar la secesión unilateral de una nación nueva será aún más duramente tratado por los organismos internacionales que por el propio país contra el cual busque consumarse.

Puede que la asombrosa serenidad del Gobierno español ante la amenaza independentista catalana repose sobre esa certeza. Quienes, en Cataluña, acometan una sedición sin máscaras, a partir del próximo uno de octubre, no se estarán enfrentando al odiado " Madrit " de su infantil relato fantasmagórico; estarán declarándole la guerra a Europa. Y ni Bruselas ni Washington apostarán a otra cosa que no sea a aplastarlos. En el huevo mismo. No por amistad a España: los sentimientos nada cuentan en esto. Lo harán, sencillamente, porque el desmembramiento de una nación de la UE —cualquiera de ellas— supondría un cataclismo económico y social, cuyo coste, después de los Balcanes, nadie está ya dispuesto a pagar. Es historia aprendida. La gangrena no volverá a repetirse.

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