Charlín y la piel del diablo

Ni los achaques de la edad ni los veinte años que ha pasado en prisión le hicieron renunciar nunca a su condición de hampón de la cocaína

Álvaro Martínez

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Si en el Patio de Monipodio de la delincuencia nacional, donde habitan los canallas y granujas de una pieza, dieran un premio a la «trayectoria profesional» lo ganaría de calle Manuel Charlín Gama, patriarca del clan de los Charlines, que ayer, a la provecta edad de 84 años, fue detenido por andar aún en la droga. Ni los achaques de la edad ni los veinte años que ha pasado en prisión le hicieron renunciar nunca a su condición de hampón de la cocaína. Dos toneladas y media de polvo blanco planeaba descargar en la costa portuguesa junto a su hijo Melchor, también apresado ayer. La primera vez que fue detenido, allá por 1989, acababa de transportar 600 kilos de «fariña» desde Colombia. Pero para entonces ya había apañado una formidable fortuna delinquiendo, que le procuró casi sesenta inmuebles, tres millones de euros en Suiza...

En toda la comarca pontevedresa del Salnés nadie tosía a los charlines, que comenzaron con el contrabando, desde cobre y penicilina que colaban por la cercana frontera portuguesa hasta el «rubio americano de batea», de imponente comercio fuera del circuito legal del tabaco en los años sesenta y setenta. De ahí, al hachís y de este a la coca. Cómo no sería la afición delincuencial de la familia que la primera vez que Manolo fue apresado también pisaron el calabozo cinco de sus hijos y hasta dos nietas. No había celda para tanto Charlín...

Abierto el negocio, el clan tuvo que apencar, a veces a tiros, con la competencia que planteaban otros célebres clanes, como los liderados por Laureano Oubiña o Sito Miñanco. Este último se llevaría el accésit al «premio a la trayectoria», pues el pasado febrero volvió a ser detenido, 27 años después de que fuera a parar con sus huesos al otro lado de los barrotes cuando dirigía el desembarco de 2,5 toneladas de coca en la ría de Arosa. La cabra, como vemos, tira al monte.

Conviene no caer en la tentación de trivilizar el daño social que esta partida de mafiosos han causado. Están hechos de la piel del diablo y nunca la mudarán porque el narco es su vida, la misma que otros perdieron o vieron arruinada por la droga mientras ellos se hacía ricos.

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