Serrat arranca su último viaje por España: comienza en Murcia su gira de despedida

La plaza de toros de la capital dice adiós al más cantor de los poetas

El cantautor Joan Manuel Serrat, en la Plaza de Toros de Murcia, durante el concierto que arranca su gira de despedida de los escenarios tras 50 años sobre ellos EFE

Luis Ybarra Ramírez

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Ha hecho más por retener unos pocos versos en la memoria de algunos que muchas familias, colegios y entidades. Su eco sigue jugando en la playa, pero desde una agonía con carácter postrero . Se intuye cuando se acerca al micrófono con paso leve, eleva la mirada gacha y hace música entre las cenizas. El concierto que lo trajo este martes hasta la Plaza de Toros de Murcia es el primero en España de su gira de despedida: 'El vicio de cantar'. Después de más de cincuenta años de profesión, inicia su último viaje con la taquilla atestada para dos noches consecutivas. Unas pocas más, en realidad, si hilvanamos las ciudades que próximamente le esperan: de Bilbao a Barcelona cruzando entre medias el charco.

La herida que tiene en la garganta hace ajada esta miel que ya no sabe a regreso. Serrat se asoma al patio donde como enredaderas crecieron sus canciones y el público se marcha de su mano a transitar escenas que creían olvidadas: una luna enterrada en la arena y la carta sin buzón para Lucía, tan lejos ya de estas líneas. También Penélope en un andén y la sonrisa de un niño que sale de la escuela. Todos lo sabemos: es él. Las miserias subiendo a dormir y su lengua remando a fuerza de sangre y confeti. Para festejarlo todo. Para agradecer la acogida que siempre ha tenido su amplísimo repertorio. Incluso hoy, cuando nos dice adiós.

Golpe a golpe, verso a verso, va andando por el final de un camino que empezó a hacer justo cuando echó a andar, siguiendo así la fórmula machadiana. La voz ha dejado al poeta en los huesos. Y hay en él, en este punto, mucho más poeta que cantor . Recita. Trata de paladear. Se queda a solas junto a las remembranzas de un vibrato con el coquetea y batalla sin excesiva añoranza, pero con los ojos llenitos de ayer.

«Nos hemos hecho viejos», piensan algunos por esta plaza, como si lo llevaran escrito con un clavo en la frente que termina por arquear la piel. Pero lo que se han hecho, sobre todo, es testigos de una obra atemporal. Sus flores se han vuelto pavesas, pero conservan esa belleza natural de lo canónico. En la música de Serrat son bellos hasta los escombros . Y sigue quejándose: 'Dale que dale', 'Romance de Curro El Palmo', 'Señora', 'Para la libertad', 'Hoy por ti, mañana por mí', 'Hoy puede ser un gran día', ‘Aquellas pequeñas cosas’, primera en la que el ruedo corea, ‘Es caprichoso el azar’, ‘Cantares’, ‘Fiesta’, ‘Mediterráneo’… Al piano: Ricard Miralles, su cómplice, aunque otros instrumentos le armonizan: la guitarra, el violín, saxo… Quienes con sus acordes estrenaron el mundo y ahora gritan desde la silla, después de tanto.

En él bailan en corro Miguel Hernández y Antonio Machado. Amoríos y problemas medioambientales. Sus padres, a los que acaricia en 'Cançó de Bressol y ‘Pare’. También Alberto Cortez, Atahualpa Yupanqui, Benedetti, Sabina y otros personajes y autores que danzan con luz propia.

El más cantor de nuestros poetas gotea letras en un papel plagado de borrones que empujaron ideas claras. Abre la boca y cae la tinta. La vida se le escapa de las manos ante 6.000 personas. Solo alcanza a apuntar, con sorna: «En unos años podréis decir 'Yo estuve allí'. ¡Lo vi caer! Y dicho esto, se prohíbe toda nostalgia, porque todo es futuro. Gracias, amigos».

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