GOL. Joaquín remata a la red el preciso centro de Assunçao. / ÓSCAR CHAMORRO
Cádiz C.F.

Joaquín prolonga la agonía cadista

Un gol del bético a dos minutos del final impide el triunfo del Cádiz, que se adelanta tras un penalti convertido por Lobos El equipo amarillo, con el regreso de Pavoni al once, no hace un buen partido y para colmo la fortuna le da la espalda

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En ocasiones desesperadas está bien venderlo, pero el humo, por muy denso que sea, no impide ver la realidad. Y las lágrimas no asaltan más que por la impotencia, por las continuas decepciones, y por las nuevas. Por el sinsabor de ilusiones perdidas a sólo dos minutos de que las gargantas expandan el sí, sí, sí. Ahora es no, no, no, o, por lo menos, un lo tenemo regular con la cabeza gacha. Carranza pudo ver anoche con vida el último o penúltimo destello de la categoría dorada. Fue el más claro ejemplo de cómo de la mayor esperanza se pasa a la desilusión por un pelo. Más bien por el flequillo de Joaquín que, olvidando sus orígenes gaditanos, apuntillaba a sus hermanos tras desviar a la red la falta de Assunçao.

Primera mitad tediosa

Por ahí empieza y acaba todo. Porque ese gol destroza las mínimas ilusiones de que en siete partidos puedan enmendarse los errores del pasado, a la vez que afloran los numerosos del presente. Las cuentas ya no salen, el fútbol no acompaña, la fortuna es ahora más nociva que el tabaco y sólo queda rezar. Sólo un milagro, de los que pocas veces ocurren en el fútbol, pueden evitar la desgracia, que no la tragedia, como decía Antonio Muñoz.

Pues eso. El tanto del bético oculta una primera parte tediosa, horrible, un insulto a este deporte cada vez más denostado por la cobardía de los técnicos. La estrategia de ambos entrenadores era clara: balonazo arriba y a aprovechar algún descuido de la zaga o un rechace inesperado. La probabilidad le concedía a los amarillos dos primeras ocasiones a la linde del área que morían en el cielo.

Esos primeros minutos serían un espejismo, que se iría diluyendo conforme el Betis imponía su mayor calidad y toque en la medular. Un dominio sin pegada alguna, pero dominio. Amparado también por las facilidades de un equipo al que el cambio de sistema ha terminado por desorientar. El caso se ha instalado en defensa, la inoperancia en ataque continúa, el centro corre pero no las huele y la grada anima entre bostezo y bostezo. Entre tanto, el Betis de Curro Rivera toreaba al Cádiz. ¿Para qué hace falta una plaza de toros? Silencio sepulcral en Carranza a los treinta minutos, tal y como avisó Juanito, pero sólo era el tradicional silencio que precede a la tempestad. Robert tenía en su cabeza dos inmejorables ocasiones, pero una vez por culpa de su desviación de cuello y otra por la testa de un Varela que pasaba por ahí, el balón no lograba entrar en la meta de Limia. Únicamente De Quintana ponía algo de peligro al final de otra primera mitad desaprovechada, de las tantas que se han visto este año en el estadio.

El penalti que no es

Visto lo visto, el Cádiz lo encomendaba todo a su espectacular condición física (superior a muchos de sus rivales) y al instinto de supervivencia de un equipo con el agua al cuello y los tiburones merodeando. Y tras el descanso la imagen mejoraba. No hacía falta tocar pieza alguna, pues los mismos se entonaban en pos de una victoria imprescindible. Después de que Limia evitara el lío tras un paradón a Luis Fernández, los de Espárrago encerraban a los verdiblancos a base de córners, que al final no tenían fruto pues en todos los defensas rivales arrollaban a Paz impidiéndole el remate. Hasta tres penaltis sufrió el portuense.

Y va Megía, y pita el que no es, como casi siempre. El amigo de San Mamés señalaba como penalti un leve forcejeo entre Melli y Sesma que terminaba con el canario en el piso. Un piscinazo para aliviar el calor de la tarde. A falta de mejores argumentos, Lobos transformaba el penal con maestría, arriba y a la derecha de Contreras.

Superior físicamente

Al principio se pecaba de inexperiencia, pero poco a poco iban quedando demostradas las tablas adquiridas a base de golpes, como en los viejos tiempos. Joaquín burlaba a Vella pero pecaba de individualista y estrellaba su disparo en Limia. A partir de ahí, las aguas volvían a su cauce y los amarillos comenzaban a controlar la situación. Siempre al contragolpe y ante un Betis hundido y físicamente, los locales imponían su energía y a punto estaban de sentenciar con un lanzamiento ajustado de Estoyanoff que lamía el poste bético. La cosa se ponía de cara y ya todos los aficionados soñaban con el triunfo. Con el primer paso de camino a la resurreción, y con las palmas de una hinchada que no escatimaba ninguna para el día de hoy. Asomaba de nuevo la pancarta que rezaba un lo vamos a conseguir bien grande. El equipo se dejaba el alma y algún que otro órgano menos espiritual.

Hasta que llegaba el mazazo, porque llamarlo jarro de agua fría es ser demasiado condescendiente. Una falta tremendamente rigurosa de Bezares sobre Assunçao la botaría el carioca con el consiguiente peligro que eso entraña. Quedan dos minutos para el final, la defensa se concentra y Espárrago hace un último cambio en contra de la superstición futbolística que recomienda no tocar nada antes de un lanzamiento a balón parado. Introduce a Oli, que sólo llega para ver a Joaquín alzándose sobre la zaga amarilla y peinando el centro del brasileño que era medio gol. Un tanto que marcaba el corto paso entre la ilusión y la resignación de una afición que ya sólo puede agarrarse a las matemáticas para no tirarse por los bloques del campo del sur. La Segunda llama con impaciencia y sólo la Pilarica puede devolver el sueño al cadismo.