Así fueron los cinco asesinatos de Jack el Destripador
Jack el destripador nunca fue atrapado a pesar de los esfuerzos de la policía - ARCHIVO

Así fueron los cinco asesinatos de Jack el Destripador

Las víctimas, todas prostitutas, fueron encontradas abiertas en canal después de fallecer

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Las víctimas, todas prostitutas, fueron encontradas abiertas en canal después de fallecer

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  1. En la mente del asesino

    Jack el destripador nunca fue atrapado a pesar de los esfuerzos de la policía
    Jack el destripador nunca fue atrapado a pesar de los esfuerzos de la policía - ARCHIVO

    Han pasado ya 126 años desde que Jack el Destripador sorprendió al mundo con sus atrocidades, pero sus crímenes siguen estando hoy de actualidad. Tanto es así, que hace unos meses el investigador Russell Edwards realizó unos estudios de ADN a la prenda que llevaba durante el crimen una de sus víctimas y, para asombro de muchos, aseguró haber identificado al famoso asesino en serie. De hecho, tanto han calado sus crueles homicidas en la sociedad que los alumnos de criminología dedican una buena parte del curso a estudiar la forma en que éste criminal acabó con la vida de las cinco prostitutas y logró eludir después a las autoridades.

    A la luz de esto, ABC ha hablado con Vitorio Martín Humbría, graduado en criminología por la Universidad Europea de Madrid, para que trate de aportar luz sobre la pregunta que es imposible pasar por alto: ¿Qué sucede en la mente de un asesino como Jack el Destripador para que cometa atrocidades tales como extirpar el útero a una de sus víctimas?

    5 Preuntas a Vitorio Martín Humbría

    1 - ¿Cómo se crea un asesino?

    Hay varios factores que pueden favorecer la desviación de una persona hacia el crimen. Uno de ellos es la infancia. Esta etapa es muy perturbadora para los niños, y si la juntamos con ciertos factores psicológicos propios de la persona, pueden generarse algunas actitudes que derivan en violencia.

    Otro problema es que hay conductas que están muy normalizadas y a las que no se les presta atención durante la infancia. Algunos factores claros para indicar una posible psicopatía es, por ejemplo, torturar pequeños animales o ser un pirómano. Esto no significa que si te dedicas a molestar a un insecto vayas a ser un asesino en serie, pero, si esa actitud degenera en otras peores, hay que tener cuidado.

    A su vez, y solo a título de ejemplo, hay que tener en cuenta el factor de la incontinencia. Nuevamente, esto no quiere decir que todos los niños que padezcan incontinencia vayan a ser criminales, pero sí hay datos que demuestran que un considerable número de asesinos no controlaron sus necesidades durante la infancia.

    2 - ¿El asesino nace o se hace?

    El asesino, usualmente, se hace. El ejemplo claro para demostrarlo está en la televisión. Por ella vemos día sí y día también cosas horribles que hace la gente, pero nos llaman la atención porque las entendemos como algo raro, algo que no es natural en el ser humano. Si esas actitudes fueran propias del hombre no nos llamarían la atención. Sin embargo, no hay que olvidar que, en algunos casos, hay una enfermedad mental detrás de los llamados asesinos psicóticos.

    3 - ¿Qué influencia tienen los factores externos al ser humano a la hora de «crear» un asesino?

    Pueden ser importantes. Un factor a la hora de que una persona se convierta en un asesino en serie o un psicópata es la frustración. Esta se puede generar por no haber logrado unos objetivos determinados o por haber pasado por una situación traumática.

    Los asesinos son personas perfectamente normales a los que un día les deja su mujer, sus hijos les retiran la palabra o les echan del trabajo. Son gente que trata de vivir con su dolor hasta que entran en su oficina y matan a siete personas para luego suicidarse porque no pueden vivir consigo mismos.

    Un conocido asesino llamado Ted Bundy se desmoronó cuando una mujer a la que pretendía seducir le rechazó y descubrió que su hermana era en realidad su madre. Para él, que ya era un poco desequilibrado, fue un shock tan grande que terminó odiando a las mujeres y perdió todo contacto con la realidad.

    4 - ¿Odiaba Jack el Destripador a las mujeres?

    Jack el destripador era un asesino en serie con un claro elemento de misoginia. Esta pudo ser producida por múltiples causas, desde que su madre le pegó de niño, hasta que tenía una hermana que sentía desprecio por él. Todo ello, además, estaba favorecido por el tipo de sociedad en la que vivía (que era absolutamente machista).

    5 - ¿Por qué cree que atacaba a prostitutas?

    Que eligiera asesinar a mujeres puede asociarse a la misoginia, pero que fueran prostitutas puede estar relacionado meramente con la facilidad para cometer los crímenes. Jack quería buscar presas fáciles, mujeres que se acercaran a él bajo la promesa de dinero y a las que se pudiera llevar hasta calles oscuras sin que sospecharan. Una persona normal no va a acompañar a un hombre encapuchado hasta un callejón apartado, pero una prostituta sí.

  2. Mary Ann Nichols: comienza el reino del terror

    Mary Ann Nichols, tras haber sifo asesinada por Jack el Destripador
    Mary Ann Nichols, tras haber sifo asesinada por Jack el Destripador - WIKIMEDIA

    Aunque existe controversia sobre el número de víctimas de Jack el Destripador (algunos atribuyen a este asesino más de 11 crímenes en Londres) las autoridades únicamente pudieron imputarle cinco tras las investigaciones oportunas. Todas sus víctimas fueron mujeres y, más concretamente, prostitutas, lo que que ha degenerado en todo tipo de elucubraciones.

    Mary Ann Nichols: el infierno se desata

    El primer y terrorífico hallazgo sucedió el 31 de agosto de 1888. Aquel día todo parecía normal en «Whitechapel» («Iglesia blanca», que diríamos por estos lares), uno de los barrios más pobres de Londres. Al menos, todo lo normal que podía ser un distrito en el que las prostitutas campaban por doquier entre las calles empapadas de lluvia y los ladrones intentaban «ganarse» la vida a la vez que trataban de evitar a los agentes de la ley.

    Una de estas meretrices, muy famosa entre los pobladores del lugar, era Mary Ann Nichols, más conocida como Polly en su reducido grupo de amigas y entre su amplio elenco de fugaces amantes británicos. De 42 años, la mujer había pasado por mejores épocas en lo que a belleza se refiere, pero aún se jactaba de poder encandilar a cualquiera con los dólares suficientes como para pagar sus servicios. Al fin y al cabo, solía estar bastante solicitada entre los habitantes del barrio.

    Aquella noche, se puso su mejor sombrero para salir a buscar sujetos que le costearan, relación sexual de por medio, el alquiler de la habitación en la que vivía. Y es que, aunque había tenido el dinero del alojamiento en varias ocasiones en el bolsillo, se lo había gastado en bebida hasta en cuatro ocasiones. Para Polly, las prioridades eran las prioridades, y pasar una noche bajo techo no se podía comparar con el placer de un buen lingotazo cayéndole por la garganta.

    Pero la suerte fue esquiva con ella y quiso que diera con el cliente equivocado. Horas después de iniciar su jornada laboral ocurrió el desastre. Corrían las 3 y 45 de la madrugada cuando un silbato policial indicó la aparición de Polly. Estaba tirada en el suelo y con la mirada perdida. Ya había sido encontrada antes por unos mercaderes que, pensando que se había caído redonda por ir hasta la coleta de alcohol, la habían dejado donde se encontraba. Sin embargo, no habían visto que de ella ya sólo quedaba un cuerpo inerte, pues había sido asesinada brutalmente con un tajo que le recorría de izquierda a derecha la garganta.

    La autopsia

    Lo que el asesino había hecho a su cuerpo no era mejor, pues había abierto su vientre en canal dejando a la vista sus entrañas. «Su cadáver, encontrado en plena acera, exhibía un amplio tajo en la garganta acompañado de profundas heridas que habían abierto su abdomen y su región genital dejando al descubierto sus vísceras», explica Gabriel Antonio Pombo en su popular libro «El monstruo de Londres». Fue la víctima que inauguró el reino del terror del que, poco tiempo después, fue llamado Jack el Destripador.

    Mapa del distrito de «Withechapel» y de los lugares donde se sucedieron los asesinatos

    Una vez examinada -y según explica Janire Rámila (profesora de Criminología y Derecho en la UEM y experta en Criminología Clínica) en su libro «La maldición de Whitechapel»- el forense determinó pormenorizadamente las vejaciones a las que había sido sometida Polly. El diagnóstico post mortem estaba claro: alguien le había propinado múltiples cortes por todo el cuerpo. Uno de los más profundos era el que iba desde el abdomen al diafragma, aunque también se apreciaban varias incisiones similares en el costado derecho y múltiples más en sus partes íntimas. Sin embargo, una de las cosas que más llamó la atención al doctor es que los brazos del cadáver aún estaban calientes.

  3. Annie Chapman, un cruel y crudo asesinato

    A Annie Chapman, la segunda víctima de Jack, le fue extirpado el útero
    A Annie Chapman, la segunda víctima de Jack, le fue extirpado el útero - WIKIMEDIA

    Durante los días siguientes, y tras la muerte de Polly, el miedo comenzó a crecer como la bruma en las calles de «Whitechapel». La incapacidad de la policía para encontrar al brutal asesino tampoco ayudó a calmar las cosas. No obstante, como el tiempo todo lo cura, y al haber sido una prostituta la fallecida, la vorágine del día a día acabó por sepultar aquel cruel y desconcertante crimen. La vida, en definitiva, siguió en el paupérrimo barrio después de que las autoridades determinaran, simple y llanamente, que la meretriz había sido asesinada por «persona o personas desconocidas». En este caso, no habría castigo para el culpable.

    Pero el asesino aún no había terminado su inhumana tarea. Su siguiente víctima fue Annie Chapman, una británica de cuarenta y cinco años a quien sus amigos conocían por el nombre de «Anniela la Morena». Bajita y regordeta, esta mujer había realizado todo tipo de trabajos tales como cuidar de ancianos o hacer de vendedora ambulante. Sin embargo, la necesidad la terminó obligando a vender su cuerpo a cambio de unos pocos billetes. Casada y con dos hijos, como bien explica Antonio Pombo en su libro «El monstruo de Londres » había sido abandona por su marido debido a su obsesión por la bebida, lo que agravaba aún más su situación.

    El 8 de septiembre de 1888 fue la última vez que alguien vio con vida a Annie. Al parecer, la persona que tuvo esta suerte fue Elizabeth Darrel, una mujer que –a la altura del número 29 de la calle Hanbury (no muy lejos del lugar en el que fue encontrada Mary Ann)- se percató de que la prostituta estaba hablando con un cliente cerca de una apartada callejuela. Sabedora de cuál era el trabajo de la mujer, la testigo simplemente se limitó a mirar para otro lado, aunque, antes de marcharse, escuchó perfectamente como la meretriz aceptaba un trato con el sujeto. Había encontrado, como sucedía siempre a altas horas de la noche en «Whitechapel», a un hombre que estuviera dispuesto a soltar unas monedas por su cuerpo.

    Tiempo después, a las 5:55 de la mañana, Annie fue descubierta por un mozo de cuadra llamado Jhon Davis. Este joven se encontró a la prostituta sentada en el suelo de la calle con la cabeza baja y, según explica la profesora Janire Rámila en su libro, con la mano izquierda sobre uno de sus senos. Cuando el chico avanzó hacia la meretriz, se dio cuenta de que la mujer había muerto, pues su cuello lucía un profundo tajo y, en uno de sus hombros, alguien había puesto sus intestinos. A simple vista se podía apreciar que su útero había sido extirpado, además de algo muy curioso: el desaprensivo que había cometido el crimen había dejado las escasas pertenencias de la mujer en perfecto orden frente a ella: un pañuelo, un peine y un cepillo de dientes.

    La autopsia

    Para el forense, el reconocimiento fue dantesco. «El médico encontró que el rostro y la lengua de la mujer estaban hinchados y que había magulladuras en su cara y su pecho, el dedo anular presentaba también señales de abrasión donde los dos anillos de latón [que portaba la víctima] habían sido sacados a la fuerza. El cuello había sido cortado de izquierda a derecha con dos incisiones paralelas bien determinadas como a un centímetro de distancia una de otra», destaca Gabriel Antonio Pombo en su popular libro «El monstruo de Londres». A su vez, según explicaron las autoridades en base a la fuerza del ataque, el asesino había intentado decapitarla.

    Pero lo peor –al igual que había sucedido en el anterior caso-, es lo que el asesino había hecho a su cuerpo tras la muerte. «El abdomen había sido abierto por completo y una parte de los intestinos, seccionada de su sostén mesentérico, colocada en el hombro izquierdo de la mujer postrada; mientras que, de la región pélvica del cuerpo, el útero y los ovarios, parte de la vagina y una parte de la vejiga habían sido seccionadas totalmente y arrancados. [El forense] comprobó que la causa de la muerte fue un sincope o fallo del corazón debido a una pérdida masiva de sangre por el cuello cortado», explica el experto.

    Una operación difícil

    Pero ¿en qué consiste realmente una operación tan compleja como la de extirpar un útero? José María Jover, Secretario General de la Asociación Española de Cirujanos, explica a ABC como se lleva a cabo este proceso: «El útero es el órgano reproductor femenino de la mayor parte de los mamíferos. La operación consiste en disecar, ligar y cortar los vasos sanguíneos que lo nutren y cortarlo en su unión con la vagina. Evidentemente la operación no es sencilla y requiere conocimientos anatómicos, quirúrgicos y -por supuesto- experiencia si se quiere llevar a cabo en un paciente vivo».

    Por el contrario, la situación es bien diferente cuando esta operación se realiza en un fallecido. «En un cadáver es bastante más sencillo. La histerectomía (extirpación del útero) o cualquier otra operación consisten en hacer correctamente la técnica quirúrgica y mantener al enfermo con vida y con las menores secuelas posibles. Si alguien extirpa el útero en un cadáver se entiende que no hacerlo correctamente, es decir hacerlo bien o mal no tiene consecuencias. En un cadáver además no importan nada el hacer una correcta hemostasia (que el paciente no sangre tras la operación) ni se necesitan medidas de asepsia (condiciones de esterilidad para evitar las infecciones postoperatorias)», finaliza el experto que, a pesar de todo, señala que es necesario contar con un gran conocimiento anatómico y quirúrgico para poder llevar a cabo una intervención de este tipo.

  4. Elizabeth Stride, una víctima sin destripar

    Hallazgo del cadáver de la tercera víctima del destripador
    Hallazgo del cadáver de la tercera víctima del destripador - ARCHIVO

    Tras el asesinato de Annie, el terror tomó a los vecinos de «Whitechapel» (los cuales no entendían como las autoridades no daban caza a este cruel asesino). Tal era el desconcierto, que el vecindario se tomó la justicia por su mano y organizó varias patrullas nocturnas para reforzar las rondas policiales y encontrar al criminal. Las autoridades, por su parte, detuvieron a un sospechoso, un zapatero que quedó libre a las pocas horas por falta de pruebas. El desconcierto era absoluto en el pequeño barrio.

    No obstante, estas medidas no fueron suficientes para salvar a Elizabeth Stride, una prostituta de 45 años de origen sueco más conocida entre sus clientes como «Long Liz» (Liz la larga). El apodo le venía realmente como anillo al dedo, pues contaba con una altura considerable que era además acentuada por una delgadez y desnutrición de importancia. Al igual que sus compañeras de profesión, esta mujer había vivido tiempos mejores en lo que ha juventud y belleza se refiere (algo que demostraba el que apenas tuviera dientes en la parte inferior de la mandíbula) pero eso no la impedía atraer la atención de multitud de hombres.

    Según determinó la policía, el asesinato de Liz se produjo en la noche del 29 de septiembre. Aquel día, esta mujer decidió abandonar la seguridad del albergue en el que vivía para salir a buscar clientes. Para su desgracia, no la detuvo el que estuviera lloviendo a cántaros ni el frío. Quizás quisiera obtener algo de dinero para poder comer al fin, pues llevaba meses mal nutriéndose con aquello que encontraba.

    Sea como fuere, lo cierto es que, en plena noche, la meretriz se hallaba ejerciendo su profesión en una callejuela cerca de un local político (el Club Educativo de la Internacional Obrera) en Berner Street. El lugar invitaba a un encuentro sexual fugaz con la prostituta, pues estaba mal iluminado y eran pocos los que pasaban por allí.

    El hallazgo

    No hubo que esperar mucho hasta que un vendedor ambulante encontró el cadáver de Liz a altas horas de la noche (apenas 20 minutos después de que el agente de policía que vigilaba esa zona se hubiera cerciorado de que todo estaba bien en la calle Berner). Así narró el suceso la posterior recreación del hecho realizada por la policía: «A la una de la madrugada, Louis Diemschutz, administrador del Club Educativo Internacional de Trabajadores en la calle Berner, regresó al club con su pony y su carro. Pese a lo avanzado de la hora, los ocupantes del club seguían divirtiéndose, bailando y cantando».

    Pocos segundos después, el asesinato fue confirmado: «Al dar la vuelta para entrar al callejón, el pony de Diemschutz se asustó y se negó a seguir. Tras una segunda negación del pony, Diemschutz se bajó del carro y, percibiendo un obstáculo en la oscuridad, hurgó con su fuste. Algo yacía en los adoquines, pero Diemschutz no pudo distinguir lo que era hasta que no encendió una cerilla. En el segundo de iluminación que le proporcionó la cerilla encendida, antes de que la brisa nocturna la apagara, el administrador vio el cuerpo de una mujer. Su primer pensamiento fue que la mujer se encontraba borracha. Entró al club a buscar una vela y, seguido por varios miembros del mismo, regresó al callejón. Levantaron a la mujer y vieron una herida en su cuello. Su ropa se hallaba mojada, pues había llovido ligeramente, y su cuerpo estaba todavía tibio», señala el texto.

    Una víctima sin destripar

    Cuando las autoridades llegaron a la escena del crimen se percataron de que la fallecida era Liz, aunque, curiosamente, su asesinato no compartía el patrón de los anteriores. La razón era sencilla: su cuerpo no había sido destripado. Sin embargo, como su cuello contaba con un profundo tajo que iba de izquierda a derecha (algo ya clásico entre las víctimas del monstruo de «Whitechapel») la policía determinó que el asesino había querido seguir su habitual procedimiento con el cadáver pero, al percatarse de la llegada de un hombre con un carro, había huido. Eso explicaría el que su cuerpo estuviese aún caliente y que el guardia que había pasado hacía pocos minutos por esa calle no lo hubiese visto. El asesinato se había producido a toda velocidad.

    Cerca de la escena del crimen, la policía encontró un delantal manchado de sangre. Al parecer, el asesino lo había usado para limpiarse las manos antes de huir de las autoridades. A su vez, en ese mismo lugar, el Destripador detuvo sus pasos para escribir un mensaje en la pared que terminaría de desconcertar a los detectives que le perseguían: «Los judíos no serán culpables de esto».

  5. Un crimen que no debió sucederse: Catherine Eddowes

    Al no poder culminar su anterior crimen, el asesino destripó a esta prostituta
    Al no poder culminar su anterior crimen, el asesino destripó a esta prostituta - ARCHIVO

    Catherine Eddowes fue la cuarta víctima de Jack el Destripador. Su cuerpo sin vida fue encontrado en la noche del 29 de septiembre, la misma en la que fue asesinada Elizabeth Stride. Al parecer, y según estableció la policía, el criminal se había sentido tan frustrado por no haber podido destripar a su anterior víctima ante el riesgo de ser descubierto, que salió en busca de una nueva meretriz a la que quitar la vida.

    Catherine tenía 46 años cuando fue asesinada. Aquel día, concretamente, había salido pronto de la habitación en la que vivía junto a su amante para emborracharse –algo que solía hacer con asiduidad-. No pasaron muchas horas hasta que fue descubierta por la policía absolutamente harta de alcohol. Sin poder dar un paso, fue llevada hasta la comisaría de policía, donde –como se suele decir- pasó la borrachera entre rejas. Por la noche pidió ser liberada, algo que los agentes aprobaron por considerar que ya se encontraba lo suficientemente serena como para llegar hasta su hogar sola.

    Esa fue su sentencia de muerte pues, cuando caminaba cerca de la plaza Mitre (a pocas calles del lugar en el que había sido asesinada Elizabeth Stride) se topó con un hombre con el que habló durante un corto periodo de tiempo. Por entonces, el reloj marcaba aproximadamente la 1:30 de la madrugada, momento en que el guardia destinado en aquella calle (Edward Watkins, con 17 años de experiencia en el cuerpo) acababa de revisar la zona y se había marchado para continuar con su ronda. ¿Casualidad, suerte o planificación?

    A día de hoy, existen muchas teorías sobre la forma en la que el Destripador encandiló a Catherine. De hecho, se cree que, simplemente, la obligó por la fuerza. Sucediera lo que sucediese, lo cierto es que aquel extraño sujeto fue la última persona con la que habló la prostituta antes de que ésta exhalara su último aliento.

    El hallazgo del cadáver

    Apenas 15 minutos después de haber abandonado la calle Mitre, y como bien señala la profesora Janire Rámila en su libro, el agente descubrió el cadáver. En palabras de la experta, el cuerpo fue encontrado boca arriba, con los brazos extendidos hacia los lados y las palmas vueltas. Sobre ella, la ropa estaba recogida hasta el pecho dejando ver sus partes íntimas y el cruel trabajo del asesino, que le había propinado un terrible tajo desde el esternón hasta la vagina. El policía también observó que los intestinos habían sido sacados del vientre y habían sido situados encima de su hombro derecho.

    «Watkins nunca había visto algo como lo que yacía ante el haz de su lámpara esa noche. Atravesó la plaza corriendo, hacia el almacén de Kearley and Tongue, para pedir ayuda al velador de noche. Tocaron su pito varias veces y a todo volumen, como se hacía tradicionalmente, y los refuerzos llegaron rápidamente. Mandaron llamar al doctor George Sequiera, que vivía en el barrio, y el inspector Collard llegó con el doctor F. Gordon Brown, el médico de la policía. El comandante Henry Smith, comisario en funciones de la policía de la City, […] se vistió inmediatamente y se apresuró a llegar a la escena del crimen en un cabriolé con tres detectives […]. La identificación de la víctima no significó mucha paz mental para el comandante Smith cuando se enteró de que […] la mujer había estado bajo la custodia de la policía por borrachera esa misma noche», destaca Gabriel Antonio Pombo en «El monstruo de Londres»

    El análisis forense determinó que el asesino había empleado una violencia desmesurada con el cuerpo de Catherine. Para empezar, el Destripador le había rajado el cuello a su víctima con un corte de unos 17 centímetros de extensión. Este fue, según la autopsia, el que la mató al provocarle una pérdida severa de sangre a través de la herida. Por otro lado, y según determina Janire Rámila en su libro «La maldición de Whitechapel», en la cara de la prostituta había varios tajos más que se extendían de la nariz hasta la mandíbula izquierda. A su vez, el criminal también le había cortado la punta de la nariz, los párpados inferiores, y las mejillas.

    Su cuerpo tampoco quedó exento de vejaciones. Así pues, Jack el Destripador no tuvo reparos en dividir el abdomen de la prostituta en dos y realizarle multitud de incisiones. Además, extirpó a Catherine una considerable parte de su útero y su riñón izquierdo, una operación de gran envergadura para haberse realizado en diez minutos (el tiempo que según la policía, duró el asalto). Tampoco se libraron de su brutalidad algunas partes de su cuerpo como el hígado, el páncreas o el bazo, las cuales fueron acuchilladas repetidas veces. Finalmente, y como en casi todas las víctimas anteriores, sus intestinos habían sido extraídos de su vientre.

  6. Mary Jane Kelly, el broche de oro

    Mary Jane Kelly, ya fallecida, cuando fue encontrado su cadáver
    Mary Jane Kelly, ya fallecida, cuando fue encontrado su cadáver - WIKIMEDIA

    Durante el mes de octubre, «Whitechapel» vivió un tiempo de extraña calma en el que Jack el Destripador no perpetró (que se conozca) ningún asesinato más. Pero eso no tranquilizó a los habitantes del barrio ni a las autoridades. Estas últimas, de hecho, comenzaron una campaña de publicidad para tratar de llevar la calma hasta las calles, su mensaje era claro: no se detendrían hasta que el criminal fuese detenido (de hecho, llegaron a usar dos conocidos perros policía que, aunque famosos por su capacidad para rastrear, no tuvieron ningún éxito). Por su parte, las patrullas vecinales se intensificaron y afirmaban estar dispuestas a dar su merecido a este cruel asesino si lo encontraban vagando en plena noche usando las callejuelas como escondite.

    Con todo, la llegada de la fiesta del Lord Mayor (en la que se elegía a un nuevo alcalde) terminó calmando un poco los ánimos y proporcionó un momento de evasión a los ciudadanos de «Whitechapel». La tranquilidad pareció detenerse incluso en el mugriento hogar de Mary Jane Kelly, una bella prostituta de 25 años residente en un pequeño apartamento alquilado de la calle Dorset.

    Es cierto que la calma había llegado hasta este hogar en lo que se refiere a Jack el Destripador, pero las cosas eran diferentes en el resto de ñambitos . Y es que, Mary Jane debía algo más de una libra a su casero (un dinero considerable en aquella época).

    La noche fatídica

    En la mañana del 9 de noviembre, todo parecía normal en Miller's Court. Las prostitutas hacían su trabajo, los carteristas trataban de sacar algo de dinero a aquellos que disfrutaban de la fiesta del «Lord Mayor», y los policías se dejaban ver por la zona. Sin embargo, la felicidad era relativa para John McCarthy, quien no paraba de contar las monedas que tenía frente a sí esperando que, al final, se multiplicaran por arte de magia. Mary Jane Kelly le debía un buen dinero, y sabía que, o se ponía firme, o no se lo pagarían nunca. Por ello, envió a uno de sus empleados (un antiguo militar) a la habitación de la meretriz para que le recordara que no se libraría de sus deudas.

    El reloj marcaba las 10:45 de la mañana cuando el hombre llamó a la puerta. No hubo respuesta. Una vez más. Silencio absoluto. ¿Estaría dormida la chica? Desesperado, el enviado se acercó a una ventana de la habitación y escudriñó –por un agujero en el cristal- lo que sucedía en el interior. El panorama que halló no pudo ser más repulsivo: Mary Jane Kelly (o lo que quedaba de ella) yacía sobre el colchón de su habitación, casi nadando en sangre y suciedad. Inmediatamente, el sujeto corrió e informó a su jefe de lo sucedido. Al poco, y como cabía esperar, el lugar estaba hasta los topes de agentes. Jack el Destripador había vuelto a atacar.

    «El mutilado cadáver tuvo por descubridor a Thomas Bowyer, conocido como “Indian Harry” por tratarse de un militar retirado del ejército inglés de la India que mejoraba los ingresos de su magra jubilación trabajando como empleado de comercio al servicio de Mr. JohnMc Carthy, dueño de las miserables habitaciones ocupadas en su mayoría por mujeres de la vida como la difunta Kelly. En horas de la mañana del domingo 9 de noviembre de 1888 el dependiente se apersonó al número 13 de Miller´s Court para tratar de cobrar la renta adeudada, [y se encontró con el cadáver]», destaca Gabriel Antonio Pombo en su libro «El monstruo de Londres».

    La autopsia

    Tras derribar la puerta, y tras reprimir las ganas de vomitar (algo, por otro lado, normal tras la visión de aquella escena) las autoridades y el forense iniciaron su particular análisis del cadáver de la desdichada. A primera vista, el cuerpo de Mary Jane Kelly yacía tumbado en la cama, y apenas se podía distinguir que era ella debido a la violencia con la que se había cometido el asesinato. «Sobre la cama empapada de sangre yacía todo lo que quedaba del cuerpo de la muchacha. Estaba desnuda, aparte de un menguado camisón», determina el experto.

    Según determinó el médico encargado de la autopsia, el asesinó atacó a la joven de frente (algo que no solía hacer) propinándole un corte en la garganta que provocó su muerte. Después de ello, y demostrando una violencia brutal, clavó en varias ocasiones el arma en la cara de la víctima, provocándole heridas desde las que –como explica Janire Rámila- se podían apreciar los huesos del cráneo. Después de ello, terminó con su rostro al cortarle la nariz y las orejas.

    En lo que respecta al cuerpo de Kelly, Jack no había tenido piedad y lo había destripado de arriba abajo. «Tenía el estómago rajado, completamente abierto. Le habían seccionado los pechos y fragmentos de piel arrancados de la cara y los muslos yacían junto al cuerpo despellejado. Los riñones, el hígado y otros órganos estaban esparcidos alrededor del cadáver, que tenía los ojos muy abiertos, con una mirada fija y aterrorizada en el rostro mutilado y desfigurado», finaliza Pombo.

    A su vez, y por primera vez en los cinco asesinatos que se le atribuyen, el criminal había extirpado el corazón a su víctima, una operación sumamente compleja que comienza abriendo el pecho de la víctima. «Para extirpar el corazón de un cadáver hace falta cortar, en primer lugar, todos los vasos sanguíneos que entran o salen de él», explica a ABC José María Jover.

    En este sentido, el doctor también afirma a este diario que, para realizar dicha operación, es necesario contar con un conocimiento más avanzado del cuerpo humano que el común de los ciudadanos: «Para hacer esta operación en un ser vivo hace falta ser un cirujano experto. Para extirparlo en un cadáver con finalidad de hacer una autopsia también hace falta ser un anátomo patólogo experto para sacar los órganos correctamente y sin deteriorarlos. Finalmente, para extirparlo de cualquier manera hace falta solo unos conocimientos anatómicos de donde están los órganos y lo que hay que cortar para extirparlos».

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