A la izquierda, Nacho Carretero, autor de «Fariña»; a la derecha, Manuel Jabois, que firma «Nos vemos en esta vida o en la otra»
A la izquierda, Nacho Carretero, autor de «Fariña»; a la derecha, Manuel Jabois, que firma «Nos vemos en esta vida o en la otra» - LOLA GARCÍA GARRIDO Y JEOS M

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Una ruta por Galicia a pie, pero también a través de la no ficción. La que va de Nacho Carretero a Manuel Jabois

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De Santiago de Compostela a Sanxenxo se concentran algunas de las firmas más notables de la literatura española. C., a quien visito todos los veranos desde que ABC lo reclamó en Galicia, me propuso hacer la ruta literaria de la Ría de Arousa. En Santiago desayunamos en el Café Derby: en sus mesas de mármol, congeladas desde el 36, Valle-Inclán pasó el último año de su vida. Luego nos sentamos junto a su estatua en el banco de la Alameda. Visitamos las tumbas de Castelao y Rosalía de Castro en el Panteón de Gallegos Ilustres.

La sombra de Rosalía la seguimos en Padrón, en la casa donde murió. Y de allí a Vilanova de Arousa, lugar de nacimiento de Julio Camba

. No hubo manera de entrar en la casa-museo del celebrado articulista de ABC y su hermano, el escritor Francisco Camba. Estaba cerrada. En la casa-museo de Valle-Inclán –allí se supone que vino al mundo este escritor– tampoco sabían nada. Dejamos de insistir cuando nos sugirieron que un busto callejero de Camba era más interesante que la casa.

Vilanova, cuna de grandes escritores, fue en los años 90 uno de los puntos de entrada de la cocaína colombiana en Europa. Pero eso lo descubrí más tarde, cuando leí «Fariña».

Nacho Carretero hace en «Fariña» (Libros del K.O.) un recorrido de la Ría de Arousa bien distinto al mío. En la guía de la ruta literaria que conservo, Vilanova es el lugar de nacimiento de Valle-Inclán y los Camba; en el libro del reportero coruñés es la localidad en la que se hicieron fuertes los «charlines», el «clan a la siciliana encabezado por el patriarca Manuel Charlín». Muchos de sus hijos, sobrinos y nietos, dice Carretero, «siguen en el negocio de la cocaína y del hachís». Vilagarcía de Arousa, inspiración del poeta Ramón García Lago, fue la base de Laureano Oubiña, el «capo» del hachís en Galicia. Desde Illa de Arousa, otro punto señalado en la guía literaria, Marcial Dorado «dirigió la mayor banda de contrabandistas de tabaco de Europa». En Cambados, donde reposan la mujer y un hijo de Valle-Inclán, «Sito Miñanco» se convirtió en el «Escobar de la ría»: «Es el capo más poderoso que ha conocido Galicia, socio directo del cartel de Cali».

El éxito de «Fariña» –va por su sexta edición y Antena 3 emitirá una serie– es de lo mejor que le ha pasado a la no ficción española en los últimos meses. La crónica, cuando se hace con rigor, cuida su edición y aborda temas que de verdad interesan, tiene público. Carretero no busca un estilo preciosista, sino que recoge testimonios y pone orden a una realidad a menudo desatendida por los medios. «No se debe olvidar lo que todavía no ha terminado», escribe el autor.

A la Fundación Camilo José Cela, desde la casa-museo de Rosalía de Castro, se llega en un paseo de quince minutos. Frente al edificio, en la Iglesia Santa María Iria Flavia, está la tumba del Nobel gallego. Las visitas a la Fundación son guiadas. Mientras observábamos las primeras ediciones de los libros de Cela, los retratos que le dibujaron, sus manuscritos, nos advirtieron de que venía el cien aniversario de su nacimiento. En ninguno de los reportajes que se han publicado por la efeméride he reconocido tanto a Cela como en su colección de palanganas y en las botellas que vació con sus amigotes, Hemingway y Pla entre ellos. También se conserva el escritorio de trabajo del escritor tal y como quedó antes de morir: sobre la mesa hay un especial de ABC Cultural del 5 de mayo de 2001 titulado «Cela. 85 años de pasión literaria».

Cela no solo escribió, editó y censuró libros. También publicó columnas en prensa, la especialidad de Francisco Umbral. «Camilo José vive la sensación literaria de que se prolonga un poco en mí», dijo Umbral antes de renegar de quien fue su «padre literario» y llamarlo mal articulista. Ahora comparan a Manuel Jabois con Umbral, y él, Jabois, de Sanxenxo, donde veraneaba Emilia Pardo Bazán, tampoco acepta esta comparación. «Yo no escribo como él», dice entrevistado por «GQ». En el libro «Nos vemos en esta vida o en la otra» (Planeta), Jabois se cambia el traje de columnista por el de reportero yanqui. «Mi amigo Juan Tallón me dijo: “¿Por qué no haces algo totalmente distinto de lo que se espera de ti?”». Y, con los recursos que usan los mejores escritores de la no ficción estadounidense, Jabois relata la vida de Gabriel Vidal «Baby», el menor de edad que transportó de Avilés a Madrid los explosivos de los atentados del 11-M. Es una crónica adictiva, contada sin artificios. No sobra una sola palabra. «Cuando tengo una buena fuente directa a lo que ha ocurrido yo ahí no aparezco nunca. No tengo metáforas, no tengo subordinadas, intento ser lo más objetivo posible», explica a «GQ». «Si me ves escrito algo muy preciosista, seguramente sea porque tampoco tengo muchas cosas que contar», dice. Con esta respuesta, Jabois diferencia escribir bien de escribir bonito. Su último libro es más que recomendable; sus columnas solo son bonitas.

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