William F. Buckley y Gore Vidal
William F. Buckley y Gore Vidal - MAGNOLIA PICTURES

Ajuste de letras - William F. Buckley y Gore VidalLos mejores enemigos

Gore Vidal y William F. Buckley se enfrentaron en diez debates. Unos careos que cambiaron la forma de hacer televisión

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La CBS tenía a Walter Cronkite, «el hombre más fiable en Estados Unidos». Y la NBC, a Huntley-Brinkley. La ABC era la tercera y última cadena de la parrilla televisiva. Su programación era la más débil y sus servicios informativos no tenían peso. Era 1968, año electoral, el año en que asesinaron a Robert Kennedy y Martin Luther King. ¿Cómo cubrir los comicios que marcarían los EE.UU. de hoy?

A los ejecutivos de la ABC se les ocurrió enfrentar en diez debates a dos de los intelectuales más brillantes de la época: William F. Buckley y Gore Vidal. Un cara a cara que cambió la forma de hacer televisión, como cuentan Robert Gordon y Morgan Neville en el documental «Best of Enemies».

Buckley, fracasado aspirante a la alcaldía de Nueva York, amigo de Nixon y Reagan, apoyó desde su revista «National Review» la guerra de Vietnam y marcó las pautas del pensamiento conservador imperante desde la década de los 70. En el programa de televisión que empezó a presentar en 1966 se atrevió a decirle a un desafiante Muhammad Ali que la Nación del Islam lo estaba trastornando.

A Vidal también lo conocían miles de estadounidenses, aunque no hubieran leído sus libros. Novelista, guionista de cine, candidato al Congreso en dos ocasiones, era nieto de un senador y compartía padrastro con Jacqueline Kennedy. Reclamaba los derechos de las clases bajas y los negros y defendía la libertad sexual. Vidal entendió que para ser influyente tenía que hacerse ver. «Nunca dejes pasar la oportunidad de tener sexo o estar en televisión», decía.

Buckley y Vidal se odiaban. Cuando le preguntaron a Buckley con quién preferiría no debatir señaló al «depravado filosófico» de Vidal. Pero ninguno pudo resistirse a la tentación de ponerse a prueba. Les pagaron 10.000 dólares (unos 70.000 dólares de hoy) por cada uno de los diez enfrentamientos. Duraban entre 15 y 20 minutos y el moderador apenas intervenía.

En el primer careo quedó claro que aquello iba a ser más un intento de machacarse el uno al otro que un debate de ideas. «Me parece que el autor de «Myra Breckinridge» [una exitosa novela de Vidal sobre un transexual] conoce bien los imperativos de la codicia humana», comenzó Buckley, seguro de su rapidez mental. «Bill —le interrumpió Vidal—, antes de que sigas hablando me gustaría decir que si hubiera un concurso para el personaje de «Myra Breckinridge» lo ganarías sin ninguna duda. Está basado en ti: es apasionado e irrelevante». Vidal se preparó los debates con un investigador.

La tensión crecía a medida que se emitía una nueva edición. Vidal citó columnas de Buckley en el «National Review» sin nombrar la «pequeña revista» que él por supuesto no leía, le diagnosticó a su oponente una «rara neurosis» y lo llamó «María Antonieta de la derecha que pide sangre». Buckley hizo pública una carta del ex fiscal general Robert Kennedy en la que, semanas antes de ser asesinado, decía que Vidal era peor que el Vietcong, el ejército enemigo de EE.UU. en Vietnam. Vidal leyó el manuscrito y respondió que era obra de un maniaco-depresivo.

En el noveno debate, celebrado en plena convención demócrata, los dos intelectuales más distinguidos del país se insultaron como nunca antes se había visto en televisión. Fue en Chicago, sitiada por las manifestaciones contra la guerra. «Había muchos guardias nacionales. En las calles laterales del hotel Hilton había estacionados camiones del ejército de dos toneladas y media. […] El tráfico había sido cortado. Los tanques Daley […] estaban alineados uno al lado de otro sobre la otra acera de la avenida Michigan», describe Norman Mailer en «Miami y el sitio de Chicago» (editorial Capitán Swing).

El moderador planteó si portar una bandera del Vietcong en una marcha no era como llevar una bandera nazi en la Segunda Guerra Mundial. Comenzó una discusión faltona, con interrupciones: «Cállate un minuto», le dijo Vidal a Buckley, «en lo que a mí respecta el único pro o criptonazi que se me ocurre eres tú». «No insultemos», trató de mediar el presentador. «Escucha, marica, deja de llamarme criptonazi o te partiré la cara y te daré una paliza», respondió el director del «National Review». «¡Caballeros!». Más de diez millones de personas lo vieron en directo. «Bueno, supongo que les hemos hecho ganar dinero esta noche», dijo Vidal al terminar el debate.

«Escucha, marica, deja de llamarme criptonazi o te partiré la cara y te daré una paliza»

El enfrentamiento entre los dos intelectuales siguió vivo durante años, con sendos artículos que ambos publicaron en «Esquire» y un largo litigio que ninguno de ellos ganó. En 1999, en la despedida de Buckley del programa que presentó durante 33 años, le pusieron las imágenes de la bronca. No supo reaccionar: se quedó en silencio y tuvieron que cortar con publicidad. Pensaba que esa grabación había sido destruida.

Vidal, en cambio, había conseguido unas copias que enseñaba con placer a sus invitados en la villa italiana en la que residió durante 30 años. Cuando Buckley murió, en 2008, Vidal escribió en un obituario que su viejo enemigo era alcohólico, un homosexual reprimido y un mentiroso sin honor: «Descanse en paz WFB — en el infierno».

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