John, O'Hara, autor de «La chica de California y otros relatos»
John, O'Hara, autor de «La chica de California y otros relatos» - ABC

Ajuste de letrasJohn O'Hara, un profesional del ego

Puede que no fuera el mejor autor del siglo XX, pero escribió relatos deslumbrantes. Algunos los rescata Contra

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John O’Hara escribió más de cuatrocientos relatos, 247 de ellos en «The New Yorker». Nadie como este autor nacido en Pensilvania ha firmado tantos cuentos en la cabecera neoyorquina. Y eso que durante once años no envió una sola historia, irritado por las críticas a una novela suya en la revista. A O’Hara, alcohólico, rencoroso, algo insoportable, le perdía su ego.

«Felicidades. Solo se me ocurre otro autor al que preferiría que se lo dieran», escribió en 1962 a John Steinbeck para felicitarle por ganar el Nobel. Cuando O’Hara fichó por Random House, su editor presumió de haber contratado a uno de los mejores escritores estadounidenses. «¿Uno de los mejores? ¿Quién más?», respondió O’Hara. «Faulker y Hemingway», le dijo Bennett Cerf.

«Bueno, Faulkner no está mal».

O’Hara compitió en talento con los mejores escritores del siglo pasado y se emborrachó con los autores más destacados del establishment. Robert Benchley, tras una noche en la que O’Hara perdió el control, lo llamó y le dijo: «John, soy tu amigo, y todos tus amigos sabemos que eres un hijo de puta». Si O’Hara no está hoy en el grupo de los elegidos es, en parte, porque era un tipo odioso.

Harold Ross, director de «The New Yorker», lo toreó mejor. Entre 1928 y 1938 le publicó 134 relatos, siempre entre advertencias para controlar su lenguaje explícito sobre el sexo y evitar esos finales tan ambiguos. Ross tuvo que echarle paciencia. En la revista solo pagaban a los colaboradores, y no demasiado, cuando publicaban sus trabajos. Y O’Hara insistía en que le recompensaran por los cuentos que le rechazaban. En una ocasión le envió una carta a Ross que decía: «Quiero más dinero quiero más dinero quiero más dinero quiero más dinero quiero más dinero quiero más dinero quiero más dinero quiero más dinero quiero más dinero quiero más dinero quiero más dinero».

Años después, Ross regaló a O’Hara un reloj usado para calmarlo. No sirvió, pues volvió a enfurecer al escritor al rechazarle una historia. Eso, y la crítica demoledora publicada en la revista neoyorquina en 1949 a su novela «A Rage to Live», hizo que O’Hara lo mandara al «infierno». Solo volvería a escribir para ellos en 1960: hasta su muerte, diez años después, hizo tres docenas de cuentos más. «A Rage to Live», por cierto, se colocó entre los libros más vendidos.

O’Hara se había estrenado como novelista en 1934 con «Cita en Samarra», que se convirtió en un éxito y lo salvó de la miseria: apenas tenía seis dólares en el bolsillo cuando lo entregó. Llevaba años malviviendo como periodista en diarios menores y bebiéndose el dinero.

Cuando O'Hara entregó su primera novela apenas tenía seis dólares en el bolsillo

En total, publicó quince novelas, de las que vendió millones de ejemplares, trece colecciones de cuentos, cinco obras de teatro y dos antologías de columnas en prensa. Al español han sido traducidas seis novelas, todas ellas fuera de circulación, y sus cuentos solo se podían leer en alguna antología. Con «La chica de California y otros relatos», la editorial Contra pone remedio a este vacío. O’Hara, como señala Didac Aparicio en el prólogo del libro, fue un «maestro indiscutible» en el género del cuento.

La chica de California incluye 25 relatos escritos durante 40 años con el objetivo de mostrar los temas que trató y la evolución en su estilo. Los personajes de O’Hara eran actores de cine –el escritor trabajó como guionista en Hollywood–, millonarios, socios de cubes selectos, y también trabajadores humildes, borrachos y mujeres adúlteras. Con sus historias, regadas con sexo y alcohol, llegó a todos los rincones de los Estados Unidos que le tocó vivir.

«¿Cómo de bueno era John O’Hara? –se preguntó su hijastro y escritor C.D.B. Bryan en un artículo publicado en «Esquire»– Casi todos coinciden en que sus relatos son deslumbrantes». Lorin Stein, editor de «The Paris Review», apuntó que entre los imitadores de O’Hara se encuentra Raymond Carver: «Para sus coetáneos, el único gran placer que ofrecía el trabajo de O’Hara –al menos el que ellos advertían más a menudo– eran sus diálogos. […] Pero en sus repeticiones musicales y su interés por las jergas, la forma en la que permite disfrutar del habla coloquial, no ha sido superado».

Entre los seguidores de O’Hara se encuentra Raymond Carver

O’Hara pulía sus diálogos en voz alta, de noche, que era cuando se sentaba a escribir, tras superar unas resacas que le duraban días enteros. Decidió dejar de beber el día que casi muere por una hemorragia interna agravada por su alcoholismo. Escribía de un tirón, casi sin editarse, y evitaba las metáforas. «Las personas no son barcos, piezas de ajedrez, flores, caballos de carreras, pinturas al óleo, botellas de champán, excrementos, instrumentos musicales ni ninguna otra cosa, sino personas», decía.

Reconocido únicamente con el National Book Award por «10, Calle Frederick», puede que O’Hara no fuera el mejor escritor del siglo XX, dice Stein, «pero sí el más adictivo». O’Hara se consideraba un profesional. Para su tumba mandó escribir este epitafio: «Él, mejor que nadie, contó la verdad acerca de su época, la primera mitad del siglo XX. Fue un profesional. Escribió bien y con sinceridad».

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