JOHN BAKER GANADOR DE UN OSCAR

«Spielberg encontró aquí su sol, y yo encontré el mío»

'El Inglés', que se quedó a vivir «por amor» en Trebujena tras el rodaje, ha trabajado con algunos de los mejores directores del mundo

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Al Inglés, como lo conoce cariñosamente todo el pueblo, lo para otra señora por la calle: «John, ¿cómo estás de las piernas?». Es la tercera persona que se interesa por su salud en el corto trayecto que media entre la plaza del Ayuntamiento y su casa. «Ahí vamos tirando», contesta él, afectuoso y agradecido, antes de agachar la cabeza en un ademán cortés.

Salvo por el acento traicionero y cierto sonrojo en las mejillas, John Baker podría pasar por un gaditano sesentón de los de toda la vida. Cercano, amable, con ese punto de humor agrio y distante que tanto se estila por aquí, nadie diría que tiene un Oscar en la memoria -«porque el muñeco se lo quedó la empresa»- , y el látigo de Indiana Jones guardado en un cajón de la cómoda.

Baker vino a Trebujena como responsable -junto con Kit West- de los efectos especiales de El Imperio del Sol. «Steven vio un vídeo que habían grabado los de localización, en el que aparecía una puesta de sol en las marismas, y se enamoró de esa luz. Descartó Israel y Suráfrica, avisó a los de preproducción y nos encargó el desembarco en Cádiz, afortunadamente para mí», recuerda. De eso han pasado 20 años y unas 30 películas. Al John lo nombrarán Hijo Adoptivo del pueblo el próximo 21 de abril, en una ceremonia «que seguro que será más emocionante que las del Teatro Kodak».

Bombas y condones

El primer día de rodaje, después de enterrar kilómetros de cable bajo un sol de infarto, John entró en una de las tabernas del pueblo para saciar su sed y se topó con Isabel, detrás de la barra. «Steven encontró su sol, y yo encontré el mío», explica. Se casó con ella al año siguiente, en Tailandia, mientras rodaba con Brian de Palma Corazones de Hierro. «Ella no quería salir del pueblo, y yo enseguida me acostumbré al mosto, al calor de la gente y al ajo guerto», afirma, con un guiño cómplice a la concurrencia. En su currículum brillan con luz propia las tres entregas de La guerra de las Galaxias. «Entonces estábamos probando, todo era nuevo, experimental: maquetas, artefactos, movimientos de cámara: no había ordenadores, ni retoques en posproducción». George Lucas era un visionario y lo que aprendió durante La Guerra le sirvió para hacerse luego un nombre propio en el mundillo.

Aunque se muestra algo reacio a revelar el carácter de los directores con los que ha trabajado, reconoce que «Spielberg es un tío de lo más normal, que siempre habla con todo el mundo y pide consejo, aunque tenga ya la escena montada en la cabeza antes de decir acción». Brian de Palma es «un poco más serio, y sólo se dirige a sus ayudantes», mientras que David Lynch, con quien coincidió en Dune, «es bastante raro». En las carteleras más recientes la marca Baker aparece en Pánico en el túnel o Enemigo a las puertas, aunque admite que «la cosa ha perdido mucha emoción desde que no se imagina, y todo se arregla con el tema digital».

Y es que John goza de una merecida fama de improvisador. «Cuando hicimos en inventario de El Imperio, al llegar a Trebujena, nos dimos cuenta de que no traíamos las bolsitas de la sangre, ésas que revientan cuando se simula un disparo. Así que mandé a Manolo, un jornalero de 70 años, a comprar condones. ¿Cuántos quieres?, le preguntó el boticario, estupefacto. 150 cajas, le respondió Manolo. El de la farmacia se excusó: Sólo tengo 30. Y el abuelo, muy serio, le dijo: Vale, con estos tenemos para el fin de semana, pero el lunes traiga más».

El Inglés rememora la anécdota y se ríe a mandíbula batiente. «Es que las cosas que pasan en este pueblo...», bromea, alguien que hizo volar en mil pedazos La estrella de la muerte.