En la imagen, el centenario monseñor Damián Iguacen
En la imagen, el centenario monseñor Damián Iguacen - Fabián Simón

Así es la vida del obispo más longevo de España

A sus cien años, el obispo emérito de Tenerife, Damián Iguacen, se ha convertido en el prelado más longevo de España

Huesca Actualizado: Guardar
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A sus cien años, monseñor Damián Iguacen, el obispo más longevo de España, no recuerda la fecha en que se ordenó sacerdote ni quién era el Papa que lo nombró obispo de Barbastro en 1970. Sin embargo, este pastor de mirada serena y sonrisa afable no ha olvidado la razón por la que decidió hacerse cura. «Mi padre era peón de caminos y yo muchas veces le ayudaba preparando las carreteras. Para mí eso fue como mi segundo seminario: hacer fácil el camino de todos, ser un peón de los caminos de Dios».

Nacido en Fuencalderas (Zaragoza) el 12 de febrero de 1916, el padre Damián vive sus días de retiro en el Hogar Padre Saturnino López Novoa, la residencia de mayores que las Hermanitas de los Ancianos Desamparados atienden en Huesca.

Este obispo emérito que pasó entre 1970 y 1991 por las diócesis de Barbastro, Teruel y Tenerife fue trasladado a este hogar hace apenas un año, después de que un revés en su salud lo obligara a ser hospitalizado. Desde entonces, las religiosas le cuidan con mimo y delicadeza por la fragilidad que los años imponen al cuerpo y también al alma. Aunque el padre Damián tiene una salud de hierro y apenas se queja de algún que otro dolor en una de sus piernas. «Aquí estoy hecho un inútil pero muy contento. Me flojean las piernas, pero doy muchas gracias a Dios», bromea.

Un prelado pionero

La vocación del padre Damián ha tenido que salvar «obstáculos difíciles». El estallido de la Guerra Civil en 1936 le pilló en el Seminario de Huesca y tuvo que irse a Comillas. Con apenas 19 años trabajó como telegrafista en primera línea de fuego donde fue herido en la cara. Al concluir la guerra en 1939 volvió a Huesca, donde fue ordenado sacerdote el 7 de junio de 1941, con 25 años.

Desde entonces este sacerdote, poeta y amante del arte ha dado varias vueltas al mundo impartiendo ejercicios espirituales, dando conferencias y formando a otros religiosos. «He tenido la satisfacción de saber que mucha gente ha encontrado lo que buscaba gracias a los ejercicios. He vivido con toda mi ilusión el sacerdocio. Dar mi vida sin reserva, lo que me pidieran. Si tuviera que volver a escoger mi vocación, volvería a ser sacerdote».

Este pastor ha sido un pionero. Fue uno de los impulsores en España de los cursillos de preparación al matrimonio y creador de la Comisión Episcopal de Patrimonio Cultural. Por ley de vida, ahora el padre Damián anda poco pero conserva una lucidez envidiable. Todos los días a primera hora de la mañana celebra la Eucaristía para los 153 ancianos, siete de ellos sacerdotes, que viven en la residencia.

Muchas personas con las que comparte hogar y familia no pueden trasladarse hasta la capilla ubicada en la primera planta del edificio por lo que escuchan sus homilías a través de los altavoces repartidos por la casa. «Hace unas homilías muy amenas. Otras personas te hablan y te cansan, pero él no», asegura sor Carmen, una de las nueve religiosas que atienden este hogar lleno de luz y amplios jardines.

Leer a oscuras

Después de que el Papa aceptara su renuncia en 1991 al cumplir los 75 años de edad, el padre Damián dedica gran parte de los días a escribir, leer y rezar. También pasea mucho por el jardín. «Su vida es tan austera y sencilla que muchas tardes cuando paso a traerle su zumo me lo encuentro leyendo a oscuras para no gastar la luz», comenta sor Carmen.

En su habitación no hay objetos de valor material, solo buenos recuerdos, como un dibujo a mano alzada con la figura del propio don Damián, junto a un grupo de fieles de su antigua diócesis de Tenerife y en el que se puede leer un enorme «Gracias».

El padre Damián recibe muchas llamadas y alguna que otra visita de obispos o párrocos que se interesan por su estado de salud. La hermana Carmen hace las veces de intermediaria, ya que con un siglo de vida a cuestas no oye bien el teléfono. «La verdad es que le apreciamos mucho. De hecho, cuando llaman los obispos nos recuerdan que tenemos en la residencia la joya de la corona de la Iglesia en España y así es realmente», comenta la religiosa.

Pero el padre Damián es poco amigo del excesivo protagonismo. «Estamos hablando demasiado sobre mi persona. No merezco esas alabanzas», comenta el obispo con la humildad abrumadora del lema de su ordenación sacerdotal: «Ser el último de todos, el servidor de todos».

Por compartir con Francisco el gusto por los pastores que huelen a sus ovejas, no es de extrañar oírle hablar maravillas del Pontificado del argentino, a quien conoció en Buenos Aires cuando era arzobispo. «El Papa es una bendición de Dios. No todos lo interpretarán bien, pero este hombre no puede ser mejor. Lo que dice ha sido el ideal de mi vida y eso me llena de alegría».

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