Shanghái limitará su población a «solo» 25 millones de habitantes en 2035

Echando a los emigrantes rurales, las autoridades pretenden atajar los graves problemas de tráfico, contaminación y falta de servicios

Una mujer camina por las calles de Shangai (China) EPA
Pablo M. Díez

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Con unos 1.400 millones de habitantes , es imposible solucionar la superpoblación de China. Todo lo más que puede hacerse es distribuirla. Ese es el objetivo de las autoridades de Shanghái y Pekín, las dos ciudades más populosas del país, para los próximos años.

En 2035, Shanghái limitará su población a «solo» 25 millones de habitantes y su suelo urbanizable a 3.200 kilómetros cuadrados, según consta en el plan maestro de su Ayuntamiento, aprobado recientemente por el Gobierno central. Plagada de futuristas rascacielos a lo «Blade Runner» y autopistas de varios niveles, esta espectacular megalópolis tendrá que perder parte de su población porque a finales de 2014 ya contaba con 24,1 millones de habitantes. Un plan que ya ha sido criticado por sociólogos chinos como Liang Zhongtang, quien lo definió como «no práctico y contra la tendencia del desarrollo» en la prensa oficial.

Por su parte, Pekín, donde ya vivían 21,5 millones de personas en 2014, se fijó en septiembre un límite de 23 millones de habitantes en 2020. Eso significa que tendrá que echar a un buen número de sus residentes, como ya hizo en noviembre con decenas de miles de emigrantes rurales que vivían en infraviviendas en sus suburbios. Con el argumento de que no eran seguras, las autoridades demolieron sus casas después de que un incendio devorara un edificio y matara a 19 personas. En 40 días, las excavadoras derribaron tantas construcciones que los barrios afectados parecían arrasados por un terremoto. La destrucción fue tal que los vecinos desalojados se atrevieron a protestar contra las autoridades, que no habían previsto un alojamiento alternativo para ellos porque lo único que querían es que se marcharan de la ciudad. Una drástica e inhumana medida que ha sido muy criticada por más de un centenar de intelectuales , pero que el autoritario régimen chino ha vuelto a silenciar gracias a su control de los medios de comunicación.

Con este objetivo, la población de Pekín bajará en dos años hasta un 15 por ciento en los seis distritos principales de la ciudad. Para ello, el régimen ya está trasladando sedes gubernamentales a la zona de Tongzhou, al este, y tiene previsto construir una nueva capital administrativa y económica en Xiongan, a unos cien kilómetros al suroeste. Con el traslado de funciones no esenciales a las afueras, el suelo edificable se reducirá de 2.860 kilómetros cuadrados en 2020 a 2.760 en 2035.

Todos estas medidas pretenden luchar contra la que ya ha sido bautizada como «la enfermedad de la gran ciudad». Así se llama al cúmulo de problemas derivados de la superpoblación que hacen que las megalópolis chinas sean «invivibles» : tráfico congestionado a todas horas, contaminación tan espesa que eclipsa el sol tras una nube tóxica, transportes públicos abarrotados y escasez de servicios como la educación y la sanidad. A todo ello hay que añadir no solo la carestía de vida por el crecimiento económico, que ha disparado la burbuja inmobiliaria, sino también las graves secuelas psicológicas que deja su inhumano desarrollismo en un ambiente dominado por las prisas, el estrés y la dureza de la «jungla de asfalto».

Como siempre, los más perjudicados serán los emigrantes rurales, que han acudido a la gran ciudad en busca de una vida mejor y tendrán que volver a sus míseros pueblos.

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