El Papa Francisco durante el memorial del genocidio armenio
El Papa Francisco durante el memorial del genocidio armenio - EFE

El Papa reza «con dolor» por millón y medio de víctimas en el sobrecogedor memorial del genocidio armenio

Le reciben descendientes de los refugiados de 1915, acogidos por Benedicto XV en Castel Gandolfo

ENVIADO ESPECIAL A EREVÁN Actualizado: Guardar
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En el Memorial del “primer genocidio del siglo XX”, que costó la vida a millón y medio de armenios, el Papa Francisco ha plantado un árbol, depositado una corona de flores y rezado por la paz frente a la “llama perenne”, acompañado por el patriarca Karekin II, Katholikós de todos los armenios, y el presidente de la República, Serzh Sargsyan.

A su llegada, le estaban esperando un grupo de algunos descendientes directos de los 400 refugiados armenios acogidos en Castel Gandolfo por el Papa Benedicto XV, quien no solo condenó la Primera Guerra Mundial como “una matanza inútil” sino que también escribió en vano al sultán de Turquía para que pusiese fin al exterminio sistemático de civiles armenios que su ejército estaba llevando a cabo desde la primavera de 1915.

Flanqueado por el presidente de la Republica y el Katholikós, el Papa recorrió el largo paseo de losas de piedra hasta el memorial del genocidio para depositar una corona de flores blancas y amarillas, los colores del Vaticano.

Después de ajustar las cintas, donde se leía “En honor de los mártires”, canonizados por la Iglesia Apostólica de Armenia, Francisco se quedó rezando intensamente solo, con los ojos cerrados e inclinado hacia adelante, mientras todos los demás le esperaban en respetuoso silencio.

A continuación entraron en el recinto circular abierto, formado por doce monolitos inclinados de basalto, dispuestos en forma que recuerda un volcán, donde depositaron rosas frente a la “llama perenne” antes de rezar el “Padre nuestro” y otras oraciones en armenio.

El momento era intenso, sobrecogedor. El rostro serio, tenso del Papa reflejaba dolor por el recuerdo de aquella inmensa matanza en el año 1915, cuando las potencias europeas, distraídas con la Primera Guerra Mundial, miraban hacia otro lado porque no les importaba el destino de los armenios del Imperio Otomano.

Hitler se lo recordaría a sus colaboradores cuando ordenó poner en marcha el exterminio de los judíos en todos los territorios del Reich.

En el memorial, los cantos en armenio tenían un sabor antiguo, ancestral, lo mismo que los ropajes negros, cónicos de la cabeza a los pies, del Katholikós y los obispos armenios. En la breve oración del Papa resonaban especialmente las palabras: “Señor, ten piedad de nosotros, perdona nuestros pecados”.

Después de la plegaria, el homenaje civil corrió a cargo de un quinteto de flauta y clarinete. Era una melodía triste, lúgubre, que hacia saltar las lágrimas mientras, a lo lejos, la impresionante silueta del monte Ararat, con su cumbre de nueves perpetuas, asistía como perenne testigo desde los tiempos bíblicos, cuando su nombre fue escrito por primera vez al final del episodio del arca de Noé.

Al final del homenaje, el Papa escribió en el libro de honor: “rezo, con dolor en el corazón, para que nunca se repitan tragedias como esta. Para que la humanidad no la olvide y sepa vencer el mal con el bien”.

Francisco plantó un árbol en recuerdo de su visita, como ya hiciera san Juan Pablo II en este mismo lugar en el año 2001, con motivo del mil setecientos aniversario de la conversión de Armenia, el primer país cristiano de la historia.

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