El Papa pide «deponer las armas» al inaugurar el Jubileo de la Misericordia en Bangui

Abre la puerta santa y grita: «A quienes usan injustamente las armas: ¡Deponed esos instrumentos de muerte!»

Enviado Espacial a Bangui Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Ante la puerta santa de la catedral de Bangui, que se disponía a abrir para inaugurar en la República Centroafricana el Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco se dio la vuelta y dirigiéndose a miles de fieles en el exterior del templo afirmó: «Bangui es la capital espiritual del mundo. En estos momentos representa a todos los países que están pasando por la guerra».

Hablaba con gesto muy serio, conmovido por el interminable martirio de este país, que había incluido, esa misma mañana en Bangui, el asesinato por fanáticos musulmanes de tres jóvenes de los 500 refugiados que viven en la parroquia de Fátima.

El templo se encuentra justo al lado del barrio «Kilómetro 5», donde los musulmanes de la ciudad viven asediados por la milicia animista y cristiana anti-Balaka, que ha asesinado a muchos de los que intentan moverse fuera de su distrito fortificado.

A su vez, cuando los musulmanes de la milicia Seleka salen a matar gente desarmada, no suelen arriesgarse yendo demasiado lejos.

Francisco siguió hablando sin papeles. Insistió en que esta ciudad, cuyas calles principales están vigiladas por centenares de vehículos blindados de Naciones Unidas en un despliegue de todas sus fuerzas, es hoy «la capital espiritual de un mundo con tantos países en guerra». Y repitió con fuerza cuatro palabras que eran una plegaria pero, por el tono, sonaban casi como como una orden: «¡Paz! ¡Misericordia! ¡Reconciliación! ¡Amor!».

«Bangui es la capital espiritual de un mundo con tantos países en guerra»

Acto seguido declaró iniciado el Año Santo de la Misericordia y empujó con los dos manos la puerta santa, una de las puertas laterales de la catedral, hasta abrirla por completo en medio de un aplauso atronador.

Se quedó un momento parado, rezando solo y en silencio en el umbral de la puerta recién abierta. A continuación empezó a caminar muy despacio y el interior del templo estalló en otro aplauso. Muy cerca de la puerta, a cada lado, dos hileras de mujeres le esperaban de rodillas en el suelo. A medida que el Santo Padre pasaba ante ellas inclinaban profundamente la cabeza en un gesto de práctica adoración al enviado de Jesucristo. Era absolutamente conmovedor.

El Año Jubilar estaba comenzando con júbilo, y paso algún tiempo hasta que los fieles se calmaron para comenzar la misa. A lo largo de la ceremonia, la atmósfera dentro de la catedral cambio por completo varias veces. Los fieles aplaudían de vez en cuando para dar su asentimiento a algunas frases de la homilía, pronunciada en italiano con traducción sucesiva de cada frase al sango, el idioma local.

Dirigiéndose sobre todo a los sacerdotes, misioneros y religiosas, que realizan una tarea heroica en condiciones muy precarias, el Papa recordó que la Iglesia es «la familia de Dios, abierta a todos, que se hace cargo de los más necesitados». Les dijo que evangelizar «no es en primer lugar una cuestión de medios financieros; basta, en realidad, compartir la vida del pueblo de Dios, explicándoles el fundamento de nuestra esperanza».

«El creyente debe tener el coraje y la fuerza de perseverar en el bien ante las peores adversidades»

Pero el centro de su homilía era un vigoroso llamamiento a la paz en un país desgarrado, donde todo el mundo corre el riesgo de contagiarse del odio y caer en la violencia. Aún sabiendo lo que cuesta, Francisco afirmó que el creyente debe tener «el coraje y la fuerza de perseverar en el bien ante las peores adversidades».

E insistió en que «incluso cuando las fuerzas del mal se desencadenan, los cristianos deben responder con la cabeza alta, dispuestos a resistir en esta batalla en la que Dios tiene la última palabra. ¡Y esa palabra será de paz y de amor!». Los fieles lo entendieron muy bien, y respondieron con un gran aplauso.

Ampliando el horizonte a los demás países que sufren la guerra o la violencia, el Papa añadió: «A todos los que usan injustamente las armas: ¡Deponed esos instrumentos de muerte!». Y otro gran aplauso volvió a estallar en la catedral.

El Santo Padre concluyó su homilía añadiendo al texto escrito cuatro palabras fundamentales, pronunciadas casi como un grito desesperado: «¡Paz! ¡Misericordia! ¡Reconciliación! ¡Amor!». La homilía había sido fuerte, y la catedral se quedó en calma para que todos pudiesen meditarla unos minutos. A continuación, el clima empezó a cambiar.

La presentación de las ofrendas se fue convirtiendo poco a poco en una fiesta. No las llevaban hacia el altar caminando sino bailando. Eran docenas de mujeres, incluidas bastantes religiosas que bailaban como las demás. Se notaba, visiblemente, la alegría de la celebración.

El Papa estaba a la vez emocionado y orgulloso, como se le veía también, al final de la misa, cuando abrazó al arzobispo de Bangui, el joven y carismático Dieudonné Nzapalainga, que es un héroe de la paz como miembro de un equipo fantástico: el que forma desde hace dos años con el presidente del Consejo Islámico, Oumar Kobine Layama, y el presidente de la Alianza Evangélica, Nicolás Guerekoyame-Gbangou. Son amigos entrañables que se quieren de verdad y tratan, cada uno, de moderar a los extremistas de su propia comunidad.

Por desgracia, ante personas que han cogido el vicio de matar a gente desarmada, las palabras no bastan. Pero, al menos, los tres líderes religiosos de la RCA son campeones en deslegitimar juntos la tremenda blasfemia de utilizar el nombre de Dios para justificar matanzas que responden a intereses políticos, económicos, o ambición de poder.

Al terminar la ceremonia era ya de noche, pero el programa del Papa no había terminado. Miles de jóvenes le esperaban en la plaza, mirando hacia la hermosa fachada de la catedral, construida con ladrillos rojos, que adquiría una extraordinaria belleza al recortarse frente a un cielo completamente oscuro.

Comenzaba en ese marco la vigilia de oración con decenas de miles de jóvenes, concentrados en los alrededores para pasar cada minuto disponible con Francisco a pesar de que no podían verle.

Cinco de ellos iban a tener la suerte de confesarse con el Papa, pues el sacramento de la reconciliación –pedir perdón a Dios y saber perdonar a otros- es uno de los pilares de este Jubileo de la Misericordia que la República Centroafricana ha estrenado antes que nadie.

Millones de personas de todo el mundo saben que este viaje está lleno de peligros y que una bomba en alguno de estos encuentros puede convertir la fiesta en tragedia. Pero hay muchas personas rezando por Francisco, y eso parece multiplicar las fuerzas de un Papa que pasa de tener aspecto completamente agotado y estar a punto de dormirse, a desplegar poco después, cuando toma la palabra, una energía arrolladora.

El programa del lunes incluye el momento más delicado del viaje: la visita a la mezquita central de Bangui, situada precisamente en el barrio “Kilometro 5”. Después, a las nueve y media de la mañana, el Papa celebrará la misa en el estadio de Bangui, su último gran encuentro antes de emprender el regreso a Roma.

Ver los comentarios