El nobel de Medicina Gregg Semenza afirma que «en el futuro, muchos tipos de cáncer se combatirán mejor con estos avances»

Los estadounidenses Gregg Semenza y William Kaelin y el británico Peter Ratcliffe comparten el galardón por descubrir «cómo las células se adaptan al oxígeno»

Gregg L. Semenza este lunes tras conocer que es uno de los galardonados con el Nobel de Medicina EFE

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Sonó el teléfono de madrugada, pero Gregg Semenza no llegó a atenderlo. «Me preguntaba si esa es la idea que alguien tiene de una broma pesada», explicó este lunes el investigador de la Universidad John Hopkins. Todavía no eran las cuatro de la mañana. Pero el teléfono volvió a sonar, esta vez sí llegó y al otro lado de la línea había un señor muy educado que hablaba desde Estocolmo.

«Este es un premio para todo Hopkins», dijo sobre el Nobel de Medicina que acababa de recibir y sobre su centro de investigación. «Lo que he conseguido aquí no lo habría logrado en ningún otro sitio, es el mejor lugar para la investigación y para el compañerismo».

Sus estudios sobre la hipoxia a nivel celular es un frente muy prometedor en el tratamiento del cáncer y otras enfermedades. «El oxígeno es tan decisivo para la vida que muchas de las enfermedades humanas tienen una relación con la capacidad de mantener un nivel apropiado de oxígeno», explicó este lunes ante un auditorio repleto de compañeros, estudiantes y periodistas. Allí explicó que los avances en entender la regulación del oxígeno en las células está a punto de tener un impacto directo en el tratamiento de dolencias renales crónicas, donde ya hay amplios ensayos en fase clínica. «Creemos que en el futuro muchos cánceres se combatirán mejor con estos avances».

Semenza planeaba dedicarse a la genética como estudiante de Harvard. Después de pasar por la facultad de medicina de la Universidad de Pensilvania, empezó a tratar de entender qué es lo que buscan las células cancerígenas cuando se esparcen por los tejidos cercanos y después en el flujo sanguíneo que les lleva por el cuerpo. Supuso que buscaban oxígeno y ese fue el punto de partida de una investigación de décadas.

Todo empezó, sin embargo, mucho antes, cuando era alumno del instituto de Tarrytown, un suburbio al Norte de Nueva York. La chispa de la investigación la provocó Rose Nelson, una diminuta profesora de biología a la que este lunes homenajeó: «Ella fue mi inspiración. Debemos poner más énfasis en la importancia de los profesores, recompensar sus esfuerzos y el impacto que tienen», defendió. Nelson, que murió hace unos años, le comunicó la importancia de la investigación. «Si un día ganais el Nobel, no olvidéis de que eso lo aprendisteis aquí», les dijo a Semenza y a sus compañeros. «Mi mayor tristeza es que ella no lo haya podido ver».

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