Gao Wei, junto a su marido, Jiang Hui, y su hijo en Pekín
Gao Wei, junto a su marido, Jiang Hui, y su hijo en Pekín - ABC

«No vamos a tener un segundo hijo porque la vida es cada vez más cara en China»

Tras la eliminación de la «política del hijo único», muchas parejas no pueden permitirse un segundo vástago porque criar a uno ya les supone un fuerte sacrificio económico

Corresponsal en Pekín Actualizado: Guardar
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Antes querían, pero no podían. Y, ahora que pueden, no quieren. Después de más de tres décadas de vigencia para frenar la superpoblación, el fin de la «política del hijo único» devuelve a los chinos la posibilidad de tener un segundo vástago. Según calculan los expertos, unas cien millones de parejas se verán beneficiadas por esta medida, que pretende impulsar el crecimiento demográfico para paliar el envejecimiento de la sociedad china y los bajos índices de natalidad.

Pero no parece probable que haya un «baby boom» en China porque la vida es cada vez más cara y, para la mayoría de los padres, ya resulta bastante duro criar a un hijo. Ese es el drama al que ahora se enfrenta Gao Wei, asistente personal de un alto ejecutivo de Pekín y madre de un niño de cinco años.

«Cuando me enteré de la eliminación de la "política del hijo único", me puse muy contenta porque siempre he querido tener una niña, pero luego me puse a hacer cuentas y creo que no puedo permitírmelo», explica a ABC la mujer, que tiene 33 años y está casada con un empresario su misma edad, Jiang Hui, cuyo negocio se ha visto afectado por la ralentización de la economía.

Aunque ella cuenta con un sueldo neto de 9.000 yuanes (1.300 euros), que resulta bastante alto en China, los precios se han disparado tanto en las grandes ciudades que apenas le da para mantener a su familia y criar a su hijo. Junto al elevado coste de la vida diaria, debe pagar 3.000 yuanes (430 euros) al mes por la guardería del crío, «a quien hay que comprarle ropa cada dos por tres porque a esa edad crecen muy rápidamente y todo se le queda pequeño enseguida», señala la mujer. Además, ha de apoquinar unos 500 yuanes (72 euros) cada vez que va al médico por un resfriado o alguna inyección, ya que Gao Wei y su marido son de la provincia de Shandong y no tienen el «hukou» de Pekín. La falta de dicho certificado de residencia, que data de la época de Mao y restringe los exiguos derechos sociales de los chinos a su lugar de nacimiento, es uno de los mayores problemas a los que se enfrentan los chinos, ya que cientos de millones de personas han emigrado a las ciudades en busca de trabajo y no pueden tener acceso gratuito a la sanidad ni a la educación de sus hijos. De todas maneras, y aunque ambos servicios son en teoría gratis, por lo general hay que pagar bastante por ambos porque su calidad depende del precio.

«Mi marido quiere tener un segundo hijo, pero no podemos porque resulta muy caro y debemos pensar en el futuro», se justifica Gao Wei haciendo gala de la habitual capacidad de previsión y ahorro que caracteriza a los chinos. En esta sociedad aún tan familiar, ese futuro incluye cuidar a sus padres y a sus suegros, que son ya bastante mayores, y dedicar todos sus esfuerzos a la educación de su hijo para que consiga un buen trabajo el día de mañana. Además, y como manda la tradición en China, deberán comprarle un piso a su hijo para que así le resulte más fácil casarse, ya que una de las consecuencias de la «política del hijo único» ha sido una grave diferencia de género por la tradicional preferencia asiática por el varón. En China, las familias prefieren tener hijos porque los varones cuidarán de los padres cuando sean mayores, mientras que las mujeres se marcharán a vivir con el marido y atenderán a su familia política. Con una media nacional de 117 varones por cada 100 niñas, por debajo de los 20 años hay 32 millones de hombres más que de mujeres. Dicha desproporción ha dado lugar a legiones de solteros que, para casarse, deben tener un piso y un coche, lo que determina su estatus de prosperidad en esta sociedad tan materialista que ha pasado en poco tiempo del comunismo atroz al capitalismo salvaje.

«La presión es muy fuerte porque hemos de hacer frente a muchos gastos», se queja la mujer, que vive con sus suegros en una casa a las afueras de Pekín tan vieja que no dispone de calefacción y deben usar estufas de carbón. Al menos, tiene la suerte de ahorrarse el alquiler porque la vivienda es propiedad de sus suegros, que también cuidan a su hijo porque ella se pasa todo el día trabajando en el centro de la ciudad. Aunque su suegra contribuye a la economía familiar con su exigua pensión de maestra jubilada, que es solo de 2.000 yuanes (287 euros), casi todo ese dinero se le va en las medicinas que necesitan tanto ella como su marido, quien no disfruta de paga alguna. Con este panorama, y tal y como van los negocios de su marido, Gao Wei no puede permitirse el lujo de quedarse embarazada y renunciar a su sueldo, que aporta los mayores ingresos de su hogar, porque en China no suele haber bajas por maternidad.

«Es poco probable que los nacimientos se disparen hasta el punto de reducir el rápido envejecimiento de la población china. Los índices de natalidad han disminuido y los estudios sugieren que pocas parejas creen hoy que pueden permitirse un segundo hijo en las zonas urbanas de China, que son bastante caras», analiza el profesor Jeremy Lee Wallace, de la Universidad de Cornell. A su juicio, «el fin de la "política del hijo único" es una bendición para la libertad y los derechos humanos de los chinos, pero no es probable que afecte en gran manera a la tendencia demográfica».

Como muestra, destaca el escaso éxito que tuvo hace dos años el permiso a las parejas para tener un segundo vástago cuando uno de los cónyuges era hijo único. De los once millones de matrimonios que podían acogerse a dicha medida, solo lo habían solicitado 1,5 millones hasta el pasado verano. Antes, las políticas de planificación familiar de la época comunista prohibían a los chinos tener un segundo hijo. Y, ahora que pueden, se lo impide la carestía de vida que ha traído el frenético crecimiento económico del país por su apertura al capitalismo. Paradojas de la nueva China: como un síntoma de su incorporación a las sociedades más avanzadas, la natalidad también cotiza a la baja en la nación más poblada del mundo.

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