El Papa, en el estadio de San Siro en Milán, abarrotado de fieles
El Papa, en el estadio de San Siro en Milán, abarrotado de fieles - FOTOS: AFP

Medio millón de personas acuden a la misa con el Papa en una Milán tocada en el corazón

Ochenta mil jóvenes despiden a Francisco en el estadio de San Siro

Enviado especial a Milán Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La capital financiera de Italia se rindió este sábado por la mañana ante la sencillez del Papa Francisco y se ha volcado por la tarde con el sucesor de Pedro: un millón de personas le vieron a lo largo del día, la mitad de ellas acudieron a la misa en el parque de Monza, según datos de la diócesis, y ochenta mil jóvenes le despidieron en el último encuentro antes de su regreso a Roma.

Francisco había tocado profundamente el corazón de los milaneses llegando muy temprano a la ciudad e iniciando su visita por el barrio modesto de las «Casas Blancas», donde visitó tres apartamentos, incluido el de una pareja anciana y una familia musulmana de inmigrantes marroquíes, con quienes compartió dátiles y leche.

Pero sobre todo les había impresionado que Francisco dedicase tres horas -el encuentro más largo del día- a las reclusas y reclusos de la cárcel de San Vittore, donde fue recorriendo la galería de las presas jóvenes con niños, la de mujeres y la de jóvenes antes de pasar a la galería «protegida» donde cumplen condena los policías, transexuales, y pedófilos que corren el riesgo de agresión a manos de otros internos.

Francisco compartió un apretón de manos o un abrazo con cada persona reclusa en la gigantesca cárcel metropolitana dirigida por Gloria Manzelli. En sus palabras de saludo a los reclusos el Papa recordó que les visitaba por una razón muy sencilla: «Jesús ha dicho: "Estaba en la cárcel y vinisteis a visitarme". Vosotros sois para mí, Jesús, sois mis hermanos. El Señor os ama tanto como a mí, somos hermanos pecadores».

Con toda sencillez añadió que «paso tanto tiempo aquí porque vosotros sois el corazón herido de Jesús. Muchísimas gracias, y rezad por mí».

El Papa se había presentado en las casas modestas afirmando que “he venido a veros como sacerdote; entro en Milán como sacerdote” de a pie, y quizá por eso no tuvo inconveniente, poco después, en utilizar como tantas otras personas una de las cabinas retrete instaladas en la calle cerca de la catedral.

Pero la sorpresa del día fue que en una ciudad ajetreada y fría, nada menos que un millón de personas acudieron al parque de Monza para la misa del sábado, celebrada a las tres de la tarde, como corresponde a una metrópolis madrugadora que va siempre varias horas por delante del resto de Italia.

En su homilía, Francisco les ha comentado que «en el Evangelio de hoy acabamos de escuchar el anuncio más importante de nuestra historia: la anunciación del ángel a María», que tuvo lugar «en un lugar perdido de Galilea, con una fama que no era precisamente buena…».

En un claro paralelismo con algunos abusos de la Bolsa de Milán, el Papa ha denunciado que vivimos en «tiempos llenos de especulación. Se especula sobre la vida, sobre el trabajo, la familia. Se especula sobre los pobres y los inmigrantes, sobre los jóvenes y sobre su futuro. Todo parece reducirse a cifras, dejando a tantas familias en la precariedad y la inseguridad».

También ha denunciado que «el ritmo vertiginosos al que somos sometidos nos roba la esperanza y la alegría». Aun así, ha insistido en que «no podemos quedarnos de brazos cruzados ante tantas situaciones dolorosas, como quien mira al cielo esperando a que deje de llover».

Pero sobre todo ha invitado a los milaneses a «no permanecer prisioneros de discursos que siembran la división como único medio de resolver los conflictos», y también a ser más universales sintiéndose «parte del gran pueblo de Dios, un pueblo formado por mil rostros, historias y orígenes. Un pueblo multicultural y multiétnico. Es una de nuestras riquezas».

Poco después, al caer la tarde, Francisco ha participado en el encuentro más alegre y ruidoso del día, con ochenta mil jóvenes de toda Lombardía en el estadio de San Siro. Eran las muchachas y muchachos que se preparan para la Confirmación con la ayuda de catequistas y de las propias familias.

Quizá por eso, el Papa les ha invitado a disfrutar juntos con otros familias en el parque después de la misa de los domingos, “según una hermosa tradición que en Buenos Aires llamamos ‘dominguear’: pasar tiempo juntos. Eso no cuesta dinero”.

También ha dicho a los padres y educadores que moderen los programas, pues «no se trata de que los alumnos sean superhombres o supermujeres. Los niños tienen necesidad de jugar, de divertirse, de dormir. ¡Algunos niños tienen una agenda que parece la de un empresario!».

Y al final les advirtió que «me preocupa un fenómeno: el "bullying". Por favor, ¡estad atentos! Examinaos si os burláis de alguien. Y si a vosotros os gusta hacerle pasar vergüenza o pegarle, haced antes de la Confirmación la promesa de no hacerlo nunca. ¿Me lo prometéis? ¿Se lo prometéis a Jesús?». La respuesta de los chiquillos fue un “Sííííí” atronador.

Resultaba asombroso que al día siguiente de haber recibido en el Vaticano a los 27 jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea, el Papa se volcase con las familias pobres de Milán, las presas y los presos de San Vittore, un millón de milaneses en la misa y, finalmente, los muchachos que se preparan a la confirmación. Al llegar a la ciudad había dicho que venía «como sacerdote». Y así fue, a lo largo de una jornada inolvidable.

Ver los comentarios