La Madre Teresa de Calcuta, a su llegada a Lima en 1989 para participar en la Congreso Internacional sobre la Reconciliación
La Madre Teresa de Calcuta, a su llegada a Lima en 1989 para participar en la Congreso Internacional sobre la Reconciliación - ARCHIVO ABC

Madre Teresa de Calcuta: «Para mí es un deber luchar por la santidad como lo es para todos los cristianos»

Entrevista exclusiva que Francisco de Andrés publicó en ABC el 21 de agosto de 1989 con la santa

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«Madre, ¿no le molesta la fama de santa que despierta en todas partes?», le preguntó hace 27 años el periodista de ABC Francisco de Andrés a la hoy canonizada Teresa de Calcuta. La entrevista exclusiva, publicada el 21 de agosto de 1989, fue realizada en Lima, en una de esas escasas ocasiones en las que la religiosa accedía a conversar con un periodista. Por su interés, reproducimos a continuación el texto íntegro de aquella cita insólita en la que la fundadora de las Misioneras de la Caridad respondió: «No, ¿por qué habría que molestarme? Para mí es un deber luchar por la santidad como para todos los cristianos».

Recogida en su hábito, gibosa, menuda, la Madre Teresa de Calcuta

parece apenas una mota blanca con ribetes azules junto a la colosal esfinge del presidente Alan García. La sesión ante las cámaras tiene lugar a las puertas del viejo Palacio de Gobierno, después de la entrevista que la religiosa y el alto mandatario han celebrado en el interior. Inesperadamente, la madre introduce en las manos de Alan García un rosario y se despide efusivamente para regresar al convento-hospicio que sus monjitas tienen en Lima, en uno de los barrios más deprimidos y quizás el más peligroso de la capital peruana.

La fundadora de las Misioneras de la Caridad, dedicadas en todo el mundo al cuidado de «los más pobres», ha viajado a esta ciudad para participar en el Congreso Internacional sobre la Reconciliación, exponer ante los más de mil asistentes un entrañable mensaje de amor y servicio al prójimo y relatar la labor que sus religiosas realizan en Lima y en Chimbote. La madre Teresa cumplirá este mes los sesenta y nueve años, que reflejan con creces su aspecto arrugado y doliente, tamizado por una mirada dulce y una voluntad de hierro. No suele conceder entrevistas personales, pero accede esta vez a mantener un largo rato de conversación en una salita del convento, pared por medio con la capilla.

Del cuarto vecino llega el sonido salmódico de varias religiosas que rezan arrodilladas sobre el duro suelo. Son indias, bolivianas e inglesas, entregadas al cuidado y rehabilitación de niños abandonados y mongólicos del distrito de La Victoria.

Madre Teresa, a muchos nos impresiona ver en este convento a tantas monjas de la India atendiendo a los más pobres y enfermos de Lima. ¿Llegará un día en que veamos a religiosos y misioneros del Tercer Mundo atender las necesidades espirituales de países tan desarrollados como Francia?

(La madre sonríe) Ustedes pertenecen al Primer Mundo, y nosotros, la India, ¿a cuál?

Me imagino que aún al Tercero...

Mire, creo que es hermoso considerar que existe mucha pobreza espiritual en los países ricos, e incluso pobreza material, aunque sea menos visible. En todos ellos hay una muchedumbre de personas que sufren soledad, desamor, enfermedades físicas y morales, que constituyen una pobreza mayor que la material y más difícil de solucionar. Si alguien necesita un pedazo de pan, basta ofrecérselo para saciarlo; si necesita descanso, basta una cama. Pero ante un ser humano abandonado, no basta la ayuda material, se precisa una ayuda efectiva y espiritual que es mucho más difícil. Por eso es tan importante la labor de nuestras hermanas. Ellas entienden muy bien esas necesidades.

Madre Teresa, usted no busca ni fama ni prestigio y, sin embargo, viaja con frecuencia, pronuncia discursos y recibe premios. ¿Siene ahora la necesidad de difundir algún mensaje que no sentía antes?

Acepto las invitaciones y los premios por la gloria de Dios y el bien de la gente. Acepté el premio Nobel de la Paz por ese motivo, de otro modo nunca lo hubiera podido aceptar.

Nos encontramos ahora en la patria del padre Gustavo Gutiérrez, fundador de la llamada Teología de la Liberación. ¿Qué opina de esa liberación?

Si destruye la alegría, la paz y el amor, la unidad, entonces no es liberación. Más que nunca necesitamos hoy esos valores y debemos defenderlos y fomentarlos.

¿Sugiere que, tal y como está planteada, la Teología de la Liberación atenta contra ellos?

(La madre vuelve a sonreír) He puesto el condicional «si». Sé poco de esas teorías, pero a raíz de lo que he escuchado tengo que decirle que todo lo que se relaciona con Dios tiene como fruto unirnos más unos a otros.

Hemos de hacer sólo lo que seamos capaces de hacer. Nosotros intentamos arreglar los males del mundo dando a los pobres todo el cariño y afecto que somos capaces de ofrecerles
Madre Teresa de Calcuta

¿Piensa entonces que basta el amor y el servicio al prójimo para solucionar todos los problemas, sin cambiar las estructuras injustas?

Hemos de hacer sólo lo que seamos capaces de hacer. Nosotros intentamos arreglar los males del mundo dando a los pobres, a los enfermos, a los despreciados, a los más miserables de los miserables, todo el cariño y afecto que somos capaces de ofrecerles. Todos, desde su condición en el mundo, pueden también contribuir a la tarea de cambiarlo y purificarlo, buscando la unidad, el servicio, la reconciliación, el amor. Es necesario un amor tierno hacia el prójimo, que sólo puede venir de la oración porque ella nos concede un corazón limpio.

Madre, ha hablado de reconciliación, que es precisamente el lema del Congreso al que asiste aquí en Lima...

El hambre no es sólo de pan. El hambre es de amor, de reconciliación, y, si queremos reconciliarnos, tenemos que perdonarnos unos a otros. Perdonar nos da un corazón puro, y el que tiene un corazón puro puede amar a Dios.

Imagino que a veces no es fácil y que el corazón se revela más bien al ver situaciones tan duras como las que se pueden observar en barrios de esta capital. Madre Teresa, ¿alguna zona de Lima le recuerda quizá a su ciudad adoptiva, Calcuta?

Mire, no me gusta comparar. En todas partes hay belleza y sufrimiento.

¿Qué significa para usted el sufrimiento?

Sufrir es participar en la Pasión de Jesucristo. En cierta ocasión me encontraba junto al lecho de una mujer enferma de cáncer y la animaba y consolaba diciendo que ese dolor era un beso de Jesús. Le decía: «Mira, están tan cerca de la Cruz de Jesucristo que Él te puede besar». Y entonces ella, haciendo un gran esfuerzo y con una pizca de humor, me contestó: «Por favor, madre Teresa, dígale a Jesús que deje de besarme». Sí, yo siempre digo a los enfermos que su dolor es un regalo del cielo y que tienen que hacer uso de ese bien. Muchas veces no podemos hacer más que eso: pedirles que ofrezcan sus sufrimientos por la paz entre los hombres.

Contra el aborto

Madre, desde que ha llegado a Lima no ha hecho más que referirse al aborto como un crimen horrible en todas sus intervenciones públicas. ¿Qué relación tiene esa insistencia con el motivo de su viaje a Perú, el Congreso sobre la Reconciliación?

El aborto es un asesinato. Todo lo que destruye una vida humana es contrario al amor, a los planes de Dios respecto a cada una de sus criaturas, y a la concordia entre los hombres.

Muchos la llaman la «Madre de los pobres» y ven en usted una luz de esperanza para sus dolores físicos o morales. Desean sólo tocarla e incluso imploran su bendición. Madre, ¿qué opina de la ordenación sacerdotal de las mujeres y de la corriente feminista que ha brotado en algunos sectores de la Iglesia católica?

Nadie pudo haber sido mejor sacerdote que Nuestra Señora la Virgen María. Y, sin embargo, quiso permanecer como la Esclava del Señor. Lo que yo puedo hacer como mujer no puede hacerlo ningún hombre, y por eso es tan importante para mí aspirar a ser una mujer perfecta de acuerdo con los planes que Dios me reservaba cuando me creó.

Madre Teresa, no sé si la pregunta puede sonar un poco indiscreta, pero, ¿por qué es tan criticado el Papa (entonces Juan Pablo II) en ciertos círculos intelectuales y usted no?

Es muy sencillo. Porque yo soy una más entre el común de los mortales y el Papa no lo es, él es el Vicecristo en la Tierra. Lo que el Papa dice, por tanto, tiene que ser bendecido y lo que yo digo, basta con que sea compartido. No obstante, el Santo Padre es muy querido y obedecido en todas partes, y los que no lo siguen son una minoría.

Madre, ¿no le molesta la fama de santa que despierta en todas partes?

No, ¿por qué habría que molestarme? Para mí es un deber luchar por la santidad como para todos los cristianos, porque a todos nos ha dicho Dios: «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto».

¿Cuál es el secreto del éxito en todo el mundo de sus monjas, las Misioneras de la Caridad? ¿Cómo es posible que se hayan podido extender por tantos países y con tantas vocaciones?

La oración, porque el fruto de la oración es la fe, y el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor, el servicio al prójimo; y el fruto del servicio, la paz.

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