El pecado de los obispos españoles

Tenemos unos obispos que, en términos generales, subordinan su bien personal al del servicio a los demás

El primer grupo de obispos españoles en visita ad limina ABC

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Veinticuatro obispos españoles se han pasado esta semana en Roma para la visita Ad Limina Apostolorum. Es decir, una 'tournée' maratoniana de encuentros en las Congregaciones vaticanas que tuvo un momento cumbre, la reunión, de dos horas y media, a puerta cerrada con el Papa Francisco el pasado jueves. Hasta el 29 de enero pasará por allí el resto de la Conferencia Episcopal. Más que una visita para rendir cuentas o recibir un rapapolvo, la primera tanda de obispos españoles ha recibido el aliento de un Papa cercano, que sabe escuchar y, también, lanzar los mensajes que considera oportunos.

A la vuelta del viaje a Grecia, el Papa Francisco, contestando a una pregunta sobre el incomprensible caso del hoy arzobispo emérito de París, monseñor Aupetit, dijo: «Se ve que nuestra Iglesia no está acostumbrada a tener un obispo pecador, hacemos de cuenta para decir: mi obispo es un santo... No, este pequeño birrete rojo… todos somos pecadores». Es cierto, la Iglesia ha vivido, durante mucho tiempo, de una imagen idealizada de los obispos que les convertía en personajes públicos lejanos, administradores de las esencias, hombres con poder y relevancia. Los tiempos han cambiado. Al cuestionamiento de una parte de la sociedad se suma una especie de escrutinio permanente desde dentro, que está relacionado con la pérdida de autoridad generalizada. No lo olvidemos, en ámbitos de decisión, quien no tiene autoridad se suele convertir en un autoritario.

Recientemente hemos asistido en España a un lamentable caso de abandono de un obispo. La amplia repercusión se debió a que el proceso era en sí una patología. Si algo caracteriza a los obispos españoles es su fidelidad a la Iglesia, al papa y a la doctrina. No son, ni pretenden ser, políticos al uso, ni managers de ninguna franquicia territorial. Los hay de diversas sensibilidades, de variados estilos, formaciones académicas y experiencias de vida. Los hay más hábiles y con más carisma que otros. Tenemos unos obispos que, en términos generales, subordinan su bien personal al del servicio a los demás. Y eso se nota a favor de la libertad de la Iglesia.

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