«Mi hija había pasado varias pruebas de ‘ballena azul’ y, al ver el final, se me heló el corazón»

«Se había escrito F57 en la muñeca y tenía tres cortes en el antebrazo», afirma la madre que denunció en Marbella el primer caso en Andalucía

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«No sabía nada de la ‘ballena azul’. Sólo había escuchado que había causado problemas con adolescentes en Rusia. Pero no imaginaba que me podía suceder a mí». Quien habla es la madre de la menor marbellí que acudió a la Policía Nacional para denunciar que su hija podía estar participando en un macabro juego de retos por Internet que desemboca en el suicidio, según informa Diario Sur. Aunque hay diferentes variantes, la última de las 50 pruebas es: «Salta de un edificio alto. Toma tu vida».

Pide llamarse María, que utiliza como nombre ficticio por ser muy común tanto en España como en su país (Rusia), y accede a hablar sólo por si su ejemplo sirve a otros padres, que son los únicos, dice, que pueden rescatar a sus hijos una vez iniciado el juego.

Al menos, ese ha sido su caso. «Pero no puedo estar del todo tranquila porque puede volver a conectarse en cualquier momento. Intento hablar mucho con ella y no separarme ni un minuto, ni siquiera para dormir. La tengo toda la noche cogida de la mano», relata.

María no percibió un comportamiento extraño en su hija, que tiene 14 años, ni un bajón en el rendimiento escolar. Fue mucho más sutil: una manga larga en un día de calor en el que iba a un cumpleaños que se celebraba en una piscina. «Era la única que iba así vestida. Me pareció muy raro. Le cogí la muñeca y vi F57». La adolescente se había tatuado esas siglas en el dorso de la mano izquierda utilizando algún objeto cortante, posiblemente un cuchillo. «Le pregunté qué significaba, por qué se había hecho daño, pero no me contestó».

En ese momento, la menor hablaba por teléfono con su tía, que escuchó desde el otro lado del auricular las insistentes preguntas de María sobre aquella extraña inscripción. «Pásame con mamá», le dijo. Su tía, que vive en Rusia, sabía lo que era F57. La ‘ballena azul’ acababa de entrar en sus vidas. «Busqué en Internet y encontré un montón de referencias. Creo que mi hija estaba haciendo el juego. Y cuando vi cómo terminaba, se me heló el corazón», confiesa.

Lo siguiente que hizo María fue llamar a un familiar que es policía en Rusia. «Él me dijo que era un juego peligrosísimo y que no podía perder de vista a la niña ni un minuto. Y que acudiera inmediatamente a una comisaría». Al volver a casa después de poner la denuncia, que presentó a principios de mayo, le quitó la camiseta a su hija y vio que tenía tres cortes más en el antebrazo izquierdo. Eran más antiguos que las marcas de la mano. «Intenté hablar con ella, pero se cierra por completo y no quiere tocar ese tema. Le nombro Ballena azul y se cierra como una ostra».

Lo único que ha podido sacarle es que «le habían dicho» que F57 era un «número de buena suerte». La madre le preguntó por qué no se lo había escrito con un rotulador en lugar de hacerse una cicatriz en la muñeca, y la niña respondió que «había que hacerlo así». Pero cuando quiso saber quién le había dado esas instrucciones, la menor volvió a guardar silencio.

Mientras ella intentaba sonsacar a su hija, su familia buscaba alguna pista en las redes sociales de la adolescente. El policía ruso con el que tiene parentesco encontró dos fotos, ambas subidas a Instagram, que les dejaron aún más preocupados. En la primera, la niña aparecía de espaldas subida a un estrecho murete de una casa en ruinas. Vestía pantalón corto y tenía los brazos separados del cuerpo, en forma de cruz, como si estuviera manteniendo el equilibrio para evitar caer al vacío. En la segunda, la cría flota boca abajo, inerte, en unas aguas cristalinas. La foto está hecha desde las rocas de un acantilado de la zona de Calahonda. «Por lo que he leído, creo que simboliza la ballena muerta», apostilla María, que asocia ambas imágenes a dos retos del juego, extremo que la policía trata de confirmar. «No puedo afirmar que estuviera participando en la ‘ballena azul’ o en otra cosa, pero de lo que sí estoy segura es de que no iba a terminar bien».

Desde entonces, María sigue sumida en un mar de interrogantes y su hija no le da ninguna respuesta. «Alguien ha tenido que ayudarla. No sé quién tomó esas fotos, ni cuándo se las hizo. Ella está siempre muy ocupada, entre el colegio y los entrenamientos, a los que yo la llevo siempre. Lo único que hace sola es sacar al pasear al perro. Ha habido un par de días que ha tardado más de la cuenta, pero no le había dado importancia, porque no noté nada raro».

De hecho, la adolescente ni siquiera tiene teléfono móvil -»se le rompió hace poco»- y su madre no la deja conectarse a Internet salvo para hacer los deberes. «Antes la dejaba tener su cuenta Instagram, pero se la he quitado y se ha enfadado mucho. Los padres debemos estar muy encima de lo que hacen nuestros hijos delante de un ordenador, porque cuando abren esa ventana no sabemos qué van a encontrar», añade María, que está muy agradecida al orientador del instituto y al psicólogo por ayudarla a tratar el asunto. «Yo intento hacer comprender todo eso a mi hija, que Internet es una caja de Pandora y que no sabes quién está al otro lado. Le digo que la quiero mucho, que ella es toda mi vida y que no puedo perderla, y ella me responde: ‘Tranquila, mamá, no voy a hacer nada’».

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