José Francisco Serrano Oceja

Fátima y los Papas

La clave de las apariciones no reside en mensajes no desvelados intencionalmente por la jerarquía

José Francisco Serrano Oceja
Madrid Actualizado: Guardar
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El Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española ha salido de su mutismo último. Motivo de alegría, por tanto. Y lo ha hecho con una declaración pública a propósito del viaje del Papa Francisco a Fátima los próximos 12 y 13 de mayo, primer centenario de las apariciones de la Virgen.

Dicen los obispos que «Fátima es uno de los lugares destacados, especialmente en la historia contemporánea de la Iglesia». Muestra de ello es el hecho de que los tres últimos Papas hayan sentido una especial fascinación por ese lugar, síntesis de la teología de la historia. Y además lo hayan visitado como peregrinos. Pablo VI, el 13 de mayo de 1967, a los cincuenta años de las apariciones de la Virgen a Lucía, Francisco y Jacinta.

Allí habló de las «ideologías diseñadas para quitar de la fe todo lo que el pensamiento moderno no entiende o no acepta». Justo un año después del atentado contra Juan Pablo II, en la plaza de san Pedro, éste visitaba la Cueva de la Virgen, el 13 de mayo de 1982. Benedicto XVI también se acercó a Fátima. «He venido a rezar –dijo-, con María y con tantos peregrinos, por nuestra humanidad afligida por tantas miserias y sufrimientos».

La clave de las apariciones de Fátima no reside en mensajes no desvelados intencionalmente por la jerarquía, como insiste determinada literatura de mariología ficción, en interpretaciones esotéricas de lo dicho por la Virgen o en el gusto malsano, ahora en efervescencia, por la mezcla de lo apocalíptico y lo escatológico. Fátima es la más profética de las apariciones modernas. Su mensaje nos alerta de un interpretación de la historia demasiado plana. La batalla entre el bien y el mal siempre interpela a la libertad humana. Sintetiza el evangelio dirigido a los más pobres y contiene un doble mensaje, externo e interno. La Iglesia prevalecerá en la historia más allá de las ideologías. Señala el principio y las condiciones de pervivencia en el tiempo. Y añade, por último, una advertencia a la incoherencia de la Iglesia acomodada, mundanizada.

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