El obispo de Teruel, Carlos Escribano (izq.) junto a un grupo de prelados
El obispo de Teruel, Carlos Escribano (izq.) junto a un grupo de prelados

«Esto fuera de la JMJ no me pasa»

Los obispos se hacen «selfies» y cargan con la mochila oficial del encuentro

CRACOVIA Actualizado: Guardar
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Durante la ocupación nazi de Polonia, Karol Wojtyla pasaba diariamente por el Santuario de la Divina Misericordia, camino a su trabajo en las canteras de Solvay, y paraba unos minutos a rezar en su capilla. En ese mismo paraje, a 17 kilómetros de Cracovia que los chicos hicieron a pie, decenas de miles de jóvenes celebraban ayer una misa en la que pedían por los últimos actos violentos en Europa, por las víctimas y por los verdugos. Entre los ríos humanos que terminaban desembocando en lo que hoy es el santuario de San Juan Pablo II, rabiosamente multicolores y ruidosos en docenas de lenguas, pululaban también pastores vestidos de negro y con una mochila amarilla a la espalda, igualmente ilusionados y visiblemente gratificados por semejante rebaño.

«Esto es un auténtico espectáculo, chicos y chicas de todo el mundo, de todos los colores y razas, de todas las lenguas, es una predicación, es decirle al mundo que este es el mundo nuevo que queremos crear, con gente nueva que se entiende, que convive, que sabe perdonar, que sabe excusar, que no se enfada ni se grita, qe se ayuda, que se saluda...», decía entusiasmado el Obispo de Cuenca, José María Yanguas, «cada uno proclama gozoso, con su bandera, su identidad y al mismo tiempo participa de esa unión que no es solamente horizontal, sino una unión convergente en el Señor y en la Fe. Va más allá de la fraternidad externa, tiene una raíz muy honda...».

Ese aire de fraternidad acerca a los jóvenes a sus Obispos y propicia un contacto que a menudo traspasa la relación que mantienen en las diócesis. El cardenal alemán Reiner María Wölki, que mide unos dos metros, se inclinaba una y otra vez a la salida de su hotel para que los jóvenes que se lo pedían pudiesen hacerse un «selfie» con él. «Para mí es algo completamente nuevo, pero ellos lo hacen con una gran naturalidad y me parece hasta divertido... Sí, reconozco que esto fuera de la JMJ no me pasa...», reconocía. El cardenal de Westminster, Vincent Nichols, admitía por su parte que «esta relación es algo que descubrió Juan Pablo II y que a través de los Papas se mantiene y enriquece. Hasta Juan Pablo II, la juventud era una especie de enfermedad que... se curaba con él tiempo. Pero él la puso en valor y nosotros vivimos de esas rentas».

«La juventud es lo mejor que tiene Cristo»

Francisco Pérez, Arzobispo de Pamplona y Tudela, disfruta de ese clima tan especial que propicia la JMJ desde sus inicios. «Tuve la oportunidad de estar en Santiago de Compostela en 1989, por eso valoro la impresionante forma en la que ha evolucionado aquella iniciativa. Para mí es doblemente especial porque yo fui ordenado por Juan Pablo II, él me impuso las manos para ordenarme como sucesor de los apóstoles y le tengo una gran devoción», confiesa, recordando que «lo más importante es ese signo de paz que necesita el mundo, en armonía, en fraternidad y en interculturalidad, es un verdadero gozo, participar de la catolicidad, signo de los nuevos tiempos, donde reine el amor de Cristo».

De fondo de todos estos comentarios, el lector debe imaginar canciones, murmullos de rezos y rosarios en lenguas entrecruzadas o gritos de consignas entre palmas y rasgueos de guitarra, a los que los Obispos con mochila asienten con una sonrisa, como «lo dice el Papa, lo dicen los Obispos: la juventud es lo mejor que tiene Cristo».

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