China impone la mayor cuarentena de la historia en su año lunar más triste

Por miedo a la propagación de la nueva neumonía, que se ha cobrado ya 26 vidas, las autoridades cierran 14 ciudades con 40 millones de habitantes y suspenden las fiestas

Viajeros en la Estación Central de Ferrocarril de Pekín que regresan a sus lugares de origen para pasar el Año Nuevo Chino EFE | Vídeo: ATLAS
Pablo M. Díez

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En la celebración más triste del Año Nuevo Lunar, que empezó anoche, China amplió la cuarentena para frenar la epidemia del nuevo tipo de neumonía que ya se ha cobrado 26 vidas e infectado a más de 800 personas. Las autoridades cortaron los transportes en 14 ciudades de la provincia central de Hubei, donde se originó el mes pasado el nuevo coronavirus, atrapando a más de 40 millones de personas. Además, en la capital provincial, Wuhan, empezaron la construcción un nuevo hospital de mil camas para atender a los infectados que estará terminado en solo diez días. Con pabellones prefabricados que ocuparán 25.000 metros cuadrados, servirá para aislar a los enfermos de la nueva neumonía y aliviar a los hospitales de la ciudad, que se han quedado sin camas por la llegada masiva de pacientes durante los últimos días.

Quizás por empezar bajo el signo de la rata del horóscopo chino, Wuhan se ha convertido en una ratonera para sus once millones de habitantes por el cierre de sus transportes y carreteras. Para impedir la propagación de la enfermedad durante las vacaciones por el Año Nuevo Lunar, cuando 350 millones de chinos viajan por todo el país y siete millones salen al extranjero, las autoridades han impuesto una gigantesca cuarentena hasta ahora insólita.

«No hemos podido irnos de vacaciones a Tailandia como habíamos planeado. Así que hemos comprado comida en el supermercado y nos quedamos en casa», explica a ABC desde Wuhan por teléfono Yan Jun, ejecutivo de una multinacional china. Casado y con un hijo, se muestra tranquilo de momento, pero teme un estallido social si la cuarentena se prolonga mucho tiempo. «¿Qué va a ocurrir si la gente se queda sin comida o no puede moverse libremente por la ciudad dentro de unos días?», se pregunta sin saber cómo va a evolucionar la situación.

Tal y como muestran los vídeos colgados en las redes sociales, Wuhan es una ciudad fantasma con la mayoría de los comercios cerrados y las calles casi vacías. Como contraste, los hospitales están tan llenos de enfermos asustados que sus médicos y enfermeras no dan abasto a atenderlos. Aunque muchos de ellos solo sufren un resfriado normal, corren el peligro de contagiarse al esperar durante horas en pasillos abarrotados con otros que sí están contagiados con la nueva neumonía. Para reducir riesgos, las autoridades obligan a llevar mascarilla en los lugares públicos. A falta de una vacuna para este nuevo coronavirus, denominado 2019-nCoV, las mascarillas son ya el objeto más preciado de Wuhan y muchas otras ciudades de China. Tanto que la isla de Taiwán, que permanece separada del régimen de Pekín pero depende económicamente del continente, ha prohibido exportarlas para tener reservas de sobra en caso de que la epidemia se propague hasta allí.

A pesar del bloqueo de transportes en su epicentro, la enfermedad se ha extendido ya por casi todas las provincias chinas. Además, se ha cobrado dos vidas fuera de Hubei: una en la provincia de Hebei y otra en Heilongjiang, a más de 2.500 kilómetros de distancia y fronteriza con Rusia. Mostrando su capacidad para saltar países, en Estados Unidos fue diagnosticado un segundo caso: el de una mujer de 60 años que había regresado de Wuhan.

Por miedo a que siga extendiéndose, muchos chinos han suspendido sus vacaciones del Año Nuevo Lunar, que son las únicas para los emigrantes rurales que trabajan en las grandes ciudades. En Shanghái, Wang Jihong, agente de ventas en una inmobiliaria de centros comerciales, ha preferido no volver a casa con su familia cerca de Pekín. «Aunque tenía muchos regalos para mis sobrinos, he optado por quedarme en casa por seguridad y apenas salgo a la calle», explica cubriéndose el rostro con una mascarilla, que incluso se pone para abrirle la puerta a los repartidores de comida a domicilio.

En plena psicosis por la extensión del coronavirus, que tarda entre tres y diez días en incubarse, la mayoría de las ciudades han cancelado los actos previstos para festejar el Año Nuevo Lunar. Además de parques y templos, Pekín ha cerrado la Ciudad Prohibida, el palacio donde vivían los emperadores que en estas fechas se abarrotaba de turistas. En Shanghái, ha cerrado el parque de Disneyland y se ha cancelado el festival de farolillos que, por primera vez, se celebraba en los populares jardines de Yu Yuan, donde hace solo unos días no se podía caminar. Hong Kong y Macao también han suspendido sus desfiles y fuegos artificiales y la vuelta al colegio de los niños podría demorarse más allá de mediados de febrero.

Al igual que los teatros, auditorios, galerías de arte y salas de exposiciones, han cerrado los 70.000 cines de China, donde estos días se iban a estrenar las películas más comerciales para regocijo del público y éxito de la taquilla. Prevista para el 5 de febrero, la Supercopa de fútbol china también ha sido suspendida sin fecha, a la espera de comprobar si se ataja esta epidemia que ha reventado el Año Nuevo Lunar y atemoriza al mundo.

Sin petardos ni fuegos artificiales, en un silencio casi sepulcral, China entró anoche en el año de la rata conteniendo la respiración ante la epidemia. Tras las máscaras, ojos de miedo en lugar de sonrisas de felicidad. En vez de salir a pasear, banquetes en casa con la familia y partidas interminables de «mahjong» porque muchos templos, parques y monumentos están cerrados. Calles vacías donde ayer había multitudes. Planes de vacaciones rotos y una angustiosa pregunta rondando la cabeza: ¿qué va a pasar ahora?

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