Japón está blindando su costa nororiental con un muro de 400 kilómetros contra futuros tsunamis
Japón está blindando su costa nororiental con un muro de 400 kilómetros contra futuros tsunamis - Pablo m. díez

Japón se blinda con una «Gran Muralla» contra tsunamis

Entre críticas ecologistas, el Gobierno construye a lo largo de 400 km. de la costa nororiental una cadena de muros de siete metros de altura

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Además de provocar el accidente nuclear de Fukushima, el tsunami de 2011 arrasó unos 600 kilómetros de la costa nororiental de Japón y se cobró casi 19.000 vidas. Para impedir una catástrofe similar, el Gobierno nipón está construyendo a lo largo de 400 kilómetros del litoral una cadena de muros de siete metros de altura. Presupuestada en 820.000 millones de yenes (6.379 millones de euros), esta “Gran Muralla” de cemento pretende blindar la costa frente a futuros tsunamis, pero se ha encontrado con la oposición de residentes y grupos ecologistas por su impacto medioambiental.

“Ya no se puede ver el mar desde la costa ni tampoco si viene un tsunami. No creo que resulte muy útil y, además, es muy costosa”, se queja Kenji Arawaka, quien trabaja en una empresa que fabrica material de oficina y viene a pescar a la playa de Kitagama, en Iwanuma.

A su espalda, a unos cien metros, sobre la arena ya se alza la imponente barrera gris de hormigón, que cuenta con escalones para pasar de uno a otro lado y tiene en su parte superior una anchura de tres metros que sirve de pequeño paseo marítimo. Justo detrás, las máquinas excavadoras siguen removiendo la tierra y decenas de camiones cargados de arena se dirigen a la parte del muro aún sin terminar. A un ritmo frenético, las obras están a punto de concluir en Iwanuma tras haber movilizado a unos 200 trabajadores desde el otoño de 2011.

Tanto en esta playa como en la vecina de Ainokama, el tsunami penetró cinco kilómetros tierra adentro y destruyó medio centenar de casas enclavadas en la orilla. Con olas de ocho metros de altura, que rebasaron el anterior muro de protección que se alzaba en la costa, el agua se cobró en esta zona la vida de 42 personas – la cifra más alta de las 181 víctimas contabilizadas en Iwanuma – y llegó hasta el contiguo aeropuerto de Sendai, arrastrando coches y avionetas y dejando a su paso un desolador rastro de muerte y destrucción.

En aquellos fatídicos días, el alcalde de Iwanuma era Tsuneaki Iguchi, quien tuvo que enfrentarse a la catástrofe y a su posterior reconstrucción. Para recordar la tragedia, pero también ofrecer esperanza para el futuro, mandó levantar en esta franja devastada de la costa la Colina de los Mil Años, un parque financiado con donaciones donde se han plantado tres millones de árboles para sustituir al gigantesco pinar frente al mar que el tsunami arrancó de cuajo. Además de contar con una campana para honrar a los fallecidos, el parque dispone de pequeños miradores levantados sobre el terreno con restos del tsunami, que hacen además de refugio en caso de una nueva crecida de las aguas. “El objetivo es que frenen futuros tsunamis y sirvan como puntos de evacuación”, explica el exalcalde Iguchi, que se retiró el año pasado pero dirige una asociación que promueve una “Gran Muralla forestal” en la costa nipona.

Barrera de árboles

“Es mejor una barrera de protección formada por árboles en lugar de cemento, pero necesitamos esta última durante los próximos años para que la vegetación pueda crecer”, razona sobre uno de los montículos del parque, desde donde se divisa la muralla de hormigón que recorre el litoral y las vallas de madera que protegen la playa reforestada.

Sin embargo, como observa Sato Osamu, técnico jubilado del Ministerio de Bosques, “se han cortado los pinos que habían sobrevivido para plantar nuevos árboles menos resistentes que no servirán para detener las olas cuando venga otro tsunami”. Junto a tres colegas retirados, recorre el parque analizando las especies plantadas y denuncia también el coste de proyectos similares que han proliferado en la costa nipona para recordar la catástrofe. A su juicio, “el Gobierno debería gastar el dinero público en programas más útiles para ayudar a los damnificados, muchos de los cuales aún siguen viviendo en refugios temporales porque perdieron sus casas por el tsunami”.

Formada por pescadores, agricultores, vecinos y turistas, la oposición a la “Gran Muralla” frente al mar está tan extendida que hasta la esposa del primer ministro Shinzo Abe, Akie, se ha manifestado en su contra. “Me pregunto si construir muros altos es realmente la mejor solución para la costa. Por favor, no sigan adelante”, imploró públicamente el año pasado para escarnio de su marido.

“Es horrible, no me puedo creer que se esté construyendo un muro así para vivir de espaldas al mar”, denuncia por su parte el reputado arquitecto Toyo Ito, galardonado hace dos años con el prestigioso premio Pritzker. En su opinión, “el argumento de la seguridad no funciona porque otros muros anteriores fueron rebasados por el tsunami”.

Pero el Gobierno sigue firme en su intención de blindar el litoral porque, según un informe del Ministerio de Agricultura, dichos muros anti-tsunamis son necesarios en 14.000 de los 35.000 kilómetros de costa que tiene Japón. Unas faraónicas obras públicas con las que el primer ministro Abe quiere crear empleo y estimular la economía, dos razones tan contundentes como evitar otra catástrofe.

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