Fotografía facilitada por el Osservatore Romano que muestra al Papa Francisco (c), el capellán de la Guardia Suiza, el Arzobispo Alain de Raemy (2d), el Comandante de la Pontificia Guardia Suiza, Daniel Rudolf Anrig, y varios miembros de la Pontificia Guardia Suiza
Fotografía facilitada por el Osservatore Romano que muestra al Papa Francisco (c), el capellán de la Guardia Suiza, el Arzobispo Alain de Raemy (2d), el Comandante de la Pontificia Guardia Suiza, Daniel Rudolf Anrig, y varios miembros de la Pontificia Guardia Suiza - efe

Relevo en el Ejército del Papa

Son 110 soldados de élite, voluntarios y disciplinados, que deben usar las armas sólo en situaciones extremas

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A pesar de que vive en un hotel donde se alojan transeúntes, el Papa puede dormir tranquilo. Ante su puerta vela toda la noche un joven soldado suizo disciplinado, enérgico y dispuesto a dar la vida por él. La Guardia Suiza es un cuerpo de élite, formado por voluntarios, en el que no se admiten fallos. El primero puede significar una reprimenda o un arresto. El segundo, quizá la expulsión. La responsabilidad es demasiado alta como para hacer bromas.

Aun así, sus miembros son joviales y alegres en los pocos ratos libres que les deja su horario agotador. Algunos tienen incluso novias italianas, que se contentan con verles fugazmente dos o tres veces a la semana hasta que termina el trienio de servicio.

El Guardia Suizo que se mantiene firme e inmóvil durante una ceremonia de dos horas es, en realidad, un tirador de élite, practica artes marciales, habla varios idiomas y, probablemente, cuenta con un título universitario. No está «haciendo la estatua», sino observando todo con discretos movimientos de ojos, y alertado de posibles peligros a través del «pinganillo». La Guardia Suiza es mucho más de lo que parece a simple vista.

El soldado mantendrá su sangre fría evitando, hasta el último momento, el uso de las armas. Pero si es necesario, lo hará con decisión. Y el potencial agresor descubrirá que, además de alabardas, la Guardia Suiza utiliza muchas otras armas, incluidas las pistolas de reglamento.

Tiene también tres «uniformes»: el «renacentista» de ceremonias –creado hace un siglo pero inspirado en cuadros de Rafael-, el uniforme azul de trabajo, y el austero traje negro cuando caminan junto al «papamóvil» o realizan otros cometidos, ya sea en el Palacio Apostólico, donde el Papa recibe a los jefes de Estado, o en la Casa Santa Marta, donde vive y trabaja la mayor parte del día.

El ejército del Papa-compuesto por 5 oficiales y 105 soldados- es un cuerpo de alta disciplina y asombroso entusiasmo por un trabajo muy duro. Realiza muchísimas guardias, que pueden ir desde vigilar dos horas seguidas los movimientos de miles de personas o pasarse otras tantas horas en medio de la noche ante la puerta de la habitación del Papa. Naturalmente de pie, como todo centinela, para evitar quedarse dormido. Tanto en Roma como en los viajes.

Nuevo comandante

La Guardia Suiza recibirá su nuevo comandante el próximo uno de febrero, pues el Papa acaba de marcar un final a la prórroga en que se encontraba Daniel Rudolf Anrig desde agosto del 2013, cuando terminó su mandato de cinco años.

Aquel verano, Francisco llevaba sólo unos meses al frente de la Iglesia, y todavía no había nombrado a su secretario de Estado, Pietro Parolin, cuyo «número dos», el arzobispo Ángelo Becciu, es el supervisor de la unidad militar.

Aunque la selección del nuevo comandante incluye consultas con los obispos, el gobierno y el ejército de Suiza, quizá esta vez hayan sido mínimas, pues se espera que tome el relevo el actual vicecomandante, Christoph Graf, con 27 años en la «Cohors Helvetica» desde que entró como simple alabardero.

Desde 1506

Al Cuerpo le gusta recordar que empezó su servicio el 22 de enero de 1506, cuando los primeros 150 soldados entraron en el Vaticano y se pusieron a las órdenes de Julio II. Eran años de guerras, pero la mayor prueba de fuego tuvo lugar el 6 de mayo de 1527, cuando defendieron heroicamente a Clemente VII de la furia de los soldados españoles y alemanes enviados por Carlos V para castigar al Papa por una grave intriga territorial.

Desbordados por un enemigo muy superior, los 189 Guardias Suizos consiguieron retrasar la toma del palacio, y dar a Clemente VII el tiempo de escapar por la elevada muralla del «Passetto di Borgo» hasta Castel Sant’Ángelo. Sólo sobrevivieron los 47 que entraron con el Papa en el antiguo mausoleo de Adriano, fortificado tres décadas antes por el Papa español Alejandro VI.

La ceremonia y fiesta de Jura de Bandera de los nuevos reclutas se celebra en el aniversario de aquel 6 de mayo. El año pasado, el Papa Francisco recibió a los Guardias y sus familias para agradecerles su servicio y animarles a ser, además de valientes y eficaces, amables con los peregrinos: «Recordad que no es el uniforme, sino la persona que lo lleva, quien debe impresionar por su gentileza, espíritu de acogida y caridad con todos».

Es el espíritu de todo militar: gentil con los civiles y duro frente al enemigo, que en este caso será «invisible». Se acercará escondido entre un grupo de peregrinos, y asestará una puñalada, como a Pablo VI en 1970 en Manila, o disparará una pistola como el asesino a sueldo turco que hirió gravemente a Juan Pablo II en 1981.

Otros cuerpos que protegen al Papa

La Guardia Suiza es anillo de protección más cercano al Papa. El más alejado se forma a miles de kilómetros de distancia cuando los servicios de información de distintos países pasan datos de tramas de grupos extremistas para atacar al Papa con coches bomba, mochilas explosivas, drones o cualquier artefacto.

En torno al minúsculo territorio del Vaticano operan los Carabinieri y la Polizia di Stato Italiana, que patrullan de uniforme y de paisano en la Plaza de San Pedro cuando no está el Papa.

En cambio, durante las ceremonias y audiencias generales, la protección corresponde a la Gendarmería Vaticana y la Guardia Suiza. Los respectivos comandantes –Domenico Giani y Daniel Rudolf Anrig- caminan como un guardaespaldas más a los lados del «papamóvil». Si todos sus hombres fallan, ellos dos son la última línea de defensa.

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