Hoja Roja

No hay verano sin beso

Para los que somos de natural poco besucones, lo más normal habría sido hacerle a Rubiales una cobra más grande que la que le hizo Bisbal a Chenoa

Yolanda Vallejo

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Lo relativo que es el tiempo, ya ve, que veinte años no es nada –según el tango- y trece años son toda una eternidad. Para que luego digan que no hemos cambiado; no ni ná. Verá. En 2010, mientras celebrábamos que España ganaba el Mundial de fútbol, el masculino, el portero de la selección le plantó un beso en toda la boca a la reportera encargada de contarnos cómo se estaba viviendo el triunfo desde Johannesburgo. Acuérdese, la periodista estaba haciendo su trabajo –insisto, estaba trabajando-, y el futbolista, sin encomendarse a dios ni al diablo, la besó en directo y la dejó con el trabajo –e imagino que con las ganas- a medias. «Madre mía- decía ella completamente azorada- devolvemos la conexión», sin saber muy bien qué hacer con esa situación. «¡Qué grande es este capitán!» decían en el estudio de televisión los presentadores. Qué maravilla, decíamos todos, qué espontáneo, qué tierno… Ella, ya lo sabe, era Sara Carbonero; él, Iker Casillas y luego fueron la pareja de moda durante varios años, haciendo sombra, incluso, a los refregones que se pegó Shakira con Piqué bailando el waka-waka en el mismo Mundial, mientras todos aplaudíamos la naturalidad de nuestros jugadores. Nadie se planteó si a Sara Carbonero le había gustado el gesto de Casillas, nadie cayó en la cuenta de que también había un cierto tufillo machista en el ambiente –yo soy el macho ganador del mundo y tú, la hembra que está aquí un poco de florero, que no hay que olvidar el #GraciasSara que fue tendencia mundial-, y nadie le dijo, ni al portero del Real Madrid, ni a la periodista de Telecinco lo que el refranero lleva siglos diciendo, que donde tengas la olla, no metas otra cosa, que queda bastante feo.

Trece años más tarde, hemos vuelto a ganar un Mundial de fútbol, el femenino. Y hemos contemplado desde Sidney la victoria, el triunfo de nuestra selección sobre las leonas inglesas, el empoderamiento de nuestras chicas, la espontaneidad - ¿espontaneidad?- de la Reina Letizia, el dolor y la gloria de Olga Carmona –lo de los titulares de prensa sobre las jugadoras, sus vidas privadas y sus orígenes, también es para analizarlo-, y el beso del presidente de la Real Federación Española de Fútbol a una de las jugadoras que está empañando la victoria, el triunfo, el empoderamiento, la espontaneidad y la gloria de nuestra Selección, hasta convertirse en un asunto de Estado, literalmente.

Porque hemos cambiado mucho como sociedad en estos trece años, no lo dude. Y lo que antes podíamos justificar por la efusividad de un momento, lo que antes podíamos disculpar porque «tampoco es para tanto», lo que antes podíamos pasar por alto, hoy es algo que no tiene cabida en la mochila de las excusas. Y no nos engañemos; no es que de la noche a la mañana nos hayamos convertido en la sociedad más justa, igualitaria, inclusiva y todas esas cosas -no vayamos ahora a creernos que por denunciar a Rubiales por el beso está todo hecho-, sino que, del mismo modo, que aquel fragmento del NODO que narraba un partido de fútbol femenino, en 1961, hoy nos saca los colores y nos parece lamentable, hay cosas que ya no hay por dónde cogerlas. Y un señor que no sabe comportarse en un palco y que no ha superado la fase genital no tiene derecho a ir cogiendo a las mujeres en peso –como si acabara de salir de la cueva y hubiese cazado un mamut- ni a besar a nadie sin, presuntamente, consentimiento.

Y es ahí, justamente, donde todo el asunto este del beso me descoloca. Porque, para los que somos de natural poco besucones, lo más normal habría sido hacerle a Rubiales una cobra más grande que la que le hizo Bisbal a Chenoa –en aquella ocasión, no lo olvide, le echamos las culpas a Chenoa por fresca y descarada, decían- o, al menos, haber reaccionado poniendo distancia, y no quedarnos con el beso puesto y decir a toro pasado «no me ha gustado, pero ¿qué hago?», y mucho menos guardar silencio cuando se descubrió que la Federación había puesto en boca de la futbolista unas palabras de disculpas que ella no había dicho; algo que, si me apuran, me parece incluso más grave que lo del baboseo en la entrega de medallas. Eso es lo preocupante.

El tiempo de silencio de la joven ante el revuelo mediático y sus mensajes subliminales desde las redes sociales, mientras medio país debate sobre si «Le puede dar usted un beso en la mano, o puede darle un beso de hermano» porque la española «un beso de amor, no se lo da a cualquiera» y el otro medio está pendiente de lo que pasa en Tailandia, no hacen ningún favor a la lucha contra el machismo, ni ayudan nada al cambio de mentalidad. De hecho, las chicas de la Selección española de fútbol no han tenido ningún problema en posar durante sus vacaciones en Formentera en un restaurante cuyo lema es «No hay verano sin beso», un lema que, incluso la propia Jennifer Hermoso lucía en el muslo, en una calcomanía en su cuenta de Instagram. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y las palabras de la protagonista del asqueroso incidente del beso han sido, qué quiere que le diga, bastante tibias.

No hay verano sin beso, y al parecer, tampoco hay Mundial sin beso y eso es lo que me da vergüenza. Aunque hayan pasado trece años.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación