OPINIÓN

Reloj, no marques las horas

Hoy tenemos una hora menos, pero ni lo piense… que en octubre tendremos una hora más

Yolanda Vallejo

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Desde que la gente ha descubierto -¡oh, albricias!- que en este país se cambia la hora desde 1940 por un capricho del Dictador para hacerlo coincidir con el de la Alemania nazi y así «agradar» a Hitler –aunque no es demasiado fiable el dato-, andamos como locos pidiendo la restitución de «nuestro» horario, apelando incluso a la Ley de la Memoria Histórica, como si, de pronto, nos hubiésemos dado cuenta de que ochenta años cambiando el reloj en primavera y en otoño son el último coletazo de la represión franquista. Y ya ve usted que el tema tiene cuerda para rato, porque ni somos el único país que tiene horario de verano y horario de invierno, ni la Unión Europea tiene una idea muy clara de cuándo hacer efectiva la norma que sincronice los relojes en todos sus territorios.

Yo debo ser de la generación del fácil contento, porque me da exactamente igual lo de la hora de más o de menos. Ni sufro los mareos de la aguja, ni me quita el hambre ni me roba minutos a la poca atención que me queda. Pero me llama mucho la atención el debate que, año tras año, genera el cambio. La Unión Europea ya advirtió en 2019 que se iban a unificar los horarios para acabar con el desfase territorial, pero el Covid también fue una buena excusa para procrastinar en esto y tras varios intentos fallidos, parece que, ahora sí, nuestros disloques relojeros tienen fecha de caducidad, y será, el 25 de octubre de 2026 la fecha límite para adoptar un único huso horario, según el BOE. No sé, Rick, pero me parece que tampoco, en esto, estamos muy seguros del día ni la hora. Y no corren las agujas del reloj al mismo ritmo que las recomendaciones sobre el ahorro energético y esas cosas que recomienda la Directiva Europea del Cambio de Hora –sí, hay una directiva para el cambio de hora, que estudia los acoplamientos como si fuera el Consejo de Hermandades y Cofradías- para el cambio definitivo. Y no se queda atrás la Sociedad Española del Sueño –me encantaría trabajar en una institución con ese nombre- que alerta de los perjuicios contra la salud que causa la alteración de la hora, porque, por lo visto retrasa el reloj biológico, y produce desajustes que provocan un sueño insuficiente, desorganizado y de mala calidad y que, al final, desencadena la aparición de obesidad, diabetes, infartos, ictus, depresión y ansiedad. Total, un desastre esto de cambiar la hora dos veces al año y yo no me había enterado.

Pero a este gran debate, por supuesto, no le falta la voz del pueblo. ¿Usted que prefiere, el horario de verano o el horario de invierno?, pregunta el CIS –ya sabe que tengo debilidad por la estadísticas- a los españoles, y a las españolas. Y resulta que un 65,8% de los encuestados está a favor de acabar con el cambio de hora y que, si hubiera que elegir, la mayoría prefiere, sin dudarlo, el horario de verano para disfrutar de más horas de luz por la tarde, como si la convención horaria tuviese algo que ver con las vueltas que da el mundo y con las costumbres que ha generado el refranero, que usted sabe tan bien como yo, que no por mucho madrugar, amanece más temprano. Y es que, pensándolo bien, todos queremos vivir de día, levantarnos con el sol fuera y alargar las tardes como si siempre fuera verano. Pero, ¡ay!, que se nos olvida lo importante, y es «que el invierno llega, aunque no quieras» como cantaba la más Grande, y en pleno diciembre, con el horario de verano, no veríamos el Sol hasta las nueve de la mañana y seguiría oscureciendo a media tarde, nos guste o no.

Y dirá usted que a santo de qué me ha dado por hablar de horarios en este domingo de Resurrección que tiene una hora menos. Pues verá, lo que ha ocurrido esta Semana Santa es una prueba de que el hombre propone y no sé yo quien dispone, pero acaba con los planes en un santiamén. Y no me refiero solo a las procesiones ni al gasto que han hecho –que el gasto se hace mucho antes de mirar los partes, por si alguien se cree que eso se monta en dos días-, ni tampoco al llanto cofrade o a esa cosa de «titulares» y suplentes dando vueltas en procesión. Me refiero, sobre todo, a la hostelería, al comercio, al turismo, a los contratos que, aunque temporales, dan un respiro y al resto de los huevos que hemos puesto en el mismo cesto como ofrenda al futuro imperfecto. La naturaleza, decía Ian Malcolm en «Jurassic Park», se abre camino y te sorprende en cualquier esquina. No es solo el cambio climático ni el abuso de las nuevas tecnologías –no sé cuántas apps se han consultado en estos días, para acabar mirando al cielo y a las nubes que entran por la Caleta-, es la primavera. Tan simple como eso.

Nos empeñamos en enmendarle la plana al planeta y así nos va. Mucho ODS, mucho pin multicolor en la solapa, mucho compromiso con el medioambiente, mucho cambio de hora para ser respetuosos - ¿con quién? - y al final nuestro castillo de naipes se viene abajo al primer soplo de viento.

«Yo no mandé a mis barcos a luchar contra los elementos», se lamentaba Felipe II cuando la Armada Invencible demostró que no lo era tanto. Hoy tenemos una hora menos, pero ni lo piense… que en octubre tendremos una hora más.

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