HOJA ROJA

El puente de los suspiros

Han pasado tantas cosas en esta década que cuesta creer que han sido solo diez años

Si veinte años no es nada, como dice el tango, una década debe ser algo menos que nada, apenas un suspiro, que es lo que parece el tiempo que ha pasado desde la inauguración del puente de la Constitución de 1812 -espero que se llame así, porque con tanto cambio de nombre ya no estoy muy segura- el 24 de septiembre de 2015. Sé que se acuerda de ese día, ni tan festivo ni tan icónico como la imagen de la gente cruzando, de uno y otro lado, el puente José León de Carranza -no sé si llama todavía así, o ya no- aquel 28 de octubre de 1969, pero trascendental, al fin y al cabo, para la historia más reciente de nuestra ciudad y para la movilidad en la bahía. Dos días antes, ni Kichi ni Rorri – ni José María González ni Antonio Romero por si acaso de no acuerda de cuando teníamos alcaldes naif-, ediles de las dos localidades implicadas en la construcción de la faraónica obra del puente de Manterola, habían sido invitados al acto inaugural. Ambos se quejaban de deslealtad institucional y de que los vecinos, y vecinas, no habían sido invitados a fundirse en un abrazo a setenta metros sobre el nivel del mar. No sé qué se habían imaginado, pero la subida al puente, andando, ni siquiera se planteó en aquella mañana, en la que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy -de esto sí que hace tiempo- y la presidenta de la junta de Andalucía, Susana Díaz -hay décadas que parecen siglos- junto con Teófila Martínez, que en ese momento acudía en calidad de hada madrina -pero sin amadrinar nada- de la infraestructura por la que tanto había peleado desde que llegó al sillón de San Juan de Dios. Estuvieron también Ana Pastor, ministra de Fomento, y Florentino Pérez, entonces presidente del grupo ACS al que pertenece la constructora encargada de la obra, todos trasladados en un autobús hasta el centro mismo del puente, desde donde se sucedieron los discursos triunfalistas propios de estos casos: «hoy puede ser un gran día», «seremos grandes, seremos fuertes» , «saber que se puede, querer que se pueda» y ese tipo de cosas que se dicen para que queden en las hemerotecas y el tiempo no sepa cómo ponerlas en su sitio.

No eran los primeros en pisar el puente, claro. Un mes antes, el pelotón de la Vuelta Ciclista a España entraba, a las cuatro de la tarde, en Cádiz. Lo vimos de lejos, porque no se permitió el acceso al puente, por motivos de seguridad, y ni siquiera las conexiones televisivas dieron cuenta de aquella que dieron en llamar «inauguración oficiosa», por lo ajustada de la etapa, que terminaba en Vejer. Lo más parecido a la caravana de «Bienvenido Mr. Marshall», que se repetiría en la apertura oficial cuando el presidente del Gobierno pronunciaba aquello de «Esta gran obra será un recordatorio de lo que somos capaces de hacer cuando edificamos sobre pilares de entendimiento y concordia». Ya ve, ni García Márquez ni el senador Onésimo Sánchez lo habrían dicho mejor. Los vecinos -y vecinas- mostraron su malestar correspondiente, alentados por sus alcaldes que, finalmente, acudieron como convidados de piedra al evento, y poco más.

A las 20.52 de la tarde del 24 de septiembre de 2015, el primer vehículo cruzó la bahía -como el barco velero de la Pantoja- seguido de un grupo de motoristas, con gestos triunfantes y los aplausos de los paisanos que esperaban algo así como la llegada del turista 1.999.999 del NODO. Doce minutos, decían entonces, era el tiempo que se ahorraban los conductores cogiendo por el puente de los quinientos millones. Un puente que parecía innecesario, pero que ha terminado siendo imprescindible, a pesar de que no está terminado ni tiene nada que ver con aquello que nos vendieron. Ni tranvía, ni transporte público interurbano, ni bicicletas -solo las de la Vuelta-, ni tramos movibles.

Fue el parto de los montes, por los ocho años que tardaron en construirlo, por los recursos empleados, por los vaivenes de la política, por los cambios en el proyecto, pero en esta ocasión no fue un ratón lo que parieron, sino un gigante que ha transformado por completo nuestra manera de relacionarnos con el resto de la provincia y se ha convertido en un icono para la Bahía de Cádiz. Más de treinta mil vehículos atraviesan, a diario, el puente más largo de España, para entrar y para salir de la ciudad. Una ciudad que ya no se entendería sin la imponte imagen del viaducto sobresaliendo en el «skyline» de la ciudad.

Han pasado tantas cosas en esta década que cuesta creer que han sido solo diez años. Tal vez a eso se referían con la relatividad del tiempo, o tal vez que es que nos estamos haciendo viejos y ya estamos para contar batallitas, no para que nos las cuenten.

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