La hoja Roja
Luces de Navidad
A mí no me parece mal lo de las luces, vaya por delante. Todo lo contrario, creo que las fiestas hay que vestirlas y que todo el brilli-brilli siempre es poco
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Iniciar sesiónDecía nuestro alcalde que esta Navidad venía más fuerte que la del año pasado, cuando le preguntaban, a mediados de octubre, por la iluminación extraordinaria de la ciudad. Y desde el pasado viernes tiene usted la oportunidad de juzgar si, lo de las luces, viene ... más fuerte, si viene igual, o si ya ha empezado a «dejarse de ir», sobre todo, si nos fijamos en los adornos - ¿adornos? - de la plaza de Mina o de Candelaria. El gasto, que al final es lo que le pone los pelos de punta a la oposición –o eso es lo que debería esperarse de la oposición- es el mismo que el año pasado, aquellos 17 euros por habitante, que tanto en Cádiz dieron que hablar. Un contrato de algo más de tres millones para dos años, incluyendo Navidad, Carnaval y otras fiestas locales, que habrá que renovar o dejar morir para el año que viene y que nos permitió colarnos en la lista de las ciudades más «iluminadas» del país, en esa absurda competición de máximos con la que los ayuntamientos querían demostrar quién la tenía más grande: el árbol más alto, las luces más potentes, el mayor número de calles decoradas, los espectáculos más estridentes,… ya sabe, no hace falta que le hable de Vigo o de Badalona –lo de García Albiol ya empieza a ser preocupante-, o de Málaga, porque Cádiz no quiere quedarse atrás.
A mí no me parece mal lo de las luces, vaya por delante. Todo lo contrario, creo que las fiestas hay que vestirlas y que todo el brilli-brilli siempre es poco, que lo de «menos es más» es una excusa para tiesos, porque más siempre, siempre, es más. Y, además, estoy convencida de que a esta ciudad le hacían falta luces –en todos los sentidos- para recuperar algo de actividad comercial y de ocio en «estos entrañables días». Que la gente se iba a Sevilla, a Málaga, a Jerez solo para ver el alumbrado y, de paso, comprar algún regalo, cenar, tomar un refresco… todo lo que no podían hacer en Cádiz porque no lo veían claro. Y estoy convencida, además, de que desde hace un par de años, la Navidad en Cádiz vuelve a ser un atractivo para los vecinos –y vecinas- y para atraer a gente del entorno, que eso sí que tiene mérito, teniendo en cuenta que, en nuestra ciudad, los pocos negocios que se mantienen, lo tienen muy complicado para hacer competencia a las grandes franquicias o a los centros comerciales. Así que a mí no me van a encontrar en la fila de los que critican el gasto, el exceso, la intensidad de vatios, la cantidad de días que dura la campaña… no porque lo vea como una inversión, sino porque ya nos iba tocando algo más –sin entrar en detalles, porque lo de la Navidad en los barrios tiene su miga- que aquellas navidades de principios de siglo, que eran un quiero y no puedo –acuérdese de la pista de hielo que parecía la lonja del muelle después de la subasta-, con grandes hitos para el recuerdo, como la esperpéntica cabalgata de Reyes de 2015 –tardé en superarla-, o los oscuros momentos de la Navidad de 2017.
Y no. Ni soy una meona de Bruno, ni tengo enajenación mental, ni me he tomado ningún tipo de seta alucinógena. La cosa es mucho más simple; desde que la Lotería de Navidad prescindió del calvo para anunciar la suerte, he odiado profundamente el festival de sensiblería que, cada año, nos recordaba que teníamos que comprar un décimo: bien para que no nos pasara como a Antonio, o para que su suegra no le escupiera en los ojos, o para que alguien nos hablara en la oficina, o para que no perdiese la memoria y lo encerraran en una siniestra residencia. Creo que, en los últimos años, Loterías y Apuestas del Estado ha tomado una deriva –acorde, por otra parte, con los tiempos, sobre todo después de la pandemia- excesivamente edulcorada y sensiblera. También lo ha hecho este año con esa especie de cuento detectivesco –y absolutamente inverosímil- en busca de «las cosas más importantes en la vida».
Por ahí se van a salvar, mire usted. Por ahí es por donde me van a convencer, porque, después de todo, esto de la Navidad va de eso. De poner el foco en lo que realmente importa y en dejar, por unos días, de estar pendientes de nuestro ombligo y de revolcarnos en las miserias diarias, y dejar que nos ilusionen otras historias, que nos iluminen otras luces, aunque sean las de Navidad.
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