LA HOJA ROJA
¿Lo qué?
Que no dimite, vamos. Que si algo sabe hacer Pedro Sánchez es fintar que para eso jugaba al baloncesto
Con las prisas, a alguien se le olvidó difuminarle el contouring a Pedro Sánchez antes de su -otra vez- memorable comparecencia ante los españoles, -otra vez- para justificar lo que ya es, definitivamente, injustificable. Tal vez no fue un despiste y lo que pretendían transmitir ... los asesores es que la cara suele ser el espejo del alma, y el alma del líder no estaba en sus mejores momentos, pero solo consiguieron su propósito a medias, porque mientras media España se preguntaba por el glow de la cara del presidente, la otra media no daba crédito a lo que estaba sucediendo en la tarde del pasado jueves. Lo llaman «turn of events», es decir, un cambio inesperado de guion y, seguramente, lo fue para Sánchez y los suyos que, hasta la misma mañana del jueves, ponían la mano en el fuego por Santos Cerdán, pero la reacción del presidente ha sido, otra vez, la de siempre, que si lo han engañado, que si no sabía nada, que si yo no ha hecho… excusas que valdrían en su momento para la infanta Cristina pero que dejan mucho que desear si lo hace un presidente de Gobierno. La estrategia discursiva se asentaba, como ya es habitual, en la elegía, y fue «de mi corazón a mis asuntos», pivotando entre la victimización y lo malos que son los otros. Una retórica bien manida a la que ya estamos acostumbrados.
Que no dimite, vamos. Que si algo sabe hacer Pedro Sánchez es fintar que para eso jugaba al baloncesto. Que parece que sí, pero al final, es más de lo mismo y el nuevo capítulo de irregularidades -por llamarlo de alguna manera- en el Gobierno es un remake tan previsible como aburrido. Luego nos quejamos del espacio que está ocupando la extrema derecha en la escena política del país, luego nos lamentamos de que la gente se esté polarizando y de que a dónde vamos a llegar, pero nadie se atreve a señalar a este emperador que anda paseándose desnudo, sin pudor alguno, desde hace mucho tiempo. Ya ve, a las pocas horas de su comparecencia, el barómetro del CIS daba una victoria aplastante al PSOE en intención de voto, pese a los escándalos, o gracias a ellos. La fortuna -decía Virgilio- fortalece a los audaces, y desde luego, a audaz no le gana nadie a nuestro presidente. El caso es que María Jesús Montero terminó el día de una manera muy triste. Después de todo, pidió perdón en sus redes sociales -eso se hace en comparecencia pública y no en X- porque «somos un partido y un gobierno honesto»; no estuvo mal, pero se le olvidó un detalle. El partido y el gobierno serán -o no- honestos, pero desde luego la pandilla no le hace ningún favor.
Malas amistades, claro, malos compañeros de un viaje a ninguna parte a los que las grabaciones -hay que ser torpe, pero bueno- han dejado en evidencia. Tampoco es que nos haya sorprendido tanto. Verá. Hace unas semanas le dije que le contaría mi batallita con Ábalos en una biblioteca. Creo que ha llegado el momento. Un ministro que dice «lo qué» y «no tengo un puto duro» en una conversación, se merece esto y más. José Luis Ábalos vino a Cádiz -no sé bien para qué- en noviembre de 2018 y estuvo visitando, junto al entonces candidato del PSOE a la Alcaldía, Fran González los lugares más emblemáticos de la ciudad. Al ministro le precedía su fama de «leído» y su afición por los libros, y por eso, la comitiva terminó recalando en la biblioteca del Casino Gaditano, presidida por el que entonces pensé que era el guardaespaldas de Ábalos -de eso tenía pinta y llevaba un pinganillo- que se presentó como Koldo, a secas y que nos advirtió que el señor ministro era muy culto y que, por supuesto, se interesaría por algún libro y haría algún comentario muy sesudo, y nos contó que el padre de Ábalos, Heliodoro, había triunfado en las plazas de toros con el nombre de «Carbonerito». Con esos mimbres, ya puede usted imaginar. Todo muy previsible.
El ministro aguantó el chapazo sobre el constitucionalismo, sobre el costumbrismo literario y sobre la prensa gaditana del siglo XIX, pero su mirada vino a fijarse -cómo no- en «Los Toros» de José María Cossío. «Esta enciclopedia estaba en mi casa» dijo con voz engolada, ante su pléyade de rendidos admiradores. Koldo me miraba como diciendo «¿qué te dije?, es un intelectual». No se esperaba el ministro que le iba a tocar la bibliotecaria resabiada como guía de la visita: «En su casa y en la de media España, señor ministro -le dije-, el «Cossío» es una de las enciclopedias que más se ha vendido a plazos en este país».
No creo que le hiciera mucha gracia el comentario, pero entonces yo estaba como Sánchez está ahora, porque si llego a saber que el ministro decía «¿lo qué?» le hubiera recomendado el diccionario de la RAE, que también está en mi casa.