la hoja roja
Escuela de calor
Detesto hablar del tiempo. Siempre lo he detestado, los que me conocen un poco, lo saben
Detesto hablar del tiempo. Siempre lo he detestado, los que me conocen un poco, lo saben. Y lo detesto, no sólo por lo que tiene de cortesía negativa eso de entrar en un ascensor en el mes de noviembre, y decir «qué frío hace, ¿no?» – ... después de esa entradilla, las posibilidades de entablar una conversación lógica, se reducen en un 90%–, sino porque me parece un tema completamente prescindible. Es cierto que, últimamente, nos dejan pocas opciones porque cuando no llueve, hace un calor horroroso y la recurrencia se ha hecho fuerte entre nosotros. También es cierto que todos, más o menos, solemos estar de acuerdo en esto de las variaciones climáticas por lo que, hablar del tiempo se ha convertido en un denominador común en el que no caben distintas opciones. Mejor que hablar de Pedro Sánchez, de Koldo o de la Macarena, claro está.
Los termómetros indican que estamos ante una de las olas de calor más grandes desde que se tienen registros –esto lo dicen todos los años, tampoco me preocupa demasiado, pero la última actualización es la que cuenta- y que hay que beber agua y no hacer deportes en las horas centrales del día. De sentido común, dirá usted, como si fuese lo más normal del mundo. Y aunque haya quien todavía lo niegue, el cambio climático no son los padres. Dicen los que entienden -los que entienden de verdad, no su cuñado y su prima- que las altas temperaturas tienen consecuencias psicológicas tan importantes, o más, que las físicas en las personas. Irritabilidad, impulsividad, dificultad para concentrarse… la hipertermia puede ser muy peligrosa para el cerebro humano. Insomnio, agresividad, malas contestaciones, ganas de bronca están asociadas con el calor más que las malas ideas innatas y pueden ser, incluso, una prueba de cargo a la hora de buscar eximentes a la culpa. Y no lo digo yo, lo dice un informe que circula por ahí: «Hay mucha gente que no diferencia bien si está de verdad enfadada o solo tiene calor»
Tampoco esto es nuevo, qué quiere que le diga. El cine, la literatura, la música están llenos de referencias a esto que les cuento. El calor del extranjero Meursault de Albert Camus, el calentón de Meryl Streep en «Memorias de África» –y en «Los puentes de Madison»-, la humedad en el ambiente de «Doce hombres sin piedad» o la «Escuela de calor» con la que mi generación aprendió que, para determinadas cosas, hace falta valor. Todo está ahí, la literatura siempre estuvo ahí para demostrarnos que todo está inventado.
Por eso, no me extraña que Felipe González diga que nunca votaría a Pedro Sánchez, que Santos Cerdán tenga ahora ocho mil trescientos euros menos que cuando estrenó escaño, que Salvador Illa pida la amnistía para Puigdemont, que cuesten tanto las negociaciones sindicales en el sector del metal, que los autobuses de nuestra ciudad amenacen con una huelga indefinida, que los enfermeros denuncien fallos en la baremación de las bolsas de empleo, que se establezca un Plan Integral de Gestión Ética y Sostenible de las Poblaciones de Palomas y Gaviotas de Cádiz –me encantan estos planes-o que la gente proteste porque no puede pasar por Compañía cuando llegan los cruceros. No me extraña. Es el calor.
Así que deberíamos ir acostumbrándonos a esto. Después de todo, solo es cuestión de perspectiva. El verano ya llegó –que cantaba Megalo, aunque usted ni se acuerde de quienes eran Megalo, ni falta que le hace- y la fiesta no ha hecho más que comenzar. La feria del libro, el festival de nuevas creaciones del Sur –lo de la plaza España, para entendernos-, la procesión del Corazón de Jesús, el corpus chiquito, el corpus de la viña, el concierto de Antoñito Molina, Sara Baras en el muelle, la Holi Fest… todo eso concentrado en dos días; no se quejará, encima, de que hace calor. Porque esta ciudad sigue calentando motores y las semanas que vienen traen muchas curvas, aunque el chiste es muy malo y lo sé. Los cursos de verano de la UCA, el Nintendo Switch Tour, las noches clásicas, la azotea de Unicaja, los conciertos de Santa Catalina, Marc Anthony, Jennifer Lopez… y mucho más calor y mucha más gente en la ciudad.
Definitivamente, esto es una escuela de calor y así tenemos que entenderlo. No se enfade mucho, no merece la pena. Piense que también esto pasará y volverán las oscuras golondrinas –que yo me pongo poeta incluso con calor- y no nos habrá dado tiempo de recuperarnos cuando ya estén los romanos llamando a la puerta de nuestro orgullo. Y así no hay quien viva.