opinión

Y dos huevos duros

La distancia más corta entre la realidad y el deseo es la que transcurre en el breve espacio de tiempo que dura la campaña electoral

En las distancias cortas es donde uno más se la juega, o al menos eso decía el anuncio de Brumar -una, que ya es mayor y tienen referentes viejunos-, y la distancia más corta entre la realidad y el deseo es la que transcurre en ... el breve espacio de tiempo que dura la campaña electoral; la campaña de verdad, no lo que hemos visto y oído hasta ahora. Porque ahora sí, ahora ya estamos en campaña electoral y ahora es cuando, de verdad, empieza lo bueno. Lo bueno, o lo malo, según se mire, porque si lo de antes ya nos parecía un disparate, lo de ahora es un disparate con papeles y con todas las de la ley, y eso que la ley electoral también tiene sus trampas.

Por eso toca centrarse en los programas electorales -no se ría- tratando de distinguir las voces de los ecos, que decía el poeta e intentado escuchar «entre las voces, una». Porque, aunque no hay que olvidar que nuestra ciudad suele ser bastante conservadora en cuanto a la confianza en sus alcaldes -dieciséis años Carlos Díaz, veinte años Teófila Martínez, ocho años José María González-, el escenario que nos depara el próximo 28 de mayo se presenta de lo más interesante, con candidatos nuevos en todas las formaciones políticas y hasta con siglas creadas para una ocasión, que pintan calva.

Porque a río revuelto, ya sabe… todos son ganadores.

Todos manejan encuestas favorables -normal, por otra parte- y todos se están esforzando en presentar sus catálogos de venta para ver si alguien les compra la burra.

Yo ni siquiera lo llamaría la carta de los reyes magos, porque lo de estas elecciones es más como lo de la cesta de Navidad de la venta El Paisano, ya sabe, la que incluye desde un apartamento hasta una caja de Aerored, y está libre de impuestos. Así que, mientras va frotando la lámpara y antes de que salga el Genio -no Eugenio, he escrito el genio- le recordaré algunas de las cosas que tocan en esta lotería, por si acaso cuando salga el ganador, dice que donde dije digo, digo Diego, que es lo que suelen hacer habitualmente, porque como dice Jorge Drexler «nada se pierde, todo se transforma».

A mi hay promesas electorales que me gustan mucho -el Aló Alcalde de Ismael Beiro, me parece una fantasía-, otras que me gustan poco y alguna que, directamente, me parecen una tomadura de pelo, una falta de respeto hacia el electorado y un «sujétame el cubata». Es el precio de la provisionalidad por la que transitamos, no tengo ninguna duda; y el resultado del descrédito del sistema electoral. Porque no todo vale para atraer los votos, no todo vale, quédese con esto.

No vale decir que se puede cobrar una entrada al parque Genovés -antes tendrán que adecentarlo, porque aquello es el Planeta de los Simios-, y a todos los museos y monumentos; no vale decir que se puede hacer un museo del Carnaval en el teatro Falla cuando se acaba de inaugurar -ay, no, que no se ha inaugurado- la Casa del Carnaval. No vale decir que se va a crear una «bolsa de trabajo municipal de jóvenes recién titulados» cuando el Ayuntamiento no tiene aún resuelta la situación de la plantilla de sus trabajadores, así que tampoco vale, por tanto, hablar alegremente de canguros, dentistas y psicólogos municipales, ni de que vuelvan las ninfas.

Tampoco vale copiar lo que ya habían hecho otros, ni sacar del cajón proyectos fallidos-otra vez los palafitos- y hablar de creación de un barrio flotante en mitad de la bahía, ni vale decir que se van a construir viviendas en sitios como la Escuela de Náutica, cuando todo el mundo sabe que el edificio está inscrito en el Catálogo de Bienes Inmuebles de la Junta de Andalucía y no se puede tirar así como así, como tampoco se puede hacer un centro comercial en Valcárcel o un parque acuático en la Punta de San Felipe.

No vale establecer turnos de parques para perros y personas -los domingos alternos, menos mal-, sin modificar previamente las ordenanzas, ni montar aparcamientos en cualquier descampado, ni tirar la pérgola -que yo la habría tirado hace mucho- sin comprobar antes si es tuya. Ya ve, será por prometer…hasta dos huevos duros, si hace falta.

Luego, cuando pase, nadie se acordará de lo que prometieron los candidatos.

Nadie les pedirá explicaciones de lo que han hecho con su voto, igual que nadie se acuerda ya de que este equipo de Gobierno presentó en 2019 un programa electoral del que apenas se ha cumplido una mínima parte. Y no, no solo este Gobierno -ni bono social eléctrico, ni centro de la memoria democrática en el chalet de Varela, ni eliminación de la exención del IBI a la Iglesia, ni teatro del parque-, sino los mismos que durante cuatro años en la oposición no han sido capaces de sacar adelante mucho de lo que prometieron, y le refresco la memoria: renovación del Paseo Marítimo, talleres de empleo, alquiler municipal de bicicletas, viviendas, ciudad de los niños, línea circular de autobús...

Y no es que me haya poseído el espíritu de Anguita con lo de «programa, programa, programa», pero tampoco aplaudo aquello de «los programas están para no cumplirlos» que decía Tierno Galván -lo de los referentes me delata-, porque es mucho lo que se juega la ciudad en estas elecciones, y mucho lo que nos jugamos los vecinos, y las vecinas en la próxima cita electoral. Que ya se sabe que lo de «otro vendrá que bueno me hará» es algo que no siempre sucede, pero nadie está libre de pecado ni en disposición de tirar la primera piedra.

Yo, mientras, me conformo con que me sigan alegrando la vida, que ya sabe usted cuánto me gusta el Cádiz de las promesas.

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