Opinión

Déjà-vu

A estas alturas, deberíamos llevar un mes largo disfrutando de «los mejores atardeceres de la ciudad», como extraños en nuestro propio paraíso

Usted lo ha experimentado muchas veces. Es eso de estar charlando con alguien y de pronto decir «esto ya lo he vivido antes», o lo que es mucho más angustioso, ver una noticia publicada y pensar «¿otra vez?». Sí, usted y yo lo hemos padecido en muchísimas ocasiones. Se llama déjà vu –mejor en francés que en román paladino, dónde va a parar-, es esa sensación de haber vivido una situación presente con anterioridad y, lejos de romanticismos, se considera una desincronización neuronal, o lo que es lo mismo, un fallo del cerebro que identifica erróneamente una experiencia nueva como algo ya conocido. No es real, por tanto, sino producto de nuestra fantasía, una especie de alucinación de andar por casa. Pero, sin ser real, es tan verídica como los chistes de Paco Gandía y tan surrealista, también.

Esta semana nos ha vuelto a pasar. Se presentaba - ¿otra vez? - el proyecto del hotel de gran lujo en Puerto América, que debería estar funcionando desde hace cuatro años si no se hubiese ido todo al garete que es lo que suele pasar en esta ciudad con todos los proyectos, y -si no me falla el cerebro más de lo normal- sería capaz de recitar de memoria la lista de los fracasos e infortunios acaecidos en los últimos veinte años; pero no lo haré, no. Porque el déjà vu que tengo desde el martes pasado me impide ver más allá de las cinco estrellas del hotel prometido en la Punta de San Felipe.

No sé dónde habrán ido a parar las maquetas de los columpios y los niños felices que vivían en los fabulosos edificios del cartón pluma del deseo en Puerto América, lo que sí sé es que en 2019 el, entonces, Equipo de Gobierno municipal se congratulaba de que la Junta de Andalucía hubiese aprobado la demolición del edificio Ciudad del Mar para «agilizar la tramitación y garantizar el proyecto de construcción del nuevo edificio» que se había presentado un año antes. ¿Se acuerda?, veinticuatro meses de construcción, ciento treinta puestos de trabajo y doscientas cincuenta habitaciones. No era una paramnesia, que para algo están las hemerotecas, y aquella presentación ocurrió de verdad. Es, en resumen, el eterno retorno, una y otra vez, de una historia que se remonta a 1998, cuando la Junta de Gobierno Local solicitaba a la Autoridad Portuaria el establecimiento de un hotel en el edificio abandonado que, en su día, había sido la sede de Mundo Vela 92. Un capítulo que se repetía en los años 2000, 2003, 2005 –en este se desestimó el uso hotelero del inmueble-, 2010, 2015 y 2018. Que si un hotel, que si un centro de no sé qué, que si un museo –lo del museo es recurrente en Cádiz cuando no se sabe qué hacer con algo-, que si un auditorio…

El nuevo proyecto es –ojalá me equivoque- más de lo mismo. O menos, según se mire. 120 habitaciones, un auditorio para 300 espectadores, una cafetería para 60 –ni una más ni una menos, me encanta la precisión de la fantasía- personas, un bar en la azotea, un «coktail-bar», dos piscinas, dos restaurantes, spa, solarium, gimnasio, locales comerciales, despachos y coworking y salas para lectura, cine y ocio: el asombro de Damasco con fecha de inauguración antes de cuatro años. Pues vale. Largo me lo fiais. Espero tener memoria para entonces, igual que la tengo ahora para saber que no es que mi cerebro me engañe, es que por este camino hemos pasado ya demasiadas veces y sabemos que no conduce a ninguna parte.

A estas alturas, deberíamos llevar un mes largo disfrutando de «los mejores atardeceres de la ciudad», como extraños en nuestro propio paraíso, desde la piscina o desde la terraza del Calachica Cádiz que se iba a inaugurar el 21 de junio con todas las de la ley - «se inaugura ese día por lo civil o por lo criminal» – según su promotor. Restaurante, discoteca, piscina con camas, auditorio, solarium… leche, dinero, huevos, pollos, lechón, vaca y ternero, que diría la Lechera de Samaniego al ver la leche derramada y el cántaro roto, de tantas veces como ha ido a la fuente. Calachica ni está, ni se le espera de manera inminente, por culpa de los imponderables que lamentaba su empresario «de tres meses de lluvia a la huelga del metal», o la de los autobuses que cualquier excusa vale.

Igual que nos vale el nuevo - ¿nuevo? - impulso al hospital regional o las jornadas de puertas abiertas - ¿otra vez? - en los depósitos de Tabaco –estoy por pedir la visita guiada-, o el inicio de las obras - ¿de verdad? - que harán realidad la integración del muelle en la ciudad.

Lo llaman déjà vu, pero usted y yo sabemos que no es producto de nuestra imaginación. Es Cádiz, en estado puro.

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