la hoja roja
Cruzaremos ese puente
Que el puente José León de Carranza debe cambiar de nombre en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica es algo en lo que todos estamos de acuerdo
Fue, por lo visto, Julio César el que dijo «cuando lleguemos a ese río, cruzaremos ese puente». Iban camino del Rubicón y el emperador sabía que la suerte estaba echada aquella mañana de enero del año 49 a.C. Por lo visto, César les hablaba ... así a sus generales, con frases hechas del tipo «Veni, vidi, vici», «Divide et impera» o «Alea iacta est», que han quedado para la historia y para el disfrute de los que usamos y abusamos de las citas literarias. Lo del puente tiene su gracia y, sobre todo, tiene una aplicación práctica que convendría no perder de vista en estos tiempos en los que construimos más muros que puentes –esto no es mío, claro, es de Isaac Newton- y en los que tendemos a adelantarnos a los acontecimientos con el riesgo que conlleva sufrir el desgaste de la carga emocional de algo que ni siquiera existe y, probablemente, no vaya a existir nunca. Que no hay que poner el parche antes de que salga el grano, para que nos entendamos. Nikita Kruschev –otro que, al parecer, hablaba en citas- decía que el problema de los políticos consiste en prometer puentes, aunque no haya ríos. Y algo así es lo que sucede en este país y, en consecuencia, en esta ciudad.
Que el puente José León de Carranza debe cambiar de nombre en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica es algo en lo que todos estamos de acuerdo. Y no solo porque lo dice la ley, que ya sabe usted lo que pienso acerca de los nombres de las cosas y de esa compulsiva manía de renombrar edificios, calles, espacios, sillas, mesas o lo que sea, según vayan los vientos políticos y las modas ideológicas. Nada debería llevar el nombre de una persona más que una persona, que para eso soy yo muy nominalista y para eso la historia se ha encargado de poner en evidencia la cantidad de errores que se han cometido por no implorar a la inteligencia «el nombre exacto de las cosas». Así pasa lo que pasa, que hay que ir cambiando la nomenclatura de los lugares públicos para no escandalizar demasiado a las generaciones venideras. Y por eso, el puente viejo –gran telenovela, por cierto- tiene que cambiar de nombre.
Ahora bien, no hay necesidad alguna de cargar con la responsabilidad de otros. Bastante tenemos con lo nuestro como para ir buscando problemas donde no los hay.
Los puentes –este puente o cualquier puente- son obras de ingeniería civil que pertenecen a la administración en el grado de importancia que tengan y del servicio que presten. Un puente como el nuestro pone en comunicación dos municipios diferentes y su titularidad recae en el Gobierno de España; que no es de Cádiz, vamos, ni es de Puerto Real, y que será el ministerio de Transportes el que, en última instancia, ejecute el necesario cambio de nombre, por mucha saliva que gastemos en los plenos municipales y por muchas propuestas que se pongan encima de la mesa. Será cuando lleguemos a ese río el momento de pensar cómo le ponemos al niño.
Puente de los Astilleros –propuesta por UGT en Andalucía- me parece la más acertada, porque responde a una realidad y a una necesidad histórica como fue la de unir Cádiz y Puerto Real. Puente de la Bahía Obrera me parece del mismo campo semántico que Avenida de la Sanidad Pública, excluyente en su pretendida inclusión.
Y lo de Rafael Alberti, qué quiere que le diga, que es un referente intelectual –o no- de la bahía, que es un referente moral –o no- «para varias generaciones de gaditanos», que es el poeta más universal que tenemos por aquí y que ya tiene un montón de cosas a su nombre en la ciudad –no supera a Celestino Mutis que es nuestro top, pero casi- y hasta un barrio completo con sus obras completas, pero que no creo que sea el más idóneo, por lo que le llevo diciendo desde el principio. Los edificios, los puentes, los colegios, las bibliotecas, las calles no deberían llevar el nombre de ninguna persona, porque todos tenemos un pasado y una memoria, también histórica.
Seguramente el puente se termine llamando como el marinero en tierra y habrá fotos y en su renombramiento se dirá que es un momento histórico y eso, y tal vez, cuando pasen cincuenta años se abrirá un debate para llamarlo de otra manera, porque somos así de noveleros. Y quizá los gaditanos de entonces pongan en duda la oportunidad del nombre. Y quizá vendrá alguien a cuestionar lo que hoy nos parece una certeza, porque no hay nada más peligroso que las certezas, que ya lo decía Antonio Tabucchi «no me deje en manos de personas llenas de certezas, son gente terrible».