Hoja Roja

Lo que el conejo nos dejó

A ver qué nos trae el bisiesto 2024 –no, no diré lo de año bisiesto, año siniestro, aunque lo piense, y aunque ya esté asomando la patita–

Yolanda Vallejo

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Llego tarde, como el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, a hacer el resumen de lo que ha dado de sí este Año del Conejo 2023 que, haciendo honor a su estirpe, ha sido rápido, ingenioso, ha hecho mucho ruido, se ha comido hasta sus propios excrementos, y ha perpetrado todo tipo de estropicios. Se lo han contado muchas veces en estos días, lo sé, porque ya es un clásico eso de sentarse a ver las noticias y decir, de pronto, «pero ¿eso ha pasado este año?», o «¿este no se había muerto hace más tiempo?», porque la memoria reciente la tenemos frágil y hace falta que nos refresquen cada fin de año con lo mejor y lo peor que ha ocurrido en estos trescientos sesenta y cinco días que ya son, para siempre, historia.

Por eso no le voy a repetir lo de Pedro Sánchez, ni lo de las elecciones municipales, ni tampoco voy a entrar en más detalles luctuoso-políticos porque, qué quiere que le diga, no voy a aburrirle -aún más- en las últimas horas de año. Y no lo haré, fundamentalmente, porque el año del conejo nos ha dejado tantísimas otras noticias, y tan suculentas, que sería una pena tirarlas a la papelera sin compartirlas con usted. Lo de la política se lo dejo a los que entienden de esas cosas y no terminan de enterarse de que hay otros mundos, y también están en este.

Verá. El año comenzaba con la rave ilegal de La Peza, en Granada. Los vecinos, encantados, acompañaban a sus nietos al festival de música electrónica que, «sin papeles» duró más de una semana; «quiero que vuelvan el año que viene» decían los lugareños, mientras la ley y el orden intentaban, sin éxito, dispersar al personal. Lástima que lo de La Peza fuese ilegal, aunque como metáfora de lo que traería el año, me sirve a la perfección. Ya sabe, por un lado, la política, por otro la gente normal y corriente, la que, en definitiva, se levanta cada mañana a construir el relato -me encanta emplear los términos que se ponen de moda y no dicen absolutamente nada- y la historia que nunca contarán los libros. La misma gente que vivió intensamente tanto la reconciliación como la boda de Tamara Falcó e Íñigo Onieva -ejemplo impagable del cutrerío patrio- y que sufrió una catarsis identitaria con Shakira y la bruja de su suegra en la azotea; la misma gente que no termina de entender si Ana Sandra es la hija o la nieta de Ana Obregón, pero sí sabe que, lo primero de todo, es cómo están los máquinas. Ese tipo de gente somos, para qué vamos a negarlo. Que no todo lo que importa tiene que ser importante. Ya ve, hasta hubo tiempo para la ortografía, en un año en el que Cádiz sacó la lengua al mundo entero, y en el que la Real Academia de la Lengua Española no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia de que «solo» no es lo mismo que «sólo», para que luego digan que el pueblo -nosotros, quiero decir- solo necesita pan y circo.

Y aunque de circo hemos ido mejor despachados que de pan este año, usted sabe, tan bien como yo, que Big Joke era el políglota jefe de la policía tailandesa -a mí, que lo recibieran con flores cada vez que daba una rueda de prensa me parecía una fantasía- hasta que lo cogieron con las manos en la masa de la corrupción, porque en todas partes, también en Koh Samui, cuecen habas. Igual que las cuecen en Inglaterra donde, por fin, Carlos III se puso la corona, mientras su hijo pequeño le comía las exclusivas con una auto hagiografía que circulaba en copias ilegales antes de que la publicara la editorial.

En 2023 la Tierra no ha parado de darnos avisos de quien es la que manda aquí; a la sequía -tan pertinaz como siempre- se han unido los volcanes, incendios, terremotos y hasta se tragó a un submarino de ociosos ricachones que buscaban los restos del Titanic, lo que nos dio intensos días de debate sobre en qué gastar nuestro dinero, y abortó la que iba a ser la primera excursión a la Luna, con el multimillonario Yusaku Maezawa como monitor de ocio y tiempo libre de ocho kamikazes. Ya ve, cualquier oportunidad es buena para sacar a la Pollyana que todos llevamos dentro y mostrar nuestro agradecimiento por seguir estando aquí, a pesar de los precios, de la subida de la luz, de la gasolina, del paro, de la falta de vivienda… ya ve, procuro olvidarlo -como decía la canción- pero estos temas son muy recurrentes y parece que no se acaban nunca.

Lo que acabó, y para siempre, fue 'Cuéntame', pero como ya nos sabíamos el final, tampoco lo vamos a echar de menos, ni tampoco a 'Sálvame' que fue cancelado tras catorce años en antena, poniendo encima de la mesa que, a nosotros, los de ahora, ya no nos interesa la televisión de antes. porque nos hemos acostumbrado a un mundo a la carta, muy a pesar de la huelga de actores de Hollywood, o gracias a ella.

Se va 2023, vuelve el conejo a su chistera. A ver qué nos trae el bisiesto 2024 –no, no diré lo de año bisiesto, año siniestro, aunque lo piense, y aunque ya esté asomando la patita-, que, según el calendario chino, es el Año del Dragón y puede pasar cualquier cosa. Así que crucemos los dedos, no vayamos a terminar chamuscados.

¡Feliz Año Nuevo!

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