LA HOJA ROJA
Entre el cielo y el suelo
Nunca, como hasta ahora, se había presentado a los cardenales como si fuesen estrellas del fútbol o concursantes de un Gran Hermano
Quien más y quien menos ha hecho esta semana sus apuestas sobre quién sería el nuevo Pontífice y, se ha pavoneado de haber acertado en las apuestas, por supuesto. Prevost Martínez, de los Martínez de toda la vida, por favor. Usted lo sabe, todo lo ... hemos dicho y lo hemos hecho con la misma intensidad con la que fuimos expertos en energías eléctricas -de las renovables y de las que no- hace quince días, y especialistas en cableado ferroviario hace una semana. No nos da tregua la actualidad y tampoco lo pretendemos, porque hablar no cuesta dinero y de lo que no cuesta se llenan las cestas. De los cardenales papables lo sabíamos todo, o eso creíamos, porque no hace falta recordar que no importa tanto lo que se dice, como lo que se cree; y aunque no creamos en los mandamientos de la santa madre iglesia, esta semana hemos sido todos unos vaticanistas de primera, igual que, en unos días, todos seremos los que más sabemos de Eurovisión, de sus entresijos y de sus corruptelas. Pero vayamos por partes.
A Pietro Parolín le hicieron un entierro de primera después de que el cardenal decano -lo pronto que aprendemos las jergas y lo bien que nos manejamos dentro de la curia romana cuando llegan estas cosas- le diera la enhorabuena «por partida doble», en la misa previa al cónclave. Suele pasar, basta con airear un proyecto antes de que se concrete para que todo se vaya al traste; no son estrategias nuevas, ya lo dicen en los mentideros papales, que el que entra papa sale tal y como ha entrado, un dicho aplicable a cualquier ámbito de la esfera pública. El italiano, supuesta mano derecha del Papa Francisco, se ha convertido en el Murakami de este cónclave. Sonaba su nombre como sucesor de Bergoglio con tanta fuerza, y desde hace tanto tiempo, que se daba por sentado -aunque ahora nadie lo quiera reconocer- que sería el nuevo Papa de Roma. Así somos, eche la vista atrás. Busque en las hemerotecas que para eso están. A dos días del inicio del cónclave nadie se atrevía a cuestionar las posibilidades del secretario de Estado del Vaticano; incluso tras la primera –y larguísima- votación los mentideros daban ya el partido por finalizado a espera de una prórroga más teatral que otra cosa.
Porque este cónclave, el que imitaba a la película de Edward Bergere, el de los móviles, el de los memes hechos con Inteligencia Artificial, el de los drones, el de las cuarenta mil personas mirando al cielo en la plaza de San Pedro, ha sido el más teatral de la historia reciente. Nunca, como hasta ahora, se había presentado a los cardenales como si fuesen estrellas del fútbol o concursantes de un Gran Hermano en el que el ojo que todo lo ve pertenece a tres personas de una misma trinidad. Todo el mundo –todo, sin excepción- tenía a su candidato perfecto y a su peor candidato. Prevost, siento decirlo, no cotizaba en las casas de apuestas; tan solo la prensa especializada en temas vaticanistas había mencionado su nombre, casi de puntillas y en la misma bandada de cisnes negros que podían dar la sorpresa: Anders Arborelius, Gérald Lacroix o Peter Erdo, al que algunos consideraban el villano de la película. Tagle –mi favorito- o el patriarca de Jerusalén habían perdido las esperanzas en la misma puerta del cónclave, «Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate «que diría Dante.
El resto, ya es historia contemporánea. La fumata blanca, las gaviotas, el meneo de cortinas en el balcón y el «Annuntio vobis gaudium magnum: habemus papam» con el que León XIV, Robert Francis Pevost –Martínez, no lo olvide- se presentó a un mundo en el que lo que diga el Papa no va misa pero que comulga a diario con la infoxicación. Del nuevo Papa lo supimos todo en apenas unas horas: que su madre era bibliotecaria, que juega al tenis, que es matemático, que habla cinco idiomas, entre ellos el español, que ha estado en España en varias ocasiones, que le gusta leer y que prefiere tender puentes a quemarlos. Eso le honra; también que eligiera un nombre, León –ese no estaba en ninguna quiniela- que llevó durante veinticinco el artífice de la Doctrina Social de la Iglesia. Porque eso quiere ser Prevost, un Papa social.
Con los ojos puestos en el cielo y los pies en el suelo. Como en Cádiz, donde esta misma semana el Ayuntamiento buscaba huecos para construir las viviendas prometidas. Parece que lo ha encontrado; que tiene sitio para construir al menos trescientas treinta casas. Habrá que encomendarse al Santo Padre para que no tarden mucho. Y si no, podemos hacer apuestas, que eso sí que se nos da bien.