LA HOJA ROJA
Cádiz, tenemos un problema
Cádiz no está en su mejor momento, y eso es algo que sabemos usted, yo y hasta el Ayuntamiento, que ya no disimula ni esconde el descontento con la empresa responsable del servicio de limpieza de la ciudad
Cuando los irracionales de Jesús Bienvenido cantaban aquello de «una ciudad es como la espinita clavada en el fondo de tu corazón» a más de uno, y más de dos, se les ponían los pelos como escarpia y los ojos en blanco porque sufrían una ... catarsis y hasta sentían el dolor de la espinita pinchándole en las entrañas. Cádiz le duele a mucha gente, sobre todo a los gaditanos, y de eso no tengo la menor duda; pero les duele más de pensamiento o de la palabra que de otra cosa, de esto tampoco tengo ninguna duda. Que la ciudad está muy sucia, que hay ratas, cucarachas, manchas de mugre acumuladas en casi todas las calles, pestazo considerable en las esquinas, contenedores hasta arriba de porquería, colchones, sillas y enseres de cualquier naturaleza tirados en las aceras, es algo que sabemos -y que vemos-todos, cada día. Que los jardines están descuidados, secos, las raíces de los árboles levantando las aceras, las papeleras llenas y los bidones de basura asquerosos, es algo que hemos, incluso, naturalizado como parte indispensable del paisaje urbano. No es cosa mía, es algo evidente. La ciudad tiene un problema. Cádiz no está en su mejor momento, y eso es algo que sabemos usted, yo y hasta el Ayuntamiento, que ya no disimula ni esconde el descontento con la empresa responsable del servicio de limpieza de la ciudad y que ya no saca pecho, ni fotos, cuando se baldean las calles.
De nada ha servido aquello que anunciaron como el gran qué el verano pasado. Acuérdese, la policía de la basura, la que iba a multar a los ciudadanos y ciudadanas si sacaban la basura antes de tiempo, si tiraban muebles en mitad de la calle, si no echaban agüita después de que se aliviara el perrito, si arrojaban excrementos a las papeleras -que es una de las cosas más asquerosas del mundo-, si tiraban las cáscaras de pipas en la vía pública… Una vez vi a uno, por eso sé que existen. Yo iba a tirar papeles al contenedor azul y vi cómo increpaba a alguien que estaba dejando una silla junto a los bidones. «Es que llamo al servicio de recogida de muebles y no vienen» dijo el ciudadano. Pues no vuelva a hacerlo, dijo el policía -que realmente no sé si era un policía o alguien con exceso de civismo-; pues vale, dijo el ciudadano. Y ahí se acabó toda mi experiencia con la concienciación urbana. Algo no está funcionando, desde luego. Y puede que el Ayuntamiento no tenga toda la culpa, y que los vecinos y vecinas seamos parte del problema. Nuestras malas relaciones con la higiene callejera vienen de antiguo, no vaya a pensar que esto es herencia de la era Kichi, o dejadez de Bruno, qué va. Si echamos la vista atrás, y yo es una cosa que hago constantemente, nos damos cuenta de que la ciudad ha estado sucia siempre. Y cuando digo siempre, es siempre, por mucho eslogan de «Cádiz limpia sonríe» que nos metieran en los anuncios, y mucha escoba de plata que nos dieran en sabe dios qué concursos de limpieza en los que participábamos.
El problema es que se han juntado el hambre con las ganas de comer. Verá. No es la primera vez que me quejo de la guarrería de los bidones que los vecinos del casco antiguo guardamos en el interior de nuestras casapuertas. Según el pliego municipal, tendrían que limpiarlos a fondo cada quince días. El de mi casa nunca ha sido agraciado con ese privilegio -diría que en los últimos quince años- y el camión lo vacía cada noche, y ya está. La ciudad dobla el número de habitantes durante los meses de verano, pero no se dobla el número de horas de limpieza, ni de operarios ni de maquinaria. Los pisos turísticos -sí, existen, y son muchos- utilizan el mismo bidón de basura que el resto de los vecinos, pero a las doce de la mañana, a las cuatro de la tarde, o cuando consideran que ya es necesario deshacerse de la basura. La gente va por la calle y tira los papeles -y no solo- al suelo o en el primer bidón de casapuerta que ven; vuelven de la Punta y orinan en mitad de la calle -y no llevan botellita de agua jabonosa- cuando ya ha pasado el camión que riega las calles; sacuden los manteles por los balcones, convocando a los palomos a guarrear cualquier esquina…
La ciudad está sucia, no se puede decir otra cosa. Huele mal, parece dejada y hay zonas que podrían pasar por escenarios de guerra -la entrada por la carretera industrial con esos trapos llenos de boquetes es lamentable- pero todos tenemos responsabilidad en esto. El que esté libre de culpas, que tire la primera piedra. Pero que la tire dentro de un contenedor o que se la clave como una espinita en el fondo de su corazón.