Hoja Roja

Los aristogatos

Yo no quería ser un Gato Jazz, pero crecí con Barrio Sésamo, y Epi y Blas me enseñaron a respetar a los animales, mucho antes de que entrara en vigor la Ley de Bienestar Animal

Yolanda Vallejo

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No sé si a alguien más le pasa, pero a mí –que soy, de natural, fantasiosa-, siempre que oigo hablar de las colonias felinas de Cádiz me acuerdo de Thomas O'Malley de Arrabal y de sus rutas guiadas, enseñándole París a Duquesa, Marie, Berlioz y Toulouse. Qué se le va a hacer, cada uno tiene sus taras y las sobrelleva como puede. Yo no quería ser un Gato Jazz, pero crecí con Barrio Sésamo, y Epi y Blas me enseñaron a respetar a los animales, mucho antes de que entrara en vigor la Ley de Bienestar Animal. A respetar, insisto. A reconocer la dignidad de los animales y a comprender –que no necesariamente a compartir- las causas en favor de ellos. Dicho esto, también tengo que añadir y no es una novedad, que no me gustan ni los perros, ni los gatos, lo que no implica nada más, no vaya a tirarme piedras. Tampoco me gustan el fútbol ni las películas iraníes en versión original y sin subtítulos. Y no pasa nada. Es decir, que ni odio el fútbol, ni el cine iraní, ni a los perros ni a los gatos. Vaya todo esto por delante, por lo que pueda pensar, y por lo que voy a contar.

Dos asociaciones protectoras de gatos han registrado una reclamación en el Ayuntamiento solicitando la paralización de las obras y la anulación del proyecto de reforma del parque Genovés, por incumplimiento de la ley que protege a los veintidós gatos ferales que viven en el único espacio verde –pulmón dicen, pero es mucho decir- del casco antiguo, que necesita, como usted bien sabe, una reforma integral y urgente para que aquello no se convierta en Jumanji. Según estas protectoras, el proyecto carece de medidas para proteger a los felinos y de una evaluación del impacto que las obras puedan ocasionar en la colonia. Piden, con la ley en la mano, la instalación de barreras sónicas en la carretera colindante para reducir la velocidad de los coches, que la Policía Local patrulle en el parque evitando que se moleste a los gatos, la instalación de refugios contra las inclemencias del tiempo, comederos, chips para todos, cursos a la ciudadanía en materia felina, y por supuesto, el pago de los gastos que el cuidado de los gatos ocasiona a los voluntarios que los atienden. Estupendo todo. Un gran número de gatos de la colonia del parque proceden de aquellos cincuenta gatos –piénselo, alguien tenía cincuenta gatos en su casa y, al parecer, eso no es maltrato animal- que fueron abandonados hace ahora dos años, en jaulas, bolsas y trasportines en el parque Genovés, y para los que fue casi imposible encontrar otro cobijo, pese al empeño de las protectoras de animales, que los alimentan y los mantienen bien nutridos y en buen estado.

No es la única colonia en Cádiz, claro. Están los 270 gatos que viven en las diferentes instalaciones portuarias y por los que nadie parece haberse interesado, a la vista de que ninguna empresa ni asociación se ha presentado a la licitación para la adjudicación de la gestión de estos animales; y están los gatos criptórquidos –se puede buscar el término en el diccionario o en Google- del cementerio, muchos de ellos nacidos y criados allí mismo y que son un problema, por mucho que lo intenten disfrazar de «solución». El Ayuntamiento no tiene capacidad para retirar y acoger a la colonia, como reiteran las quejas presentadas al Defensor del Pueblo, no están vacunados, no se han registrado como de titularidad municipal, no son correctamente alimentados por el Consistorio, los funcionarios no tienen «una correcta formación en materia de animales» –lo siento, por la parte que me toca- y encima, en la inauguración del Máster de Patrimonio, Arqueología e Historia Marítima en la Universidad de Cádiz, el arqueólogo municipal realizó comentarios «incitadores al odio» como, por ejemplo, que las colonias de gatos «dificultan los trabajos arqueológicos». Vaya manera de incitar al odio, por favor; eso no se puede decir, aunque sea verdad, como tampoco se puede decir que es una frivolidad pedir que se paralicen unas obras necesarias para la ciudad porque hay unos gatos que campan a sus anchas en el parque o en lo que queda del cementerio.

Ya lo dije al principio, el respeto no está reñido con el sentido común. Creo en el bienestar animal igual que creo en el bienestar de las personas –en el bienestar de las personas creo más, pero eso no aporta nada a este relato- pero no creo que amar a los animales nos haga mejores personas. Y pedir que se paralicen las obras del parque Genovés por unos gatos, tampoco.

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