OPINIÓN

La vida que casi

Nos pasa a menudo que queremos que la vida nos venga hecha, que nos den una información plena, contrastada, sin ambages, sobre cómo va a suceder todo

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He perdido a algunos amigos esta semana durante largas horas del día porque viven todos en el centro y no pueden salir de sus casas por aquello de los pasos de Semana Santa y el gentío. Quedamos casi de madrugada, fíjate. Uno no tiene tiempo normalmente ni para mear y el día que lo tiene, los muchachos no pueden salir a echar un paseo tranquilo sin que les dé un velazo un penitente. Paradójicamente, se está dando la situación más parecida a la realidad cotidiana, que no es otra que aquella en que las cosas nunca encajan y cuando uno no puede, resulta que el otro solamente podía entonces y viceversa.

La mayoría de las parejas, las que conozco y las propias, cortaron siempre por lo mismo, no por los penitentes, sino por una cuestión de momentos. El dicho podría hasta cambiarse: «No sos vos, ni yo, sino el contexto». Se dice muchísimo ahora, pero siempre he pensado que el contexto en el fondo mata las cosas porque la gente ya se ha hecho antes de vivirlo suposiciones, composiciones de lugar previas, ha marcado unas expectativas muy concretas y lo cierto es que ese proceso ficcional, donde el deseo va a la suya y los humanos van a otra, normalmente ese cuentito de antemano le hace mal al amar, dificulta notablemente el deseo, y al ser humano en general lo deja hecho una mierda.

Decía Pasolini sobre el teatro en un alarde retórico, que «el teatro que esperáis no será nunca el teatro que esperáis». Hay que aclarar que Pasolini odiaba el teatro, él mismo lo dijo, por lo que siempre he creído que la frase responde más a un lugar común para salir del paso, aunque quizás el resultado sea incluso más interesante. Con todo, es buen enfoque. Porque si nos ponemos así de estupendos, la vida que esperamos no será nunca la vida que esperamos y así un larguísimo etcétera. Y tiene toda la razón.

Nos pasa a menudo que queremos que la vida nos venga hecha, que nos den una información plena, contrastada, sin ambages, sobre cómo va a suceder todo. Que vamos a quedar y todo va a ir fetén, que no vamos a ser avasallados por una marea humana escuchando una saeta. Esperamos algo así como un manual de instrucciones. Y cómo eso no pasa, porque es imposible que pase, nos la inventamos y a otra cosa. Y al que venga que le zurzan, claro. De ahí vienen esas expresiones ridículas: el trabajo soñado, la pareja soñada, la casa soñada. Y, no sé, quizás yo estoy muy pragmático últimamente, pero a mí los sueños me gustan en los sueños y que los sueños se cumplan, en definitiva, es solo el presagio de que algo no va como debe porque sueña probablemente a cielo raso, en chiquito. Al menos a mi juicio, una mente sana imagina lo imposible y vive lo posible y ahí está el goce del sueño mismo, yo creo. Yo no me imagino quedando con mis amigos en el barrio, sino en un campito, en la playa, con una barbacoa, yo qué sé, desde luego sin mirar el reloj ni a cuanto nos sale la cena en un bar o en otro.

Te diría que lo único en lo que se parecen la vida y el sueño es que todo está desordenado y la gente en ese caos simplemente hace lo que puede. Porque partamos de la base, ya de primeras, que en el mundo material las cosas pasan casi de milagro. En lo que se refiere al lenguaje, lo normal es no entenderse. Ya no digamos en el amor ¿Qué hace que un cuerpo se entienda con otro, establezcan una intimidad y compongan relatos juntos para una amistad, una pareja o un hermanamiento, mediante la única herramienta de una lengua torpe y una cultura a veces compartida que, admitámoslo, hoy está más cerca de volverle a uno loco que de dar certeza alguna? Chorra. Es suerte. No hay explicación plausible que no sea esa.

Pensar cualquier otra cosa provoca un sufrimiento inútil, fruto de ese cuentito que no encaja en un deseo que nadie puede resolver más que tú mismo y tu onanismo. La vida pensada es siempre que no nos cierra porque sucede lejos de la vida que pasa. Y al final, en el mejor de los casos, es una vida que casi pasa. Y eso sí que es para darte un velazo en la cabeza o hacer penitencia varias horas hasta que te enteres.

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