Si esto es un 'tío'

Y sí, a lo mejor duele leerlo, pero los grados de violencia son estos

Álvaro Holgado

'Unga unga'. Es casi todo lo que escuché la primera vez que vi el vídeo de marras. Para el que ande perdido, le pongo en situación: resulta que en Madrid, en un Colegio Mayor solo para tíos, hace un par de noches, un tipo salió a la ventana a gritarle sus cosas de energúmeno frente a la residencia universitaria femenina. El horror en el vídeo va in crescendo. Primero empieza gritándoles «putas», luego «ninfómanas», luego «salid de vuestras madrigueras como conejas», luego «os prometo que vais a follar todas en la capea». Todo con una voz ronca, que a mí me recuerda a un montón de gente, quizás porque hay demasiada gente como él. Con todo, el tema viene acto seguido, cuando acaba y se enciende el bloque entero de ventanas del Colegio Mayor y le acompañan un centenar de tipos también gritando como descosidos con el fin de enorgullecerse, supongo, de alcanzar en escasos segundos los techos más elevados de la estupidez humana y dando como resultado su cara más terrorífica. La que acojona. 'Unga, unga', lo que te digo.

El caso es que alguien lo grabó, se ha viralizado y ahora está todo el mundo hablando de eso. Pero, siéndote sincero, no sé, a mí lo que más me extraña del asunto es la sorpresa. Está bien denunciarlo, claro, y supongo que la única esperanza de todo esto es no normalizarlo, darse cuenta. Lo único que nos salva, decía Agamben, es la «fraternidad en la abyección». Y, por ahora, sigue siendo lo que nos queda frente a la barbarie. Porque la barbarie está. Siempre estuvo. Y cada vez son más.

Yo los veo cada inicio de curso. Van en manada, están jerarquizados, chavales de primer a último año, con estos como cabecillas implacables. Te sonará lo de las novatadas. Consisten en todo aquello que haría a una madre llorar de impotencia si viera lo que le hacen a su hijo. Pero el chaval no tiene otra. Es más, si no lo hace, ya sabe a lo que se expone.

Así, a bote pronto, algunas de las que más de un colega me ha contado: el cigarro que se apaga en la boca atado por pies y manos por matones, rapadas de cejas, su ropa tirada a la basura, o meada. Todo esto por nombrar unas pocas. Y sí, a lo mejor duele leerlo, pero los grados de violencia son estos. Lo que late en el unga unga es, sobre todo, esto. Y si ocurre entre 'tíos', qué no pasa con las chavalas de enfrente.

No se trata de un tema generacional, ni mucho menos de una gamberrada. Se trata de una cultura entera, de una forma de ver las cosas, que se oculta tras expresiones como «tradición», «hacer comunidad», y que banalizan un tipo de violencia arraigado no en un Colegio Mayor de Madrid, sino en decenas y decenas de centros de este tipo con sus miles y miles de alumnos en cada uno de ellos. Y que tienen, además, su espejo social. El tipo que anteayer gritaba «putas» a las de enfrente tendrá traje y corbata en un tiempo, eso te lo aseguro, y no lo distinguirías del resto. Para entonces habrá aprendido a callar, a que no le pillen, o a decirlo de otra manera o en privado. Pero la mierda que tiene en la cabeza, si aquí se justifica el asunto, seguirá ahí, en la cabeza.

Porque llegados a este punto, y explicado todo, vayamos al grano. Estamos hablando de masculinidad. De sexo. Sí, que así dicho parece asumible, pero cuando la violencia es el centro, hablamos de un monstruo. De lo que, por seguir con el efumemismo, algunos acaban por llamar: 'un tío'. Y es uno de los grandes síntomas de nuestro tiempo. El hombre reaccionario ha llegado para quedarse. Aupado por fascistas y por gente con miedo, que al final es la combinación más común del terror en este país nuestro. Con sus cánones, con su violencia adherida contra el diferente, con la superioridad física siempre por encima de la palabra, porque la palabra importa un comino cuando te enseñan que a base de fuerza bruta o sacando la billetera estás siempre por encima y consigues lo que se te antoje. Y, lo digo claro, si eso es un tío, que a mí no me llamen. El problema es que no sé quién está preparado para pegarme una piña cuando me escuche decir algo de esto en una terraza cercana. Estamos enfermos. De violencia. Contra las mujeres, para empezar. Y frente a ella, como decía Pasolini, «todos estamos en peligro». Nunca es mal momento para darse cuenta.

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