Mi niña

Nada ni nadie duele como duele un hijo. Nada ni nadie duele como nos dueles tú

Francisco Robles

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Tú le has puesto el título a este pobre artículo. Tú, que apenas tienes unas cuantas semanas de vida, que ya sabes lo que es luchar contra tu propio cuerpo, que te resistes a la resignación en la que yo, que voy para viejo si no lo soy ya, habría caído. Naciste con la primavera y las jacarandas, cuando el recuerdo todavía olía a azahar. Yo le preguntaba a tu madre, cuando te tenía en el sagrado seno de su vientre, cómo estaba. Lo hacía con una de mis pamplinas, colocando el verbo en plural. ¿Cómo estáis? Eres su niña, pero déjame que te diga que hoy también eres un trocito muy pequeñito de mi corazón. Así lo siento. Y así me dueles.

Esto último lo aprendí con alguien que lleva mi sangre. Nada ni nadie duele como duele un hijo. Nada ni nadie duele como nos dueles tú, mi niña. Saldrás adelante, jugarás con la arena de agosto y con los regalos de enero, verás el asombro en la llama verde de las palmeras que te parecerán lo que son: imposibles. Crecerás como solo crecen los rosales y las tardes de junio, conocerás la miel en los ojos del amor y el acíbar del desengaño pasajero que le da más fuerza al sentimiento que te une con la persona amada. Y alumbrarás algún día a otra niña por la que sentirás lo mismo, exactamente lo mismo, que siente tu madre por ti.

Me piden que rece por ti, mi niña. Y eso es lo que estoy haciendo ahora. Lo descubrí el otro día leyendo el artículo que te escribió mi maestro Javier Rubio. Escribir también es rezar cuando el articulista se encara con La que está junto a las marismas, flotando en las aguas de la desesperación que azulea la mañana de junio, y le lee la cartilla. Me dicen que tengo enchufe con Ella, y eso es lo que estoy haciendo. Escribirle esta carta en el ABC que nos une a tu madre y a mí, a los que te queremos por lo chica y lo linda que eres, a los que leen este artículo con la emoción que tú, no yo, les estás inyectando. Porque lo mejor de este periódico está en los lectores que ahora mismo estarán rezando por ti. Y por mí, que buena falta me hace también.

Sé que esto no es un artículo. Tal vez sea un desahogo. Una necesidad entintada en el papel. Pero no podía escribir de otra cosa. Estás cumpliendo una misión que Dios -no puede ser de otra manera- te ha encomendado: has conseguido que algunos de nosotros volvamos los ojos a su figura sin contornos, al timbre de su silencio. Nos estás convirtiendo, mi niña. Me has cogido de la mano con tu manita y me has puesto a teclear las grandes verdades de la vida cuando yo quería hacer algo sobre el nuevo Gobierno y esas cosas. Eres aristotélica, y sabes distinguir perfectamente entre lo inmanente y lo contingente. Así que dentro de unos años serás mi consejera, como ya lo son mis hijos. A cambio, te llevaré a una aldea con el amigo que me pidió que pidiera por ti. Te enseñaré el camino que recorrí contigo clavada en el alma. Clavada con alfileres de colores. Los mismos colores que te esperan para que te los bebas con los ojos cuando pase todo esto. La vida es de color, y ahora lo comprendo. Pero eso es algo que me lo has enseñado tú, mi niña, la que te llamas María como la Esperanza.

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