LA TRIBU

Una nana

La Flor de la Canela seguirá «del puente a la alameda», llevada por un menudo pie y por la voz eterna de María Dolores Pradera

María Dolores Pradera, durante una actuación FÉLIX ORDÓÑEZ VILLAFRANCA
Antonio García Barbeito

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En la Plaza de España, en los últimos años del franquismo, nos ofrecían, en veladas de verano, actuaciones de primer nivel, nacionales e internacionales. Allí pudimos ver casi el estreno de «Entre dos aguas», con un parco y asombroso Paco de Lucía al que sólo acompañaban su hermano Ramón de Algeciras a la guitarra y Pepe Ébano a los bongos. Allí vimos a la negra Mercedes Sosa, «todas las manos, todas», que se agigantaba dándole gracias a la vida, que me ha dado tanto; allí, envuelta en su poncho y su larga melena, la negra, la morocha de San Miguel de Tucumán tocaba el tambor mientras Alfonsina se iba mar adentro… Allí, en ese escenario, vimos el Piccolo Teatro di Milano, y vimos «Godspell». Y la vimos a ella, única, la más grande, la más dulce, la que mejor decía lo imposible, la que enamoraba al aire y ponía en la noche del ladrillo visto y la mejor cerámica una queja de paloma que estuviera aprendiendo a arrullar en flamenco.

Todas sus canciones, allí, en aquella noche. Hasta que de pronto dijo que iba a cantar una nana, a capela. Cogió su chal o su toca, se lo fue colocando entre los brazos a guisa de enaguado, y todo el mundo le vio allí, acostado, a punto de dormirse, el niño que no estaba. ¿Que no estaba? Sí, estaba; allí había un niño, el niño que acabaría durmiéndose cuando ella cantara, nocturna madre, «Este galapaguito / no tiene mare, / lo parió una gitana, / lo echó a la calle.» El vello de los brazos se erizaba, no por el fresco que muchas noches hacía en la Plaza de España, sino por el escalofrío que provocó la dulcísima voz de aquella mujer. Se lo recordé un día en Madrid, después de piropearle su eterna belleza y de darle las gracias por tanta gloria recibida de su voz, y le alegró tanto que casi cuarenta años más tarde le recordara aquella nana de 1973, que me dijo que la cantaría en su próxima actuación y la incluiría en su repertorio de temporada. Todo su repertorio está en la memoria, en nuestra memoria. La Flor de la Canela seguirá «del puente a la alameda», llevada por un menudo pie y por la voz eterna de María Dolores Pradera. ¿Ha muerto? Imposible, no podrá morir nunca, mientras alguien tararee una de sus inmortales canciones, mientras cerremos los ojos y la veamos entre Los Gemelos, viéndola que se le acaba la fuerza de la mano izquierda, o sabiendo que seis años después de una separación siguen en su corazón las heridas abiertas, «hasta que buenamente el Señor / se apiade un día de mí…» En mayo, en la noche de la Plaza de España, un niño llora queriendo dormirse, esperando la nana que tienes en tu voz, señora total, María Dolores Pradera.

antoniogbarbeito@gmail.com

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