TRAMPANTOJOS

Memorial de agravios

En las calles se está pidiendo un cambio en la concepción social que aún marca la vida de las mujeres

Josephine March, protagonista de «Mujercitas», se rebelaba en pleno siglo XIX porque leía y quería escribir ABC
Eva Díaz Pérez

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¿Cómo no atender a lo que está pasando en la calle? Hay quienes advierten del peligro de llevar los debates en caliente a las plazas, mezclar la necesaria reflexión con la rabia. Y es cierto, la Historia nos recuerda episodios de rebeliones salvajes que se criaron en la calentura de las aceras. Pero también se ganaron muchas cosas. Las mujeres —no las masas histéricas que algunos están haciendo creer— han salido a protestar por algo que creen injusto. Y no sólo ellas, también todos los hombres sensatos capaces de percibir que tras esta historia hay un terror de muchos siglos y no una batalla contra ellos.

Con absurda soberbia se ha intentado desautorizar la crítica popular a la sentencia de la Manada argumentando la carencia general de conocimientos jurídicos. Y porque piensan que las masas están animadas por determinados partidos políticos. No, no es eso, la gente es capaz de darse cuenta de las grietas del sistema y quiere defender la necesidad de cambiar términos del Código Penal que hoy son insuficientes y controvertidos. Hay quien se ha atrincherado defendiendo la «sólida» argumentación jurídica de la sentencia sin ver la injusticia que hay detrás.

De esta indignación colectiva me quedo con la satisfacción de que algo está cambiando. Yo creía haber crecido en una sociedad moderna e igualitaria. Sin embargo, estos días he reflexionado sobre algunos puntos oscuros que han marcado mi vida sólo por el hecho de ser mujer. Un miedo, una fragilidad e impotencia con la que seguro que no han vivido la mayoría de los hombres de mi edad.

Repaso el memorial. Ya en el colegio —en quinto del antiguo EGB— nos reunieron a las niñas para advertirnos de que debíamos usar camiseta interior. Así descubrí algo que desconocía:mi presunta capacidad para provocar sexualmente, una precaución que mi mente de niña no podía sospechar. Luego siguieron las lecturas en las que los personajes femeninos siempre eran planos y sumisos. En ese sentido, fue toda una revelación descubrir al personaje de Josephine March en «Mujercitas», una niña que se rebelaba, que leía y quería escribir en el siglo XIX.

Luego llegó la incomodidad ante ciertas miradas en la calle, el miedo a salir sola de noche, los portales oscuros, el cuidado en la ropa. Y los desagradables episodios de los rijosos en las bullas, los exhibicionistas en los parques o esa despreciable «cultura» del piropo tan defendida cuando en realidad es un insulto vejatorio a tu intimidad. Así hemos crecido y no es justo. Contra eso se grita en las calles.

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